lunes, 31 de diciembre de 2012

-Dios te ama... si estas perdido


Potente predicación en Madrid en el Día de la Familia
«Dios te ama aunque seas un canalla y un mentiroso», dice Kiko Argüello a todos los «hechos polvo»
"Si estás perdido, hecho polvo, si ahora aceptas a Cristo y su inmolación por ti puedes recibir ya, ahora mismo, el perdón de los pecados", dijo el iniciador del Camino Neocatecumenal.
Una de las novedades de esta edición del Día de la Familia en Madrid (la sexta ya) fue la predicación expresamente kerigmática de Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, ante la enorme multitud de muchos miles de personas reunidas en la Plaza de Colón de la capital española.
Kiko inició su intervención alabando a Dios, pidiendo la ayuda del Espíritu Santo y cantando su canción "Yo vengo a reunir", basada en las palabras del profeta Isaías. Señaló las banderas "de los hermanos que hay aquí de Polonia, de Croacia, de Bosnia y de Francia", cumpliendo así lo que el canto anuncia: "vendrán de las naciones y verán mi Gloria, dice el Señor". Kiko cantó entusiasmado por poder predicar el kerigma, el anuncio de la salvación de Dios. Se movía por el escenario "para entrar en calor", decía a la multitud que soportaba con humor y buen ánimo las gélidas temperaturas y el cielo gris.
Predicaba sin papeles a partir de una idea de Benedicto XVI: que la crisis de la familia es una consecuencia de la crisis de la fe. La conclusión es clara: para ayudar a las familias, hay que fortalecer la fe.
"Cristo murió por todos, para que ya no vivan más para sí. Pasó lo viejo, todo es nuevo, Cristo nos ha confiado el ministerio de la reconciliación, ¡reconciliaos con Dios!", dijo, siguiendo las cartas de San Pablo.

La gratuidad del amor de Cristo
"Cristo ha dado la vida para que todos recibamos la vida inmortal, la vida eterna. Cristo es Dios, y el amor de Cristo es lo que mantiene el universo. Dios quiere que vivamos en esa verdad, en Cristo Crucificado. Dios quiere darnos gratis ese amor", insistió.
"Para ayudar a las familias hemos de reforzar su fe, y la fe viene por el oído, ¡escuchad!", pedía con vehemencia.

El Kerigma
El kerigma es el anuncio de que Cristo nos salva del pecado y de la muerte, y Kiko quiso explicarlo desde el principio mismo: Eva, la Serpiente y el pecado original. Según explicó, Eva ya conocía el bien, y la Serpiente le tentó ofreciéndole conocer también el mal. "Serás como Dios, conocerás el bien y el mal, seréis sabios, es falso que vayáis a morir si coméis del Árbol del Bien y del Mal", decía la Serpiente, que como Kiko insistió, era un ángel caído.
"La serpiente mentía, porque después de comer del árbol el hombre empezó a morir, y hoy muere. Es el pecado original. Y a consecuencia de eso, hoy el hombre vive sólo para sí mismo. Kierkegaard habla de la muerte óntica, de la muerte de nuestro ser profundo", continuó Kiko.

La vida como obra de teatro
Aunque no mencionó a Calderón de la Barca, Kiko planteó una interesante analogía con "El Teatro del Mundo" del gran dramaturgo. Comparó la vida con una obra de teatro, donde Dios, el director, da a cada uno un rol, un papel, una identidad. "Pero, si Dios no existe, ¿yo qué soy? Si no hay director en la obra, ¡no tengo personaje, no tengo papel! Y así va el mundo: divorcios, adulterios, fornicaciones, en la TV, en las películas, con el divorcio exprés, las guerras, los abortos, drogas, asesinatos, las barbaridades de Auschwitz hace pocos años... porque el hombre ha rechazado a Dios".
Frente a eso planteó otra mujer y otro ángel: el arcángel San Gabriel y María. "Él le da la buena noticia, ella la acepta, y entonces el Espíritu Santo gesta a Cristo en ellla". De igual forma, dijo, quien escucha la buena noticia, el kerigma, y le dice sí, verá como el Espíritu Santo gestará a Cristo en su interior.
"Yo hablo, tú escuchas, y no me importa si me atacan. Yo anuncio que Cristo se ha entregado y ha muerto por ti y por mí para que recibamos el perdón de los pecados y la vida eterna", resumió, yendo por fin al meollo del asunto.

El anuncio de la Buena Nueva
"Dios te ama aunque seas un canalla y un mentiroso. Dios ha enviado a su hijo para salvarte por su Resurrección, porque Cristo ha resucitado. Así que si estás perdido, hecho polvo, si ahora aceptas a Cristo y su inmolación por ti puedes recibir ya, ahora mismo, el perdón de los pecados. Y esto es lo que anunciaremos en Misión Madrid, por ejemplo, porque Dios ha querido salvar al mundo a través de este anuncio".
Kiko admitió que la gente suele vivir distraída y "con los oídos tapados", y pidió actos de "un amor nuevo que les haga que abran los oídos".
"Con la Nueva Evangelización no estamos contra nadie, sino que el Señor nos llama para ayudar a todos los hombres. Y así la muerte ya no es triste, los funerales cristianos son una fiesta, es el Dies Natalis, el día del nacimiento a una nueva vida y el cementerio es donde se duerme esperando la Segunda Venida", concluyó.
Kiko también explicó que "todo esto del kerigma lo cuento en un librito que he publicado hace poco" (El kerigma en las barracas con los pobres, Ed. BuenasLetras).
A continuación, la orquesta del Camino Neocatecumenal interpretó dos piezas de su sinfonía sobre el sufrimiento de los inocentes: "La espada" (sobre el dolor que como una espada atraviesa a María al pie de la Cruz) y "Resurrexit", una celebración enérgica de la Resurrección.

viernes, 28 de diciembre de 2012

-Sin familias, la sociedad enferma


Kiko Argüello responde a las preguntas sobre la Fiesta de la Sagrada Familia:

-¿Por qué es importante este encuentro cada Navidad, en torno a la fiesta de la Sagrada Familia?

Todo lo que se haga a favor de la familia es poco. La gran batalla que tiene que librar, sobre todo Europa, en este momento de la Historia, es por la familia. Si no se hace algo por la familia, nuestra sociedad va, poco a poco, degradándose hasta llegar a lo que ha ocurrido en Escandinavia, donde la gran mayoría de la gente vive sola. Se destruye la familia y, por tanto, no hay hijos y el número de ancianos crece. Hay suicidios y alcoholismo en gran cantidad. Son enfermedades de una sociedad en la cual se ha destruido la familia cristiana.

-Este año va usted a anunciar el kerigma antes de la Eucaristía. ¿Cuál es la Buena Noticia que necesitan escuchar hoy las familias españolas?

Dice el Papa que «la crisis de la familia es, antes que nada, una crisis de fe». Es decir, que las familias se rompen, se divorcian porque no tienen fe. El cristiano tiene dentro vida eterna. Esto quiere decir que participamos de la victoria de Cristo sobre la muerte y podemos amar en una nueva dimensión, la dimensión de la cruz, más allá de la muerte. Por eso el matrimonio es indisoluble y muestra el amor de Dios a la Iglesia, a Cristo, a su esposa, que es la Iglesia y el hombre. La fe viene por el oído, por la escucha del anuncio de la Buena Noticia: que Dios quiere salvar a los hombres, quiere destruir el pecado y la muerte y la esclavitud del demonio. Quiere darles la Vida Eterna.

El kerigma es el anuncio de una noticia que actúa, es decir, cuando se anuncia esta noticia invitando a la gente a que la acoja, se realiza. Esta noticia dice que Jesucristo, muerto por nosotros para nuestra justificación, ha subido al cielo y está intercediendo para que podamos recibir un espíritu nuevo, un corazón nuevo y nuestra vida cambie. Dios está deseando darnos este Espíritu, pero sólo puede hacerlo si escuchamos y acogemos esta Buena Noticia. El problema es que mucha gente tiene el oído cerrado y no está dispuesta a escuchar lo que ellos creen que son sermones. No saben lo que es la Buena Noticia del Evangelio. Esperamos que, en este encuentro, esta Buena Noticia les pueda ayudar a aumentar la fe, porque siempre que se escucha el kerigma aumenta la fe.

-La secularización está haciendo mella en muchos matrimonios y familias: divorcios, abortos, violencia, suicidios..., además de un bajísimo índice de natalidad. ¿Qué motivos de esperanza ofrece la Iglesia católica?

Estamos convencidos de que la situación de Europa es catastrófica, en cuanto que el índice de natalidad es bajísimo y no hay posibilidad de perpetuar nuestras generaciones. Además, tenemos la gran amenaza del Islam, que está invadiendo muchas de nuestras ciudades y tienen muchos hijos. La verdadera solución a esta situación es la familia cristiana, porque la familia cristiana acepta los hijos que Dios le envía desde el cielo. Tener un hijo significa dar la vida a un ser humano eternamente, participar con Dios en la creación de un ser elegido por Él antes de la creación del mundo para vivir en el cielo con Él. La familia cristiana normalmente es numerosa, con muchos hijos. Ésta es la esperanza para Europa.
Kiko Argüello 
(en Alfa y Omega del 27/12/2012)

miércoles, 26 de diciembre de 2012

-Educar la fe en familia


Nota de los obispos para la Jornada de la Sagrada Familia
Con el lema “Educar la fe en familia” los obispos para la Familia y Defensa de la Vida, movidos por nuestro deber de pastores, invitamos a todos los fieles a reflexionar sobre la vital importancia de la familia en la “educación de la fe”. Asimismo, recordamos la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre1, de un modo especial en este Año de la fe.
Desde la primera evangelización la transmisión de la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en la familia. Hoy asistimos a una desvalorización del papel de la familia en este campo, debido a múltiples factores. No podemos dar por supuesto la vivencia de la fe cristiana en muchos hogares cristianos con las consecuencias que ello conlleva en la asimilación de la fe por parte de los hijos. Por esto queremos animar a las familias a ocupar su puesto en la transmisión de la fe, a pesar de las dificultades y crisis por las que atraviesan.
La nueva evangelización debe ir dirigida de manera primera y prioritaria a la familia, como la realidad a la que más han afectado los cambios sociales y la poca valoración de la fe.
La fe, don de Dios, se nos infunde en el Bautismo, en cuya celebración los padres piden para sus hijos «la fe de la Iglesia». Este es el signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación.
La iniciación cristiana, que comprende el Bautismo, la Confirmación, la Penitencia y la Eucaristía, toma una especial relevancia en la familia, «iglesia doméstica», comunidad de vida y amor, por ser donde surge la vida de la persona y esta es amada por sí misma. La familia vive dicha fe y participa también en la fe de sus hijos en las diversas etapas de formación y desarrollo de la vida cristiana. Así, el primer fundamento de una pastoral familiar renovada es la vivencia intensa de la iniciación cristiana.
Los padres apoyan a los hijos y caminan con ellos mientras realizan el aprendizaje de la vida cristiana y entran gozosamente en la comunión de la Iglesia para ser en ella adoradores del Padre y testigos del Dios vivo. La familia, de este modo, se convierte en el primer transmisor de la fe, y esta crece cuando se vive como consecuencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y de gozo.
La familia es el ámbito natural donde es acogida la fe y la que va a contribuir de una manera muy especial a su crecimiento y desarrollo. En ella se dan los primeros pasos de la educación temprana de la fe y los hijos aprenden las primeras oraciones. También experimentan el amor a la Virgen, a Jesucristo, y es donde por primera vez oyen hablar de Dios y aprenden a quererlo viviendo el testimonio de sus padres.
Este testimonio de los padres, en la continua y progresiva educación familiar, marca un tenor de vida en todos los ámbitos de la existencia humana. Se desarrolla en la catequesis familiar, la introducción a la oración -«la oración es el alimento de la fe» dice Juan Pablo II-, la lectura meditada de la Palabra de Dios y en la práctica sacramental de la familia, en sintonía y colaboración con la comunidad parroquial.
Así, la familia es el “lugar” privilegiado donde se realiza la unión de «la fe que se piensa» con «la vida que se vive» a partir del despertar religioso.
La fe, al igual que la familia, es compañera de vida que nos permite distinguir las maravillas de Dios a lo largo de nuestro caminar. Como la familia, la fe está presente en las diversas etapas de nuestra existencia (niñez, adolescencia, juventud…), así como en los momentos difíciles y en los alegres. De esta forma la fe va acompañándonos siempre en todas las circunstancias de la vida familiar. La familia camina con sus hijos en esos importantes momentos  en los que se va fraguando su madurez y porvenir.
Cuando la vivencia y experiencia cristiana se ha tenido en la familia puede que se atraviese por momentos de crisis, pero lo que se ha vivido de niño vuelve a renacer y a tener un peso específico en la fe adulta.
No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa6. La familia está inmersa en un proceso gradual de educación humana y cristiana que permite tener como centro la vocación al amor. A la familia le corresponde el deber grave y el derecho insustituible de educar y cuidar este momento inicial de la vocación al amor de los hijos. Esto se realiza en un ambiente sencillo y normal, el hogar, donde, de una manera connatural se va formando la personalidad humana y cristiana de los hijos. A esta educación contribuyen también las entidades educativas, el testimonio de los padres y hermanos, el contacto con otras familias, la pertenencia a la comunidad cristiana parroquial, y a grupos o movimientos cristianos7.
La familia, en su afán educador, ayuda a todos sus miembros a que vivan como verdaderos cristianos, capaces de configurar cristianamente la sociedad. De igual modo la familia, con total respeto a cada de sus hijos, debe ayudarles a que, en su momento, puedan descubrir sus respectivas vocaciones. En este sentido la familia protege y anima la vocación a la vida sacerdotal y consagrada.
En todo caso, los obispos reiteramos una vez más que el mundo necesita hoy de manera urgente el testimonio creíble de familias que, iluminadas por la fe, sean capaces de «abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios»8 y ser fermento de nuestra sociedad.
Implorando la protección de María, Madre de la Sagrada Familia, os animamos en este Año de la fe a profundizar en un mayor conocimiento de nuestra fe y que esta transforme la vida de nuestras familias, les abra el camino hacia una plenitud de significado, las renueve, llene de alegría y de esperanza fiable9.
30 de diciembre de 2012, festividad de la Sagrada Familia

miércoles, 19 de diciembre de 2012

-En el umbral de la Navidad



Pisamos ya los umbrales de la Navidad, en la que parece que todo se llena de una luz nueva, y se abre el nuevo día de una alegría también nueva, que tiene su razón de ser, su origen y su sentido, por el hecho del Dios –con–nosotros.
La alegría es nota característica de la fe cristiana. Los primeros cristianos eran conocidos por su caridad y por su alegría. Pero, hoy, los cristianos ¿somos capaces de hacer comprender a los demás hombres de nuestro tiempo este mensaje religioso: Dios, Dios cercano a los hombres, Dios-con-nosotros, es la alegría, nuestra alegría y nuestra dicha?¿Quién nos escucha?,¿Quién nos cree verdaderamente? Tal vez no tengamos éxito en este anuncio. Pero no por ello podemos dejar de proclamarlo, y menos aún en estos días. No nos creen frecuentemente los hombres del pensamiento, enfrascados en la duda y en los problemas; no nos creen los hombres de acción fascinados en el esfuerzo por conquistar la tierra, o envueltos en un relativismo que duda de todo y todo lo antepone a sus logros; no nos creen los jóvenes, arrastrados por la civilización del disfrute a toda costa... Es la suerte del Evangelio en la humanidad, el cual significa precisamente anuncio de una dicha que desborda todo cálculo, anuncio de una noticia capaz de llenar de felicidad que no es obra de nuestras manos ni de nuestros proyectos.
La fe cristiana, el acontecimiento cristiano, ha ofrecido y sigue ofreciendo como don decisivo esta verdad: la felicidad es posible, es real, está muy cerca, al alcance de todos, en Dios, sólo en Dios, por Jesucristo; es gracia, es don. Permanece esta certeza impávida: Dios, revelado y entregado por completo en Jesucristo, y sólo Él, es la plena, la verdadera, la suprema felicidad del hombre. Permanece esta pedagogía para enseñar deber, pero, sobre todo, Dios es la alegría, la felicidad y la dicha. La misma Cruz del Calvario es gozosa, porque ella lleva a su colmo y a su cima, a su plenitud, el amor Dios y Dios-con-nosotros, el despojamiento, el rebajamiento y el anonadamiento del Hijo de Dios al hacerse hombre por nosotros ahí hemos conocido el amor.
Es necesario que en la conciencia del hombre contemporáneo resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa. Y este Alguien es Amor. Amor hecho hombre, humanado. Amor anonadado en la encamación y nacimiento, crucificado y resucitado. Amor continuamente presente entre los hombres. Esta es la misión de la Iglesia: anunciar la alegría para todo el mundo, el Evangelio que es Jesucristo. Para eso, Dios recuerda a la Iglesia y a los que la formamos, que nos ha llamado a ser como Juan Bautista, esto es: pura y total referencia a Cristo, testigos de la Luz que es Él e ilumina todo hombre, testigos de la Luz para llevar a los hombres a la fe.
La Iglesia no puede ni debe hacer otra cosa entre los hombres, y a su servicio, que anunciar a Jesucristo, dárselo a conocer, invitar a que lo sigan y le amen. Es verdad que no somos dignos ni siquiera de desatarle las correas de su sandalia. Pero como, en su benevolencia y gracia, nos ha llamado, no podemos responder mejor a lo que necesitan —y en el fondo, piden– los hombres que entregarles a Jesucristo, señalarlo próximo en medio de ellos, mostrar que pasa junto a ellos el «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». En el fondo del hombre contemporáneo, sobre todo de los jóvenes, hay una gran aspiración, una búsqueda principal por encima de cualquier otra: Tienen sed, necesidad de Cristo, de ver a Cristo: «Maestro, ¿dónde vives?».
A la Iglesia le piden a Cristo, y esperan de ella que se lo muestre y les lleve a Él. El resto lo pueden pedir a muchos otros. De ella, pues, tienen derecho a esperar que les entregue a Cristo, ante todo mediante el anuncio de la Palabra y los sacramentos, pero también e inseparablemente, con el testimonio de su amor, de su caridad, de su cercanía, y de su solidaridad, de modo que vean el rostro de Dios humanado, que compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado, y trajo la Buena Noticia a los pobres y a los que sufren, y la libertad a los cautivos. Éste es el mensaje de la Navidad, del nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, en Belén.
+Cardenal Antonio Cañizares

domingo, 9 de diciembre de 2012

- Adviento: tiempo de Dios


Debe llegar la hora de Dios
«La época de las luces ha conducido a la hora de las tinieblas, y la lucha de los titanes contra Dios sólo ha tenido por efecto final el crepúsculo de los dioses», escribe el P. Anselmo Álvarez, OSB. «En nosotros llevamos la expectativa, a veces inconsciente, de una nueva venida, de un mundo nuevo», añade. «Dios volverá para revelar su Rostro a todos los hombres. El tiempo de Adviento nos invita a volver la mirada hacia el que viene»

…..Uno de los rasgos de esa Historia que venimos construyendo es el vértigo, tanto por su aceleración desmedida, como por el trastorno profundo al que la estamos sometiendo. El mundo gira como una peonza loca, bajo los efectos de un vino de vértigo (Sal 59, 5), que produce una velocidad y un descontrol desenfrenados. Y es, a la vez, el tiempo del absurdo, que sitúa la acción del hombre fuera de la armonía de su naturaleza, y que ha roto todos los equilibrios morales y sofocado casi todos los gérmenes espirituales. El resultado se traduce en esas obras muertas de que habla la Escritura; por tanto, en una vida que no corresponde a la ley y al sentido de la vida, y que ha olvidado la advertencia de que el día que comáis de ese árbol, moriréis (Gn 2, 17).
…. pero el hombre quiere darse un nuevo estatuto, a sí mismo y al mundo. Es la nueva utopía; si el hombre es obra de Dios, este empeño es estéril. Por eso, preferimos pensarnos como obra del azar, a fin de concluir nosotros mismos lo que habría quedado inconcluso en él: la formación del hombre superior. Llegamos a creer que nuestra palabra vale más que la de Dios y que, finalmente, hemos terminado sabiendo más que Él. De ahí que hayamos vaciado el mundo de la presencia de Dios y lo hayamos llenado de toda clase de fetiches. Hemos construido ensueños y esperanzas siempre frustradas. La época de las luces ha conducido a la hora de las tinieblas, y la lucha de los titanes contra Dios sólo ha tenido por efecto final el crepúsculo de los dioses, del hombre pseudodivinizado.

No podemos llegar muy lejos en esta temeraria huida de Dios. Tanto el estado espiritual y moral de la sociedad como la situación global del hombre exigen su transformación integral. El orden de realidades debe ser restablecido, el señorío de la verdad restaurado, el mundo renovado y el hombre devuelto a sí mismo. Ahora bien, esto no está ni en su intención ni, muy probablemente, tampoco a su alcance en las circunstancias presentes. Por consiguiente, debe llegar la hora de Dios, no necesariamente la final, pero sí la que restablezca el imperio de su voluntad en un tiempo en que hemos conocido la reiteración del pecado del paraíso: la decisión de sustituir los designios de Dios por los del hombre.
Al final de esta larga travesía en la noche, también nosotros, como los apóstoles después de aquel intento infructuoso de pesca, nos encontramos exhaustos y vacíos. Todas las iniciativas humanas han tenido siempre un resultado de fracaso, hasta que hemos divisado a Dios en la orilla. Cada día, Dios se pone en camino hacia el hombre para responder a esa esperanza, pero podría hacerlo también para recorrer con él, de nuevo, el camino del desierto, a fin de llevar a su pueblo a la libertad y a la heredad preparada por Él.
Dios volverá para hacer pedazos la falsa imagen que estamos trazando de Él mismo y de nosotros. Vendrá para dar cumplimiento de nuevo a lo anunciado por Isaías: Yo guiaré a los ciegos por un camino que no conocen; convertiré ante ellos la tiniebla en luz, y lo escabroso en llano. Porque ahora, y de nuevo, es la hora de Dios, hora que tiene su ritmo y sus leyes: llamadas a la conversión, ofrecimiento de la misericordia, advertencias y severidad adecuada a la realidad, oferta de nueva alianza.
Este lenguaje, que nos habla en términos tan categóricos de la novedad que está en el horizonte, así como la propia magnitud de la crisis, permite conjeturar que algo nuevo puede acontecer más allá de la intervención de los hombres, a los que parece haberse escapado el control de los acontecimientos: Hacedme caso, pueblos; dadme oído, naciones: de Mí sale la ley; mis mandatos son luz de los pueblos. En un momento haré llegar mi victoria..., mi brazo gobernará los pueblos; me están esperando las naciones, ponen en Mí su esperanza (Is 51, 4-5).
El silencio de Dios
Cierto que, al menos en apariencia, el acontecimiento más significativo de este tiempo es el silencio de Dios, quien está dejando al hombre decir su palabra, expresar sin cortapisas sus poderes y saberes, su libertad. Pero el Jinete de las Nubes se está preparando una calzada; ya se oyen sus pisadas y se perciben sus huellas, aunque es necesario tener oídos para oír y ojos para ver.
En nosotros llevamos la expectativa, a veces inconsciente, de una nueva venida, de un mundo nuevo, de una nueva creación. El que viene nos dice: Todo lo hago nuevo (Ap. 21, 5), aunque antes de edificar y plantar sea necesario devastar, destruir y asolar (Eclo 49, 7) muchas de las obras erigidas por nosotros.
Dios volverá para revelar su Rostro a todos los hombres. El tiempo de Adviento nos invita a volver la mirada hacia el que viene: Mirando a lo lejos veo venir el poder de Dios; salid a su encuentro. Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación. Porque Él está a la puerta y llama (Ap 3, 20). A ese Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.

jueves, 22 de noviembre de 2012

-Nota sobre la legislación familiar y la crisis económica


La Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, ante la sentencia del Tribunal Constitucional del pasado 6 de noviembre, se ve en el deber de recordar que la actual legislación española referente al matrimonio es gravemente injusta. Lo es porque no reconoce netamente la institución del matrimonio en su especificidad, y no protege el derecho de los contrayentes a ser reconocidos en el ordenamiento jurídico como “esposo” y “esposa”; ni garantiza el derecho de los niños y de los jóvenes a ser educados como “esposos” y “esposas” del futuro; ni el derecho de los niños a disfrutar de un padre y de una madre en el seno de una familia estable. No son leyes justas las que no reconocen ni protegen estos derechos tan básicos sin restricción alguna. Por eso, es urgente la reforma de nuestra legislación sobre el matrimonio.
Como hemos dicho en el documento La verdad del amor humano: «No podemos dejar de afirmar con dolor, y también sin temor a incurrir en exageración alguna, que las leyes vigentes en España no reconocen ni protegen al matrimonio en su especificidad. Asistimos a la destrucción del matrimonio por vía legal. Por lo que, convencidos de las consecuencias negativas que esa destrucción conlleva para el bien común, alzamos nuestra voz en pro del matrimonio y de su reconocimiento jurídico. Recordamos además que todos, desde el lugar que ocupamos en la sociedad, hemos de defender y promover el matrimonio y su adecuado tratamiento por las leyes».
Renovamos nuestra llamada a los políticos para que asuman su responsabilidad. La recta razón exige que, en esta materia tan decisiva todos actúen de acuerdo con su conciencia, más allá de cualquier disciplina de partido. Nadie puede refrendar con su voto leyes que dañan tan gravemente las estructuras básicas de la sociedad. Los católicos, en particular, deben tener presente que, como servidores del bien común, han de ser también coherentes con su fe.
Sin la familia, sin la protección del matrimonio y de la natalidad, no habrá salida duradera de la crisis. Así lo pone de manifiesto el ejemplo admirable de la solidaridad de tantas familias en la que abuelos, hijos y nietos se ayudan a salir adelante como solo es posible hacerlo en el seno de una familia estable y sana.
En la vida conyugal y familiar se juega el futuro de las personas y de la sociedad. Expresamos de nuevo a las familias que más sufren la crisis económica, con problemas de vivienda, falta de trabajo, pobreza, etc., nuestra cercanía y la de toda la comunidad católica. Estamos junto a ellas compartiendo nuestros bienes, nuestro afecto y nuestra oración. Del mismo modo, renovamos nuestro compromiso por activar la dimensión caritativa de la comunidad cristiana, promoviendo en nuestras diócesis la atención a los más necesitados.
 22 de Noviembre de 2012

http://www.conferenciaepiscopal.es/index.php/documentos-plenaria/3290-nota-sobre-la-legislacion-familiar-y-la-crisis-economica.html

viernes, 2 de noviembre de 2012

-Estamos en un cambio de época (Kiko Argüello)


«Nos encontramos en un cambio de época»
-----Entrevista con Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal:
Tras participar como auditor en el Sínodo, Kiko Argüello hace balance de estos días, en los que «se ha reflexionado mucho» sobre el «cambio de época» en el que estamos inmersos y cómo la Iglesia debe afrontarlo. Iniciador, junto con Carmen Hernández, del Camino Neocatecumenal, un itinerario de formación citado como referencia por varios Padres sinodales, Argüello advirtió sobre la necesidad de recuperar la conciencia de pecado: «¿Creemos que los hombres, por el miedo a la muerte, están sometidos a la esclavitud del demonio? Si no lo creemos, ¿para qué evangelizar?»
-¿Qué balance hace del Sínodo?
El Sínodo ha sido muy importante, porque se ha reflexionado mucho. Los obispos se han dado cuenta de que la cristiandad ha pasado, y estamos en un cambio de época que la Iglesia debe afrontar. Al cumplirse 50 años del Concilio, se está realizando lo que el Papa Juan XXIII dijo en la Constitución apostólica por la que se convocaba el Concilio: «La Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la Historia».
En mi intervención en el Sínodo, he citado una frase fundamental de la Escritura. Dice la Epístola a los Hebreos 2, 14-15: «Así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó Él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte y libertar a cuántos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a su esclavitud». Según esta antropología revelada, el hombre no puede amar -Como yo os he amado-, porque está rodeado del miedo a la muerte. Partiendo de este texto, que los Padres de la Iglesia han utilizado en las catequesis a sus catecúmenos, como podemos ver sobre todo en san Cirilo de Alejandría, nos podemos preguntar: ¿creemos de verdad que los hombres, por el miedo que tienen a la muerte, están sometidos durante toda la vida a la esclavitud del demonio? Si no lo creemos, ¿para qué evangelizar? Pero si lo creemos debemos decir: «El amor de Cristo nos apremia al pensar que si Él ha muerto por todos, todos por tanto han muerto. Y ha muerto por todos para que aquellos que vivan, no vivan más para sí mismos, sino para Aquel que ha muerto y resucitado por ellos» (2Cor 5, 14-15). El teólogo ortodoxo Olivier Clement dice que el pecado original dentro del hombre le obliga a ofrecerse todo a sí mismo. San Pablo, en la Epístola a los Romanos, dice que «el hombre conoce el bien y querría hacerlo, pero experimenta otra ley: queriendo hacer el bien es el mal el que se le presenta».
Durante el Sínodo, varios prelados han mencionado al Camino Neocatecumenal como una de las realidades que mejor promueve la nueva evangelización...
Juan Pablo II reconoció el Camino como «un itinerario de formación católica válido para la sociedad y los tiempos de hoy», y expresó su deseo de que «todos mis hermanos en el episcopado, junto a sus presbíteros, ayuden a esta obra para la nueva evangelización». Estamos sorprendidos de cómo se está realizando, por ejemplo, con las familias en misión. Precisamente, una de las proposiciones del Sínodo presentadas al Papa es dar gracias a las familias que ofrecen su vida por la evangelización. El Sínodo también ha tratado el tema de las vocaciones, y lo ha recogido agradeciendo a las nuevas realidades eclesiales las vocaciones que
En la clausura del Sínodo, el Papa habló de la missio ad gentes como una de las tareas primordiales para la evangelización. ¿Cómo la lleváis vosotros adelante?
Durante nuestra experiencia de tantos años evangelizando en medio de muchos alejados de la Iglesia y de muchos paganos, hemos visto a gente que vive en el infierno: muchos matrimonios que se rompen, mujeres que son asesinadas, gente sola, miles y miles de suicidios, tantos jóvenes abandonados a sí mismos en la droga... Dios, que ve la Humanidad sufriente condenada al infierno del no ser, que no puede vivir en la verdad -que es Cristo vivificado en la donación total de sí mismo-, ha enviado a su Hijo a la tierra para que, gracias a su muerte y resurrección, sean perdonados los pecados y el hombre pueda ser liberado de la esclavitud del demonio y recibir la naturaleza divina que le hace hijo de Dios.
En Cristo se abre de nuevo el cielo y el hombre puede amar como Cristo ha amado, gracias al don del Espíritu Santo. Dice san Pablo que «Dios ha querido salvar el mundo a través de la necedad del kerigma» o de la predicación, que es el anuncio de esta noticia. Pero la fe viene por el oído, por la escucha. Sin embargo, nosotros estamos en una sociedad secularizada, postcristiana, que tiene el oído cerrado.
En los Hechos de los Apóstoles se puede leer cómo Dios hace signos, hace milagros, para abrir el oído y preparar a escuchar el kerigma. Después de abrir el oído al kerigma, preguntan a Pedro: «¿Qué tenemos que hacer?» San Pedro responde: «Convertíos y haceos bautizar en el nombre de Jesucristo para el perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2, 38). Sin embargo, en un cierto momento, los milagros cesan porque aparece un milagro superior, que es la Iglesia: «¡Mirad cómo se aman!», gritaban los paganos. Dice Jesús: «Amaos como yo os he amado» y «sed perfectamente uno y el mundo creerá».
También hoy, si queremos llevar adelante una nueva evangelización, es necesario dar signos que puedan abrir el oído al hombre contemporáneo, que le preparen a escuchar. Pero, ¿cómo podrá una comunidad cristiana llegar a esta estatura de fe del amor en la dimensión de la cruz y de la perfecta unidad?
Se necesita un catecumenado postbautismal que haga crecer la fe. Por eso, hay familias del Camino que van de misión entre los no bautizados o los alejados de la Iglesia a países como Alemania, Holanda o Suecia. A las catequesis que ofrecemos vienen muchos paganos y quedan sorprendidos de cómo se relacionan estas familias, porque lo que nos une a los cristianos es la relación en el Espíritu Santo.
Alfa y Omega 1-XI-2012

viernes, 26 de octubre de 2012

-Mensaje del Sinodo al Pueblo de Dios


Mensaje del Sinodo al Pueblo de Dios
Los Padres Sinodales aprobaron el Mensaje al Pueblo de Dios, como conclusión de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Publicamos a continuación el texto integral de la versión en español.
Hermanos y hermanas:
“Gracia a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1, 7). Obispos de todo el mundo, invitados por el Obispo de Roma, el Papa Benedicto XVI, nos hemos reunido para reflexionar juntos sobre “la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” y, antes de volver a nuestras Iglesias particulares, queremos dirigirnos a todos vosotros, para animar y orientar el servicio al Evangelio en los diversos contextos en los que estamos llamados a dar hoy testimonio.
1. Como la samaritana en el pozo.
Nos dejamos iluminar por una página del Evangelio: el encuentro de Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42). No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a la existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer discernimiento para evitar aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas.
Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la Iglesia siente el deber de sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo su Espíritu es el agua que da la vida verdadera y eterna. Sólo Jesús es capaz de leer hasta lo más profundo del corazón y desvelarnos nuestra verdad: “Me ha dicho todo lo que he hecho”, cuenta la mujer a sus vecinos. Esta palabra de anuncio - a la que se une la pregunta que abre a la fe: “¿Será Él el Cristo?” - muestra que quien ha recibido la vida nueva del encuentro con Jesús, a su vez no puede hacer menos que convertirse en anunciador de verdad y esperanza para con los demás. La pecadora convertida se convierte en mensajera de salvación y conduce a toda la ciudad hacia Jesús. De la acogida del testimonio la gente pasará después a la experiencia directa del encuentro: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
2. Una nueva evangelización.
Conducir a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con Él, es una urgencia que aparece en todas las regiones, tanto las de antigua como las de reciente evangelización. En todos los lugares se siente la necesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y sus frutos coherentes. No se trata de comenzar todo de nuevo, sino – con el ánimo apostólico de Pablo, el cual afirma: “¡Ay de mí si non anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16) - de insertarse en el largo camino de proclamación del Evangelio que, desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el presente, ha recorrido la historia y ha edificado comunidades de creyentes por toda la tierra. Por pequeñas o grandes que sean, éstas son el fruto de la entrega de tantos misioneros y de no pocos mártires, de generaciones de testigos de Jesús, de los cuales guardamos una memoria agradecida.
Los cambios sociales, culturales, económicos, políticos y religiosos nos llaman, sin embargo, a algo nuevo: a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones” (Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM, Port-au-Prince 9 marzo 1983, n. 3) como dijo Juan Pablo II. Una evangelización dirigida, como nos ha recordado Benedicto XVI, “principalmente a las personas que, habiendo recibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia viven sin referencia alguna a la vida cristiana [...], para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y social”. (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la solemne inauguración de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 7 octubre 2012)
3. El encuentro personal con Jesucristo en la Iglesia.
Antes de entrar en la cuestión sobre la forma que debe adoptar esta nueva evangelización, sentimos la exigencia de deciros, con profunda convicción, que la fe se decide, sobre todo, en la relación que establecemos con la persona de Jesús, que sale a nuestro encuentro. La obra de la nueva evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo. Os invitamos a todos a contemplar el rostro del Señor Jesucristo, a entrar en el misterio de su existencia, entregada por nosotros hasta la cruz, ratificada como don del Padre por su resurrección de entre los muertos y comunicada a nosotros mediante el Espíritu. En la persona de Jesús se revela el misterio de amor de Dios Padre por la entera familia humana. Él no ha querido dejarla a la deriva de su imposible autonomía, sino que la ha unido a si mismo por medio de una renovada alianza de amor.
La Iglesia es el espacio ofrecido por Cristo en la historia para poderlo encontrar, porque Él le ha entregado su Palabra, el bautismo que nos hace hijos de Dios, su Cuerpo y su Sangre, la gracia del perdón del pecado, sobre todo en el sacramento de la Reconciliación, la experiencia de una comunión que es reflejo mismo del misterio de la Santísima Trinidad y la fuerza del Espíritu que nos mueve a la caridad hacia los demás.
Hemos de constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa, con experiencias concretas de comunión que, con la fuerza ardiente del amor, -“Mirad como se aman” (Tertulliano, Apologetico, 39, 7) – atraigan la mirada desencantada de la humanidad contemporánea. La belleza de la fe debe resplandecer, en particular, en la sagrada liturgia, sobre todo en la Eucaristía dominical. Justo en las celebraciones litúrgicas la Iglesia muestra su rostro de obra de Dios y hace visible, en las palabras y en los gestos, el significado del Evangelio. 
Es nuestra tarea hoy el hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los pozos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida. De esto son responsables las comunidades cristianas y, en ellas, cada discípulo del Señor. Cada uno debe dar un testimonio insustituible para que el Evangelio pueda cruzarse con la existencia de tantas personas. Por eso, se nos exige la santidad de vida.
4. Las ocasiones del encuentro con Jesús y la escucha de la Escritura
Algunos preguntarán cómo llevar a cabo todo esto. No se trata de inventar nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto para poner en el mercado de las religiones sino descubrir los modos mediante los cuales, ante el encuentro con Jesús, las personas se han acercado a Él y por Él se han sentido llamadas y adaptarlos a las condiciones de nuestro tiempo. 
Recordamos, por ejemplo, cómo Pedro, Andrés, Santiago y Juan han sido llamados por Jesús en el contexto de su trabajo, cómo Zaqueo ha podido pasar de la simple curiosidad al calor de la mesa compartida con el Maestro, cómo el centurión pide la intervención del Señor ante la enfermedad de una persona cercana, como el ciego de nacimiento lo ha invocado como liberador de su propia marginación, como Marta y María han visto recompensada su hospitalidad con su propia presencia. Podemos continuar aún recorriendo las páginas de los Evangelios y encontrando tantos y tantos modos en los que la vida de las personas se ha abierto, desde diversas condiciones, a la presencia de Cristo. Y lo mismo podemos hacer con todo lo que la Escritura nos dice de la experiencia misionera de los apóstoles en la Iglesia naciente.
La lectura frecuente de la Sagrada Escritura, iluminada por la Tradición de la Iglesia que nos la entrega y la interpreta auténticamente, no sólo es un paso obligado para conocer el contenido mismo del Evangelio, esto es, la persona de Jesús en el contexto de la historia de la salvación, sino que, además, nos ayuda a hallar espacios nuevos de encuentro con Él, nuevas formas de acción verdaderamente evangélicas, enraizadas en las dimensiones fundamentales de la vida humana: la familia, el trabajo, la amistad, la pobreza y las pruebas de la vida, etc.
5. Evangelizarnos a nosotros mismos y disponernos a la conversión
Queremos resaltar que la nueva evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos. En estos días, muchos obispos nos han recordado que, para poder evangelizar el mundo, la Iglesia debe, ante todo, ponerse a la escucha de la Palabra. La invitación a evangelizar se traduce en una llamada a la conversión.
Sentimos sinceramente el deber de convertirnos a la potencia de Cristo, que es capaz de hacer todas las cosas nuevas, sobre todo nuestras pobres personas. Hemos de reconocer con humildad que la miseria, las debilidades de los discípulos de Jesús, especialmente de sus ministros, hacen mella en la credibilidad de la misión. Somos plenamente conscientes, nosotros los Obispos los primeros, de no poder estar nunca a la altura de la llamada del Señor y del Evangelio que nos ha entregado para su anuncio a las gentes. Sabemos que hemos de reconocer humildemente nuestra debilidad ante las heridas de la historia y no dejamos de reconocer nuestros pecados personales. Estamos, además, convencidos de que la fuerza del Espíritu del Señor puede renovar su Iglesia y hacerla de nuevo esplendorosa si nos dejamos transformar por Él. Lo muestra la vida de los santos, cuya memoria y el relato de sus vidas son instrumentos privilegiados de la nueva evangelización.
Si esta renovación fuese confiada a nuestras fuerzas, habría serios motivos de duda, pero en la Iglesia la conversión y la evangelización no tienen como primeros actores a nosotros, pobres hombres, sino al mismo Espíritu del Señor. Aquí está nuestra fuerza y nuestra certeza, que el mal no tendrá jamás la última palabra, ni en la Iglesia ni en la historia: “No se turbe vuestro corazón y no tengáis miedo” (Jn 14, 27), ha dicho Jesús a sus discípulos.
La tarea de la nueva evangelización descansa sobre esta serena certeza. Nosotros confiamos en la inspiración y en la fuerza del Espíritu, que nos enseñará lo que debemos decir y lo que debemos hacer, aún en las circunstancias más difíciles. Es nuestro deber, por eso, vencer el miedo con la fe, el cansancio con la esperanza, la indiferencia con el amor.
6. Reconocer en el mundo de hoy nuevas oportunidades de evangelización
Este sereno coraje sostiene también nuestra mirada sobre el mundo contemporáneo. No nos sentimos atemorizados por las condiciones del tiempo en que vivimos. Nuestro mundo está lleno de contradicciones y de desafíos, pero sigue siendo creación de Dios, y aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo, en el que puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto. 
No hay lugar para el pesimismo en las mentes y en los corazones de aquellos que saben que su Señor ha vencido a la muerte y que su Espíritu actúa con fuerza en la historia. Con humildad, pero también con decisión - aquella que viene de la certeza de que la verdad siempre vence - nos acercamos a este mundo y queremos ver en él una invitación del Resucitado a ser testigos de su nombre. Nuestra Iglesia está viva y afronta los desafíos de la historia con la fortaleza de la fe y del testimonio de tantos hijos suyos. 
Sabemos que en el mundo debemos afrontar una batalla contra “los Principados y las Potencias” y “los espíritus del mal” (Ef 6,12). No ocultamos los problemas que tales desafíos suponen, pero no nos atemorizan. Esto lo señalamos especialmente ante los fenómenos de globalización, que deben ser para nosotros oportunidad para extender la presencia del Evangelio. También las migraciones - aún con el peso del sufrimiento que conllevan, y con las que queremos estar sinceramente cercanos, con la acogida propia de los hermanos - son ocasiones, como ha sucedido en el pasado, de difusión de la fe y de comunión en todas sus formas. La secularización y la crisis del primado de la política y del Estado piden a la Iglesia repensar su propia presencia en la sociedad, sin renunciar a ella. Las muchas y siempre nuevas formas de pobreza abren espacios inéditos al servicio de la caridad: la proclamación del Evangelio compromete a la Iglesia a estar al lado de los pobres y compartir con ellos sus sufrimientos, como lo hacía Jesús. También en las formas más ásperas de ateísmo y agnosticismo podemos reconocer, aún en modos contradictorios, no un vacío, sino una nostalgia, una espera que requiere una respuesta adecuada.
Frente a los interrogantes que las culturas dominantes plantean a la fe y a la Iglesia, renovamos nuestra fe en el Señor, ciertos de que también en estos contextos el Evangelio es portador de luz y capaz de sanar la debilidad del hombre. No somos nosotros quienes para conducir la obra de la evangelización, sino Dios. Como nos ha recordado el Papa: “La primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo introduciéndonos en esta iniciativa divina, sólo implorando esta iniciativa divina, podemos nosotros también llegar a ser –con él y en él- evangelizadores”. (Benedicto XVI, Meditación de la primera congregación general de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 8 octubre 2012)
7. Evangelización, familia y vida consagrada
Desde la primera evangelización la transmisión de la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en la familia. En ella - con un rol muy significativo desarrollado por las mujeres, sin que con esto queramos disminuir la figura paterna y su responsabilidad - los signos de la fe, la comunicación de las primeras verdades, la educación en la oración, el testimonio de los frutos del amor, han sido infundidos en la vida de los niños y adolescentes en el contexto del cuidado que toda familia reserva al crecimiento de sus pequeños. A pesar de la diversidad de las situaciones geográficas, culturales y sociales, todos los obispos del Sínodo han confirmado este papel esencial de la familia en la transmisión de la fe. No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa. 
No escondemos el hecho de que hoy la familia, que se constituye con el matrimonio de un hombre y una mujer que los hace “una sola carne” (Mt 19,6) abierta a la vida, está atravesada por todas partes por factores de crisis, rodeada de modelos de vida que la penalizan, olvidada de las políticas de la sociedad, de la cual es célula fundamental, no siempre respetada en sus ritmos ni sostenida en sus esfuerzos por las propias comunidades eclesiales. Precisamente por esto, nos vemos impulsados a afirmar que tenemos que desarrollar un especial cuidado por la familia y por su misión en la sociedad y en la Iglesia, creando itinerarios específicos de acompañamiento antes y después del matrimonio.en las formas más penosas de atey son un signo de esta fuente de vida plena para los hombres en la sociedad. Las muchas y siempr Queremos expresar nuestra gratitud a tantos esposos y familias cristianas que con su testimonio continúan mostrando al mundo una experiencia de comunión y de servicio que es semilla de una sociedad más fraterna y pacífica.
Nuestra reflexión se ha dirigido también a las situaciones familiares y de convivencia en las que no se muestra la imagen de unidad y de amor para toda la vida que el Señor nos ha enseñado. Hay parejas que conviven sin el vínculo sacramental del matrimonio; se extienden situaciones familiares irregulares construidas sobre el fracaso de matrimonios anteriores: acontecimientos dolorosos que repercuten incluso sobre la educación en la fe de los hijos. A todos ellos les queremos decir que el amor de Dios no abandona a nadie, que la Iglesia los ama y es una casa acogedora con todos, que siguen siendo miembros de la Iglesia, aunque no puedan recibir la absolución sacramental ni la Eucaristía. Que las comunidades católicas estén abiertas a acompañar a cuantos viven estas situaciones y favorezcan caminos de conversión y de reconciliación.
La vida familiar es el primer lugar en el cual el Evangelio se encuentra con la vida ordinaria y muestra su capacidad de transformar las condiciones fundamentales de la existencia en el horizonte del amor. Pero no menos importante es, para el testimonio de la Iglesia, mostrar como esta vida en el tiempo se abre a una plenitud que va más allá de la historia de los hombres y que conduce a la comunión eterna con Dios. Jesús no se presenta a la mujer samaritana simplemente como aquel que da la vida sino como el que da la “vida eterna” (Jn 4, 14). El don de Dios que la fe hace presente, no es simplemente la promesa de unas mejores condiciones de vida en este mundo, sino el anuncio de que el sentido último de nuestra vida va más allá de este mundo y se encuentra en aquella comunión plena con Dios que esperamos en el final de los tiempos. 
De este sentido de la vida humana más allá de lo terrenal son particulares testigos en la Iglesia y en el mundo cuantos el Señor ha llamado a la vida consagrada, una vida que, precisamente porque está dedicada totalmente a él, en el ejercicio de la pobreza, la castidad y la obediencia, es el signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo. Que de la Asamblea del Sínodo de los Obispos llegue a estos hermanos y hermanas nuestros la gratitud por su fidelidad a la llamada del Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia, la exhortación a la esperanza en situaciones nada fáciles para ellos en estos tiempos de cambio y la invitación a reafirmarse como testigos y promotores de nueva evangelización en los varios ámbitos de la vida en que los carismas de cada instituto los sitúa. 
8. La comunidad eclesial y los diversos agentes de la evangelización
La obra de la evangelización no es labor exclusiva de alguien en la Iglesia sino del conjunto de las comunidades eclesiales, donde se tiene acceso a la plenitud de los instumentos del encuentro con Jesús: la Palabra, los sacramentos, la comunión fraterna, el servicio de la caridad, la misión.
En esta perspectiva emerge sobre todo el papel de la parroquia como presencia de la Iglesia en el territorio en el que viven los hombres, “fuente de la villa”, como le gustaba llamarla a Juan XXIII, en la que todos pueden beber encontrando la frescura del Evangelio. Su función permanece imprescindible, aunque las condiciones particulares pueden requerir una articulación en pequeñas comunidades o vínculos de colaboración en contextos más amplios. Sentimos, ahora, el deber de exhortar a nuestras parroquias a unir a la tradicional cura pastoral del Pueblo de Dios las nuevas formas de misión que requiere la nueva evangelización. Éstas, deben alcanzar también a las variadas formas de piedad popular.
En la parroquia continúa siendo decisivo el ministerio del sacerdote, padre y pastor de su pueblo. A todos los presbíteros, los obispos de esta Asamblea sinodal expresan gratitud y cercanía fraterna por su no fácil tarea y les invitamos a unirse cada vez más al presbiterio diocesano, a una vida espiritual cada vez más intensa y a una formación permanente que los haga capaces de afrontar los cambios sociales.
Junto a los sacerdotes reconocemos la presencia de los diáconos así como la acción pastoral de los catequistas y de tantas figuras ministeriales y de animación en el campo del anuncio y de la catequesis, de la vida litúrgica, del servicio caritativo, así como las diversas formas de participación y de corresponsabilidad de parte de los fieles, hombres y mujeres, cuya dedicación en los diversos servicios de nuestras comunidades no será nunca suficientemente reconocida. También a todos ellos les pedimos que orienten su presencia y su servicio en la Iglesia en la óptica de la nueva evangelización, cuidando su propia formación humana y cristiana, el conocimiento de la fe y la sensibilidad a los fenómenos culturales actuales. 
Mirando a los laicos, una palabra específica se dirige a las varias formas de asociación, antiguas y nuevas, junto con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Todas ellas son expresiones de la riqueza de los dones que el Espíritu entrega a la Iglesia. También a estas formas de vida y compromiso en la Iglesia expresamos nuestra gratitud, exhortándoles a la fidelidad al propio carisma y a la plena comunión eclesial, de modo especial en el ámbito de las Iglesias particulares.
Dar testimonio del Evangelio no es privilegio exclusivo de nadie. Reconocemos con gozo la presencia de tantos hombres y mujeres que con su vida son signos del Evangelio en medio del mundo. Lo reconocemos también en tantos de nuestros hermanos y hermanas cristianos con los cuales la unidad no es todavía perfecta, aunque han sido marcados con el bautismo del Señor y son sus anunciadores. En estos días nos ha conmovido la experiencia de escuchar las voces de tantos responsables de Iglesias y Comunidades eclesiales que nos han dado testimonio de su sed de Cristo y de su dedicación al anuncio del Evangelio, convencidos también ellos de que el mundo tiene necesidad de una nueva evangelización. Estamos agradecidos al Señor por esta unidad en la exigencia de la misión.
9. Para que los jóvenes puedan encontrarse con Cristo
Nos sentimos cercanos a los jóvenes de un modo muy especial, porque son parte relevante del presente y del futuro de la humanidad y de la Iglesia. La mirada de los obispos hacia ellos es todo menos pesimista. Preocupada, sí, pero no pesimista. Preocupada porque justo sobre ellos vienen a confluir los embates más agresivos de estos tiempos; no pesimista, sin embargo, sobre todo porque, lo resaltamos, el amor de Cristo es quien mueve lo profundo de la historia y además, porque descubrimos en nuestros jóvenes aspiraciones profundas de autenticidad, de verdad, de libertad, de generosidad, de las cuales estamos convencidos que sólo Cristo puede ser respuesta capaz de saciarlos.
Queremos ayudarles en su búsqueda e invitamos a nuestras comunidades a que, sin reservas, entren en una dinámica de escucha, de diálogo y de propuestas valientes ante la difícil condición juvenil. Para aprovechar y no apagar la potencia de su entusiasmo. Y para sostener en su favor la justa batalla contra los lugares comunes y las especulaciones interesadas de las fuerzas de este mundo, esforzadas en disipar sus energías y a agotarlas en su propio interés, suprimiendo en ellos cualquier memoria agradecida por el pasado y cualquier planteamiento serio por el futuro. 
La nueva evangelización tiene un campo particularmente árduo pero al mismo tiempo apasionante en el mundo de los jóvenes, como muestran no pocas experiencias, desde las más multitudinarias como las Jornadas Mundiales de la Juventud, a aquellas más escondidas pero no menos importantes, como las numerosas y diversas experiencias de espiritualidad, servicio y misión. A los jóvenes les reconocemos un rol activo en la obra de la evangelización, sobre todo en su ambientes.
10. El Evangelio en diálogo con la cultura y la experiencia humana y con las religiones.
La nueva evangelización tiene su centro en Cristo y en la atención a la persona humana, para hacer posible el encuentro con él. Pero su horizonte es tan ancho como el mundo y no se cierra a ninguna experiencia del hombre. Eso significa que ella cultiva, con particular atención, el diálogo con las culturas, con la confianza de poder encontrar en todas ellas las “semillas del Verbo” de las que hablaban los Santos Padres. En particular, la nueva evangelización tiene necesidad de una renovada alianza entre fe y razón, con la convicción de que la fe tiene recursos suficientes para acoger los frutos de una sana razón abierta a la trascendencia y tiene, al mismo tiempo, la fuerza de sanar los límites y las contradicciones en las que la razón puede tropezar. La fe no deja de contemplar los lacerantes interrogantes que supone la presencia del mal en la vida y la historia de los hombres, encontrando la luz de su esperanza en la Pascua de Cristo.
El encuentro entre fe y razón nutre el esfuerzo de la comunidad cristiana en el mundo de la educación y la cultura. Un lugar especial en este campo lo ocupan las instituciones educativas y de investigación: escuelas y universidades. Donde se desarrolla el conocimiento sobre el hombre y se da una acción educativa, la Iglesia se ve impulsada a testimoniar su propia experiencia y a contribuir a una formación integral de la persona. En este ámbito merecen una atención especial las escuelas y universidades católicas, en las que la apertura a la trascendencia, propia de todo itinerario cultural sincero y educativo, debe completarse con caminos de encuentro con la persona de Jesucristo y de su Iglesia. Vaya la gratitud de los obispos a todos los que, en condiciones muchas veces difíciles, desempeñan esta tarea.
La evangelización exige que se preste gran atención al mundo de la comunicaciones sociales, que son un camino, especialmente en el caso de los nuevos medios, en el que se cruzan tantas vidas, tantos interrogantes y tantas expectativas. Son el lugar donde en muchas ocasiones se forman las conciencias y se muestran los hechos de la propia vida y deben ser una oportunidad nueva para llegar al corazón de los hombres.
Un particular ámbito de encuentro entre fe y razón se da hoy en el diálogo con el conocimiento científico. Éste, por otro lado, no se encuentra lejos de la fe, siendo manifestación de aquel principio espiritual que Dios ha puesto en sus criaturas y que les permite comprender las estructuras racionales que se encuentran en la base de la creación. Cuando la ciencia y la técnica no presumen de encerrar la concepción del hombre y del mundo en un árido materialismo se convierten, entonces, en un precioso aliado para el desarrollo de la humanización de la vida. También a los responsables de esta delicada tarea se dirige nuestro agradecimiento.
Queremos, además, agradecer su esfuerzo a los hombres y mujeres que se dedican a otra expresión del genio humano: el arte en sus varias formas, desde las más antiguas a las más recientes. En sus obras, en cuanto tienden a dar forma a la tensión del hombre hacia la belleza, reconocemos un modo particularmente significativo de expresión de la espiritualidad. Estamos especialmente agradecidos cuando sus bellas creaciones nos ayudan a hacer evidente la belleza del rostro de Dios y de sus criaturas. La vía de la belleza es un camino particularmente eficaz de la nueva evangelización.
Más allá del arte, toda obra del hombre es un espacio en el que, mediante el trabajo, él se hace cooperador de la creación divina. Al mundo de la economía y del trabajo queremos recordar como de la luz del Evangelio surgen algunas llamadas urgentes: liberar el trabajo de aquellas condiciones que no pocas veces lo transforman en un peso insoportable con una perspectiva incierta, amenazada por el desempleo, especialmente entre los jóvenes, poner a la persona humana en el centro del desarrollo económico y pensar este mismo desarrollo como una ocasión de crecimiento de la humanidad en justicia y unidad. El hombre, a través del trabajo con el que transforma el mundo, está llamado a salvaguardar el rostro que Dios ha querido dar a su creación, también por responsabilidad hacia las generaciones venideras.
El Evangelio ilumina también las situaciones de sufrimiento en la enfermedad. En ellas, los cristianos están llamados a mostrar la cercanía de la Iglesia para con los enfermos y discapacitados y con los que con profesionalidad y humanidad trabajan por su salud.
Un ámbito en el que la luz de Evangelio puede y debe iluminar los pasos de la humanidad es el de la vida política, a la cual se le pide un compromiso de cuidado desinteresado y transparente por el bien común, desde el respeto total a la dignidad de la persona humana desde su concepción hasta su fin natural, de la familia fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, de la libertad educativa, en la promoción de la libertad religiosa, en la eliminación de las injusticias, las desigualdades, las discriminaciones, la violencia, el racismo, el hambre y la guerra. A los políticos cristianos que viven el precepto de la caridad se les pide un testimonio claro y transparente en el ejercicio de sus responsabilidades.
El diálogo de la Iglesia tiene su natural destinatario, finalmente, en los seguidores de las religiones. Si evangelizamos es porque estamos convencidos de la verdad de Cristo, y no porque estemos contra nadie. El Evangelio de Jesús es paz y alegría y sus discípulos se alegran de reconocer cuanto de bueno y verdadero el espíritu religioso humano ha sabido descubrir en el mundo creado por Dios y ha expresado en las diferentes religiones.
El diálogo con los creyentes de las diversas religiones quiere ser una contribución a la paz, rechaza todo fundamentalismo y denuncia cualquier violencia que se produce contra los creyentes y las graves violaciones de los derechos humanos. Las Iglesias de todo el mundo son cercanas desde la oración y la fraternidad a los hermanos que sufren y piden a quienes tienen en sus manos los destinos de los pueblos que salvaguarden el derecho de todos a la libre elección, confesión y testimonio de la propia fe.
11. En el año de la fe, la memoria del Concilio Vaticano II y la referencia al Catecismo de la Iglesia Católica.
En el camino abierto por la nueva evangelización podremos sentirnos a veces como en un desierto, en medio de peligros y privados de referencias. El Santo Padre Benedicto XVI, en la homilía de la Misa de apertura del Año de la fe, ha hablado de una “«desertificación» espiritual” que ha avanzado en estos últimos decenios, pero él mismo nos ha dado fuerza afirmando que “a partir de esta experiencia de desierto, de este vacío, podemos nuevamente descubrir la alegría del creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se descubre el valor de aquello que es esencial para vivir” (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la apertura del Año de la fe, Roma 11 octubre 2012). En el desierto, como la mujer la samaritana, se va en busca de agua y de un pozo del que sacarla: ¡dichoso el que en él encuentra a Cristo!
Agradecemos al Santo Padre por el don del Año de la fe, preciosa entrada en el itinerario de la nueva evangelización. Le damos las gracias también por haber unido este Año a la memoria gozosa por los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, cuyo magisterio fundamental para nuestro tiempo se refleja en el Catecismo de la Iglesia Católica, repropuesto, a los veinte años de su publicación, como referencia segura de la fe. Son aniversarios importantes que nos permiten reafirmar nuestra plena adhesión a las enseñanzas del Concilio y nuestro convencido esfuerzo en continuar su puesta en marcha.
12. Contemplando el misterio y cercanos a los pobres
En esta óptica queremos indicar a todos los fieles dos expresiones de la vida de la fe que nos parecen de especial relevancia para incluirlas en la nueva evangelización. 
El primero está constituído por el don y la experiencia de la contemplación. Sólo desde una mirada adorante al misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo. Sólo este silencio orante puede impedir que la palabra de la salvación se confunda en el mundo con los ruidos que lo invaden.Vuelve de nuevo a nuestros labios la palabra de agradecimiento, ahora dirigida a cuantos, hombres y mujeres, dedican su vida, en los monasterios y conventos, a la oración contemplativa. Necesitamos que momentos de contemplación se entrecrucen con la vida ordinaria de la gente. Lugares del espíritu y del territorio que son una llamada hacia Dios; santuarios interiores y templos de piedra que son cruce obligado por el flujo de experiencias que en ellos se suceden y en los cuales todos podemos sentirnos acogidos, incluso aquellos que no saben todavía lo que buscan.
El otro símbolo de autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro del pobre. Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida no es sólo ejercicio de solidaridad, sino ante todo un hecho espiritual. Porque en el rostro del pobre resplandece el mismo rostro de Cristo: “Todo aquello que habéis hecho por uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt. 34 25, 40). 
A los pobres les reconocemos un lugar privilegiado en nuestras comunidades, un puesto que no excluye a nadie, pero que quiere ser un reflejo de como Jesús se ha unido a ellos. La presencia de los pobres en nuestras comunidades es misteriosamente potente: cambia a las personas más que un discurso, enseña fidelidad, hace entender la fragilidad de la vida, exige oración; en definitiva, conduce a Cristo.
El gesto de la caridad, al mismo tiempo, debe ser acompañado por el compromiso con la justicia, con una llamada que se realiza a todos, ricos y pobres. Por eso es necesaria la introducción de la doctrina social de la Iglesia en los itinerarios de la nueva evangelización y cuidar la formación de los cristianos que trabajan al servicio de la convivencia humana desde la vida social y política.
13. Una palabra a las Iglesias de las diversas regiones del mundo.
La mirada de los obispos reunidos en Asamblea sinodal abraza a todas las comunidades eclesiales presentes en todo el mundo. Una mirada de unidad, porque única es la llamada al encuentro con Cristo, pero sin olvidar la diversidad.
Una consideración particular, llena de afecto y gratitud, reservamos los obispos reunidos en el Sínodo a vosotros, cristianos de las Iglesias Orientales Católicas, herederos de la primera difusión del Evangelio, experiencia custodiada por vosotros con amor y fidelidad y a vosotros, cristianos presentes en el Este de Europa. Hoy el Evangelio se os repropone como nueva evangelización a través de la vida litúrgica, la catequesis, la oración familiar diaria, el ayuno, la solidaridad entre las familias, la participación de los laicos en la vida de la comunidad y al diálogo con la sociedad. En no pocos lugares vuestras Iglesias son sometidas a prueba y tribulaciones que dan testimonio de vuestra participación en la cruz de Cristo; algunos fieles están obligados a emigrar y, manteniendo viva la pertenencia a sus propias comunidades de origen, pueden contribuir a la tarea pastoral y a la obra de la evangelización en los países de acogida. El Señor continue bendiciendo vuestra fidelidad y que sobre vuestro futuro brillen horizontes de firme confesión y práctica de la fe en condiciones de paz y de libertad religiosa.
Nos dirigimos a vosotros, hombres y mujeres, que vivís en los países de África y resaltamos inenuestra gratitud por el testimonio que ofrecéis del Evangelio muchas veces en situaciones humanas muy difíciles. Os exhortamos a relanzar la evangelización recibida en tiempos aún recientes, a edificaros como Iglesia “familia de Dios”, a reforzar la identidad de la familia y a sostener la labor de los sacerdotes y catequistas, especialmente en las pequeñas comunidades cristianas. Afirmamos, por otra parte, la exigencia de desarrollar el encuentro del Evangelio con las antiguas y nuevas culturas. Dirigimos una llamada de atención al mundo de la política y a los gobiernos de los diversos países africanos para que, con la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se promuevan los derechos humanos fundamentales y el continente sea liberados de la violencia y los conflictos que lo atormentan.
Los obispos de la Asamblea sinodal os invitan a los cristianos de Norteamérica a responder con gozo a la llamada de la nueva evangelización, mientras admiramos como en vuestra joven historia vuestras comunidades cristianas han dado frutos generosos de fe, caridad y misión. También conviene reconocer que muchas de las expresiones de la cultura de vuestra sociedad están lejos del Evangelio. Se hace, pues, necesario una invitación a la conversión, de la que nace un compromiso que no os coloca fuera de vuestra cultura, sino que os llama a ofrecer a todos la luz de la fe y la fuerza de la vida. Mientras acogéis en vuestras generosas tierras a nueva población de inmigrantes y refugiados, estad dispuestos a abrir las puertas de vuestras casas a la fe. Fieles a los compromisos adquiridos en la Asamblea sinodal para América, sed solidarios con la América Latina en la permanente tarea de evangelización de vuestro continente.
El mismo sentimiento de gratitud dirige la Asamblea del Sínodo a las Iglesia de América Latina y el Caribe. Nos llama la atención en particular cómo se han desarrollado a través de los siglos en vuestro países formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los corazones de tantos de vosotros, formas de servicio en la caridad y de diálogo con las culturas. Ahora, frente a los desafíos del presente, sobre todo la pobreza y la violencia, la Iglesia en Latinoamérica y en el Caribe es exhortada a vivir en un estado permanente de misión, anunciando el Evangelio con esperanza y alegría, formando comunidades de verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo, mostrando con vuestro testimonio como el Evangelio es fuente de una sociedad justa y fraterna. También el pluralismo religioso interroga a vuestras Iglesias y les exige un renovado anuncio del Evangelio.
También a vosotros, cristianos de Asia sentimos la necesidad de dirigiros una palabra de fortalecimiento y exhortación. Vuestra presencia, a pesar de ser una pequeña minoría en el continente en el que viven casi dos tercios de la población mundial, es una semilla profunda, confiada a la fuerza del Espíritu, que crece en el diálogo con las diversas culturas, con las antiguas religiones y con tantos pobres. Aunque a veces está situada al margen de la vida social y en diversos lugares incluso perseguida, la Iglesia de Asia, con su fe fuerte, es una presencia preciosa del Evangelio de Cristo que anuncia justicia, vida y armonía. Cristianos de Asia, sentid la cercanía fraterna de los cristianos de los demás países del mundo, los cuales no pueden olvidar que en vuestro continente, en la Tierra Santa, nació, vivió, murió y resucitó el mismo Jesús.
Una palabra de reconocimiento y de esperanza queremos dirigir los obispos a las Iglesias del continente europeo, hoy en parte marcado por una fuerte secularización, a veces agresiva, y todavía hoy herido por los largos decenios de gobiernos marcados por ideologías enemigas de Dios y del hombre. Reconocemos vuestro pasado y también vuestro presente, en el cual el Evangelio ha creado en Europa certezas y experiencias de fe concretas y decisivas para la evangelización del mundo entero, muchas veces rebosantes de santidad: riqueza del pensamiento teológico, variedad de expresiones carismáticas, formas variadas al servicio de la caridad con los pobres, profundas experiencias contemplativas, creación de una cultura humanística que ha contribuido a dar rostro a la dignidad de la persona y a la construcción del bien común. Las dificultades del presentes no os pueden dejar abatidos, queridos cristianos europeos: éstas os deben desafiar a un anuncio más gozoso y vivo de Cristo y de su Evangelio de vida.
Los obispos de la Asamblea sinodal saludan, finalmente, a los pueblos de Oceanía, que viven bajo la protección de la Cruz del Sur, y les damos gracias por el testimonio del Evangelio de Jesús. Nuestra plegaria por vosotros es para que, como la mujer samaritana en el pozo, también vosotros sintáis viva la sed de una vida nueva y podáis escuchar la Palabra de Jesús que dice: “¡Si conocieras el don de Dios!” (Jn 4, 10). Comprometeos a predicar el Evangelio y a dar a conocer a Jesús en el mundo de hoy. Os exhortamos a encontrarlo en vuestra vida cotidiana, a escucharle y a descubrir, mediante la oración y la meditación, la gracia de poder decir: “Sabemos que este es verdaderamente el salvador del mundo” (Jn 4, 42).
14. La estrella de María ilumina el desierto
A punto de finalizar esta experiencia de comunión entre los obispos de todo el mundo y de colaboración con el ministerio del Sucesor de Pedro, sentimos resonar en nosotros el mandato de Jesús a sus apóstoles: “Id y haced discípulos de todos los pueblo [...]. Sabed que yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). La misión de la Iglesia no se dirige a un territorio en concreto, sino que sale al encuentro de la pliegues más oscuros del corazón de nuestros contemporáneos, para llevarlos al encuentro con Jesús, el Viviente que se hace presente en nuestras comunidades.
Esta presencia llena de gozo nuestros corazones. Agradecidos por el don recibido de él en estos días le dirigimos nuestro canto de alabanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor [...] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Las palabras de María son también las nuestras: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diversos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el camino de la nueva evangelización.
La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: el don del Espíritu Santo, la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, la Estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos.