domingo, 6 de mayo de 2012

-Cristo resucitado, mi esperanza


María Magdalena, es la primera en encontrar en la mañana de Pascua a Jesús resucitado. Ella corrió hacia los otros discípulos y, con el corazón sobrecogido, les anunció: «He visto al Señor» (Jn 20,18). También nosotros hoy abrimos las puertas al grito de victoria: «¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado verdaderamente!».
Todo cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un encuentro que cambia la vida: el encuentro con un hombre único, que nos hace sentir toda la bondad y la verdad de Dios, que nos libra del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino que nos libra de él radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad. He aquí porqué la Magdalena llama a Jesús «mi esperanza»: porque ha sido Él quien la ha hecho renacer, le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal. 
«Cristo, mi esperanza», significa que cada deseo mío de bien encuentra en Él una posibilidad real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena, eterna, porque es Dios mismo que se ha hecho cercano hasta entrar en nuestra humanidad.
Pero María Magdalena, como los otros discípulos, han tenido que ver a Jesús rechazado por los jefes del pueblo, capturado, flagelado, condenado a muerte y crucificado. Debe haber sido insoportable ver la Bondad en persona sometida a la maldad humana, la Verdad escarnecida por la mentira, la Misericordia injuriada por la venganza. Con la muerte de Jesús, parecía fracasar la esperanza de cuantos confiaron en Él. Pero aquella fe nunca dejó de faltar completamente: sobre todo en el corazón de la Virgen María, la madre de Jesús, la llama quedó encendida con viveza también en la oscuridad de la noche. 
En este mundo, la esperanza no puede dejar de hacer cuentas con la dureza del mal. No es solamente el muro de la muerte lo que la obstaculiza, sino más aún las puntas aguzadas de la envidia y el orgullo, de la mentira y de la violencia. Jesús ha pasado por esta trama mortal, para abrirnos el paso hacia el reino de la vida. Hubo un momento en el que Jesús aparecía derrotado: las tinieblas habían invadido la tierra, el silencio de Dios era total, la esperanza una palabra que ya parecía vana.
Y he aquí que, al alba del día después del sábado, se encuentra el sepulcro vacío. Después, Jesús se manifiesta a la Magdalena, a las otras mujeres, a los discípulos. La fe renace más viva y más fuerte que nunca, ya invencible, porque fundada en una experiencia decisiva: «Lucharon vida y muerte / en singular batalla, / y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta». Las señales de la resurrección testimonian la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la misericordia sobre la venganza: «Mi Señor glorioso, / la tumba abandonada, / los ángeles testigos, / sudarios y mortaja».
Queridos hermanos y hermanas: si Jesús ha resucitado, entonces – y sólo entonces – ha ocurrido algo realmente nuevo, que cambia la condición del hombre y del mundo. Entonces Él, Jesús, es alguien del que podemos fiarnos de modo absoluto, y no solamente confiar en su mensaje, sino precisamente en Él, porque el resucitado no pertenece al pasado, sino que está presente hoy, vivo. Cristo es esperanza y consuelo de modo particular para las comunidades cristianas que más pruebas padecen a causa de la fe, por discriminaciones y persecuciones. Y está presente como fuerza de esperanza a través de su Iglesia, cercano a cada situación humana de sufrimiento e injusticia.
Feliz Pascua a todos.”
 Benedicto XVI

-la vida frenética «endurece el corazón»


El Papa advierte de que la vida frenética «endurece el corazón»

 

Benedicto XVI denuncia el activismo y señala el tiempo de oración como una necesidad del hombre para «no ahogarse» y ha  hablado de la importancia de rezar para que no nos ahogue el activismo diario

Demasiadas ocupaciones y una vida frenética «endurecen el corazón de los hombres y hacen sufrir al espíritu»; la vida no puede valorarse con los únicos criterios de la productividad y la eficiencia.
El Papa destacó la importancia de la plegaria en la vida del hombre y señaló que sin ella nuestra vida se vacía y quedamos insatisfechos.
«Las demasiadas ocupaciones, una vida frenética, acaban muchas veces por endurecer el corazón y hacer sufrir al espíritu, decía san Bernardo. Son palabras muy importantes para el hombre de hoy, acostumbrado a evaluar todo con el criterio de la productividad y la eficiencia», subrayó el Obispo de Roma.
Benedicto XVI añadió que el libro de Los Hechos de los Apóstoles recuerda la importancia del trabajo en la vida diaria, pero precisa que se debe desarrollar con responsabilidad y dedicación y sin olvidad la necesidad que tenemos de Dios.
«Sin la plegaria diaria vivida con fidelidad, nuestro menester se vacía, pierde el alma profunda, se reduce a una simple actividad que a larga nos deja insatisfechos», destacó el Papa, que resaltó la antigua tradición cristiana de rezar antes de cada actividad.
El Papa manifestó que los cristianos creen en la fuerza de la palabra de Dios y de la plegaria y subrayó que la oración recuerda a los fieles «que solo de la relación íntima con Dios, cultivada día a día, nace la respuesta a Dios».
Benedicto XVI destacó el primado de la plegaria y de la Palabra de Dios para los hombres y aseguró que «si los pulmones del rezo y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, se corre el riesgo de que nos ahoguemos en medio de las miles de cosas de cada día».
«El rezo es la respiración del alma y de la vida», afirmó el Papa, que invitó a los fieles a mantenerse siempre unidos a Dios con las plegarias.

-la vida de cada hombre es una historia de amor

 En la Iglesia se descubre que la vida de cada hombre es una historia de amor
Acaba de terminar, en la basílica de San Pedro, la celebración eucarística en la que he ordenado a nueve presbíteros nuevos para la diócesis de Roma. Demos gracias a Dios por este regalo, ¡un signo de su amor providente y fiel a la iglesia! Estrechémonos espiritualmente en torno a estos nuevos sacerdotes y recemos para que acojan plenamente la gracia del sacramento que los ha conformado con Cristo Sacerdote y Pastor. Y recemos para que todos los jóvenes estén atentos a la voz de Dios que habla interiormente a su corazón y los llama a desprenderse de todo para que le sirvan. A este objetivo está dedicada la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. En efecto, el Señor llama siempre, pero muchas veces no lo escuchamos. Estamos distraídos por muchas cosas, por otras voces más superficiales; y después tenemos miedo de escuchar la voz del Señor, porque pensamos que puede cortarnos la libertad. En realidad, cada uno de nosotros es fruto del amor: ciertamente, del amor de los padres, pero, más profundamente, del amor de Dios. La Biblia dice: si aunque tu madre no te quisiera, yo te quiero, porque te conozco y te amo (Is. 49,15). En el momento que me doy cuenta de este amor, mi vida cambia: se convierte en una respuesta a este amor, más grande que cualquier otro, y así se realiza plenamente mi libertad.
Los jóvenes que hoy he consagrado sacerdotes no son diferentes de otros jóvenes, pero han sido profundamente tocados por la belleza del amor de Dios, y no podían dejar de responder con toda su vida. ¿Cómo han conocido el amor de Dios? Lo han encontrado en Jesucristo, en su evangelio, en la eucaristía y en la comunidad eclesial. En la Iglesia se descubre que la vida de cada hombre es una historia de amor. Lo muestra claramente la sagrada escritura, y lo confirma el testimonio de los santos. Un ejemplo es la expresión de san Agustín en sus Confesiones, que se vuelve a Dios y le dice: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, y yo fuera ... Tú estabas conmigo, y yo no estaba contigo ... Pero me has llamado, y tu grito le ha ganado a mi sordera" (X, 27.38).
Queridos amigos, recemos por la iglesia, por cada comunidad local, para que sea como un jardín regado, donde pueden germinar y crecer todas las semillas de la vocación que Dios siembra en abundancia. Oremos para que todos cultiven este jardín, en la alegría de sentirse todos llamados, en la variedad de los dones. En particular, que las familias sean el primer lugar en el que se "respire" el amor de Dios, que da la fuerza interior, incluso en medio de las dificultades y las pruebas de la vida. Quien vive en familia la experiencia del amor de Dios, recibe un don inestimable, que da fruto a su tiempo. Que nos conceda todo esto la Santísima Virgen María, modelo de acogida libre y obediente a la llamada divina, Madre de toda vocación en la iglesia.
Benedicto XVI

- la pasión por la verdad del Papa


Pasión por la verdad en Benedicto XVI
El Papa Benedicto XVI cumple 85 años. A esa edad este teólogo de mente abierta a todo saber, carga con la penosa tarea, al timón de la Barca de Pedro, de dirigirla sin naufragar y a contra corriente entre los altivos oleajes de la cultura atea.
En medio de un mundo donde imperan con fuerza las peores mentiras, Benedicto XVI es un hombre apasionado por la verdad. No sólo por las verdades de fe, sino muy incisivamente por las verdades de razón. Benedicto trata de mostrar al mundo que entre la fe cristiana y la razón natural no hay oposición sino apoyo mutuo.
Cuando el Papa actual era cardenal en su libro "Cooperadores de la verdad" escribió: "Buena parte de la antropología moderna concibe al hombre como mono desnudo, rata pérfida, destructor de la naturaleza o como simple producto de la herencia y del azar, incurriendo en un reduccionismo miope inhábil para dar cuenta de las dimensiones genuinas de lo humano, cuya gravedad se aprecia con fuerza creciente en las variadas formas de degradación y envilecimiento de que es objeto el hombre contemporáneo. Semejante desenfoque, que lleva a identificar, como ha hecho Sartre, el infierno con el otro, o a definir al hombre como «robot ciegamente programado para la conservación de moléculas egoístas», es una manifestación de la crisis de nuestra época, cuyo núcleo fundamental se halla en la renuncia de la verdad".
Si no se aceptan las verdades de razón, las que una mente libre debe buscar y puede encontrar, entonces como plasmó Goya en uno de sus grabados mas famosos, "El sueño de la razón produce monstruos".
Monstruos de la razón fueron la Revolución Francesa, el nazismo, el marxismo y ahora lo es la cultura de la muerte. Y nuestro Gobierno ¿se enfrenta a esa cultura destructiva o la sigue dócilmente? 
Luis Fernández Cuervo Domingo, 15 de Abril de 2012

- la Iglesia y la dimension sexual de la persona


La dimensión sexual 
El Papa con sus palabras netas y serenas, recuerda que la Iglesia tiene algo que decir en este ámbito, porque en la tradición cristiana la sexualidad no sólo se ve como un aspecto de la naturaleza humana, sino también como el nudo fundamental de la vida, es decir, la dimensión en la cual cuerpo y espíritu se entrelazan y sobre la cual, por tanto, se puede y se debe actuar para progresar en el camino espiritual. La relación entre mujeres y hombres, por consiguiente, no es un terreno de reflexión sólo para los moralistas y los médicos, sino también para los teólogos. Por lo demás, no podía ser de otra manera, si se tiene presente que el amor es el centro de toda la enseñanza de Jesús.
En este marco, el matrimonio constituye una especie de primera experiencia del amor que une a todo ser humano con Dios, pues es en la experiencia del amor –de la cual forma parte también la pasión sexual– donde el individuo adquiere, sin necesidad de una mediación discursiva o lógica, un saber esencial, el del sacrificio y del don de sí. De hecho, sólo separándose de sí, renunciando a sí mismo, poniendo el propio destino en las manos de otro, abandonándose al otro, el sujeto puede dar un sentido a su existencia. La relación de pareja se transforma así, con el cristianismo, de evento natural y social en vínculo sagrado
Ya antes de ser elegido Papa Benedicto XVI, se distanció del proceso de emancipación femenina occidental centrado en la separación entre sexualidad y reproducción, denunciando en repetidas ocasiones la crisis moral que atraviesa la civilización de Occidente, viendo precisamente en esto una de las razones principales de esta decadencia.
La sexualidad separada de la reproducción se ha convertido en un «derecho» imprescindible «En la cultura del mundo “desarrollado” se ha destruido, en primer lugar, el vínculo entre sexualidad y matrimonio indisoluble. Separado del matrimonio, el sexo ha quedado fuera de órbita y se ha encontrado privado de puntos de referencia: se ha convertido en una especie de mina flotante, en un problema y, al mismo tiempo, en un poder omnipresente. (...) Consumada la separación entre sexualidad y matrimonio, la sexualidad se ha separado también de la procreación. El movimiento ha terminado por desandar el camino en sentido inverso: es decir, procreación sin sexualidad». En suma, estamos pagando «los efectos de una sexualidad sin ligazón alguna con el matrimonio y la procreación. La consecuencia lógica es que toda forma de sexualidad es igualmente válida y, por consiguiente, igualmente digna»….
Siendo cardenal el Papa dedicó en 2004 a este tema uno de sus últimos documentos como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: una carta a los obispos católicos «sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo», donde afirma que la diferencia de los sexos es un don divino, fértil de frutos positivos en todo sentido, y reafirma el pensamiento de la Iglesia sobre la necesidad de una igualdad de derechos y de dignidad entre mujeres y hombres, pero que no llegue a uniformar totalmente los papeles. Resultado que, en la cultura progresista occidental, lleva a negar incluso la diferencia entre mujeres y hombres, cancelando en sustancia el papel femenino, y por tanto la maternidad, a través de la sustitución de la definición biológica con un concepto abstracto: el género, con el que se quiere considerar libre de la realidad biológica del cuerpo para permitir la definición de la identidad sexual sólo desde el punto de vista cultural. Una propuesta que, aun rechazada por la asamblea de las Naciones Unidas de Pekín en 1995, ha encontrado ecos positivos en Occidente y ha quedado incluso recogida, por ejemplo, en la reciente legislación española (las leyes sociales de Zapatero).
Respecto a esta deriva de los derechos típica de cierta cultura progresista occidental, el Papa se ha distanciado netamente, y de este modo ha abierto una posibilidad de confrontación positiva con las demás culturas vinculadas a otras inspiraciones religiosas que –arraigadas como están en la realidad natural y en una ética familiar también a menudo diversa de la cristiana– ven sin embargo con preocupación este proceso actual en los países occidentales. Por consiguiente, en este terreno la confrontación se vuelve más positiva y, en cierto aspecto, más fácil, aunque no conviene olvidar que Benedicto XVI no deja de lado el problema del reconocimiento de la dignidad de la mujer, subrayando que constituye uno de los fundamentos de la tradición cristiana. Lo recordó en su primera encíclica, “Deus caritas est”, donde afronta el tema que hoy es objeto de una de las fracturas más graves entre el pensamiento católico y la modernidad, es decir, la relación amorosa entre un hombre y una mujer. 
Además hay hoy dia un modo de pensar muy difundido en las sociedades occidentales, en el que la Iglesia aparece como una institución que dice siempre no a las aperturas propuestas por la sociedad laica en este ámbito –desde el uso de anticonceptivos artificiales hasta el aborto, desde el amor libre hasta el divorcio, e incluso hasta la aceptación de la homosexualidad como algo normal– pero que luego no tendría mucho que proponer a cambio de estos rechazos. Una institución, la de la Iglesia católica, compuesta en su mayoría por hombres célibes que se permiten hablar de algo que no conocen, y entrar en un campo, precisamente el de la vida sexual entre hombres y mujeres, en el que no deberían meterse. 
  El Papa en cambio, con sus palabras netas y serenas, recuerda que la Iglesia tiene algo que decir en este ámbito, porque en la tradición cristiana la sexualidad no sólo se ve como un aspecto de la naturaleza humana, sino también como el nudo fundamental de la vida, es decir, la dimensión en la cual cuerpo y espíritu se entrelazan y sobre la cual, por tanto, se puede y se debe actuar para progresar en el camino espiritual. La relación entre mujeres y hombres, por consiguiente, no es un terreno de reflexión sólo para los moralistas y los médicos, sino también para los teólogos. Por lo demás, no podía ser de otra manera, si se tiene presente que el amor es el centro de toda la enseñanza de Jesús. 
En este marco, el matrimonio constituye una especie de primera experiencia del amor que une a todo ser humano con Dios, pues es en la experiencia del amor –de la cual forma parte también la pasión sexual– donde el individuo adquiere, sin necesidad de una mediación discursiva o lógica, un saber esencial, el del sacrificio y del don de sí. De hecho, sólo separándose de sí, renunciando a sí mismo, poniendo el propio destino en las manos de otro, abandonándose al otro, el sujeto puede dar un sentido a su existencia. La relación de pareja se transforma así, con el cristianismo, de evento natural y social en vínculo sagrado. Por lo demás, ya en el libro “la Introducción al cristianismo”, habla de «la lucha por la verdadera imagen del amor humano en contra de la falsa adoración del sexo y del eros, de los que nació y nace una esclavitud de la humanidad que no es menor que la que origina el abuso del poder» 
  Esta transformación del modo de concebir el acto sexual queda bien explicada con los teólogos medievales que identificaron los fines del matrimonio. Estos tres pilares en los que se apoya el matrimonio cristiano son: el fin de constituir una familia dirigida al futuro a través de la procreación; la fidelidad recíproca, que significa también, en sentido más profundo, poder ayudarse uno a otro en las vicisitudes de la vida; y, por último, sobre todo, el sacramento como misteriosa presencia de Dios que ayuda a los cónyuges a realizar todo lo bueno que puede derivar de la relación de amor entre una mujer y un hombre, imperfectos y débiles como son todos los seres humanos. 
La idea de que liberar a los seres humanos de toda prohibición en el comportamiento sexual abriría las puertas a la felicidad y a la concordia entre los seres humanos –como quería el eslogan «haz el amor, no la guerra» ha sido una utopía desmentida por el aumento del número de divorcios, por los problemas de las familias desintegradas y por el destino de los hijos. 
Se ha intentado quitar del matrimonio todo lo que constituía renuncia y sacrificio, todo lo que parecía incompatible con el proyecto de realización individual, y se lo ha destruido, o al menos se lo ha vaciado de su verdadero significado. En este contexto, con su primera encíclica, Benedicto XVI recuerda con fuerza la riqueza del matrimonio cristiano tanto para la cultura occidental secularizada como a las demás culturas: lo cual demuestra que un tema teológico como el amor y el matrimonio se puede abordar en un diálogo cultural, en una confrontación no ideológica sino vinculada a la realidad de vida de las personas, a la realidad de vida diaria donde se experimentan las convivencias posibles entre tradiciones culturales distintas.