martes, 11 de septiembre de 2012

-Un Papa con coraje



Un Papa con coraje 
Benedicto XVI viaja a El Líbano, lugar ahora más violento por la guerra civil que se vive en la vecina Siria. En Fenicia, donde los cristianos resisten el empuje fundamentalista, sembrar “reconciliación” resulta algo complejo. Casi todos los habitantes pacíficos se han marchado a Occidente. El Papa corre un riesgo importante en un país como Líbano, él cree que debe ir y muchos cristianos también lo creemos.
Y todo ello en vísperas del decretado Año de la Fe. El ejemplo de valentía es claro
(Enrique Cases /Facebook)

..."No ignoro la situación a menudo dramática que viven los habitantes de esta región, por mucho tiempo desgarrada por conflictos incesantes. Comprendo la angustia de muchos de Medio Oriente, inmersos cotidianamente en sufrimientos de todo tipo, que lamentablemente aquejan, y a veces mortalmente, sus vidas a nivel personal y familiar..."
Palabras del Santo Padre, el domingo dia 9, en el Angelus:
“En los próximos días, viajaré al Líbano para firmar la Exhortación apostólica postsinodal, fruto de la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos celebrado en octubre de 2010. Tendré la feliz oportunidad de encontrar al pueblo libanés y a sus autoridades, además de a los cristianos de ese amado país y de los países vecinos.
No ignoro la situación a menudo dramática que viven los habitantes de esta región, por mucho tiempo desgarrada por conflictos incesantes. Comprendo la angustia de muchos de Medio Oriente, inmersos cotidianamente en sufrimientos de todo tipo, que lamentablemente aquejan, y a veces mortalmente, sus vidas a nivel personal y familiar. Mis pensamientos están con aquellos que, en búsqueda de un espacio de paz, abandonan su vida familiar y profesional y experimentan la precariedad de los exiliados. Aunque parezca difícil encontrar soluciones a los diversos problemas que afectan a la región, no podemos resignarnos a la violencia y la exasperación de las tensiones.
Un compromiso con el diálogo y la reconciliación tiene que ser una prioridad para todas las partes involucradas y debe ser apoyado por la comunidad internacional, cada vez más consciente de la importancia para el mundo entero, de una paz estable y duradera en toda la región. Mi viaje apostólico en el Líbano, y por extensión en el Medio Oriente en su conjunto, se coloca bajo el signo de la paz, en referencia a las palabras de Cristo: "Les doy mi paz" (Jn. 14,27).
¡Que Dios bendiga al Líbano y al Oriente Medio! ¡Que Dios los bendiga a todos!. Benedicto XVI.

El Papa trae un mensaje de paz
Augurio del jefe de la Iglesia católica melquita griega
 “La paz es una bendición para todos nosotros”, lo dijo el jefe de la Iglesia Católica Melquita griega, el patriarca Gregorio III Laham de Antioquía, refiriéndose a la inminente visita del papa al Líbano del 14 al 16 de septiembre próximos. En declaraciones a Radio Vaticana, aseguró que la visita del Papa es muy importante, “ya que trae un mensaje de paz para el Líbano, pero en particular para Siria”. "No hay que olvidar que en los últimos 18 meses de conflicto en Siria, el Santo Padre ha hablado cerca de 15 veces y en varias ocasiones, llamando a la paz, al diálogo y a la unidad en Siria. Por lo tanto, dijo, Siria también está en el corazón del Santo Padre.
"Estamos muy contentos de que el Santo Padre venga en peregrinación a este país, que es una parte de la Tierra Santa", dijo el patriarca. "El Líbano es un país muy acogedor, a pesar de las dificultades y temores", agregó el patriarca Gregorio III Laham de Antioquía.

sábado, 8 de septiembre de 2012

-Un antídoto contra la crisis: adoración eucarística


«Si nosotros no ardemos, el mundo morirá de frío». Munilla, obispo de San Sebastián habló claro en la Vigilia de jóvenes: la adoración al Señor en la Eucaristía es el antídoto para la crisis espiritual que vivimos.
 «Si nosotros no ardemos, el mundo morirá de frío. Cristo quiere que nos ofrezcamos, para que su fuego prenda en nosotros». Es también un soplo que nos alivia, «en medio de nuestros agobios, y paz interior» para «sobrellevar las dificultades sin vernos ahogados en ellas». Celo ardiente y paciencia son un binomio «indispensable en la vida cristiana». Pero adorar no es sólo «sentir como Él siente», sino pedirle «que mis criterios sean los Suyos». Con todo, es fácil distraerse y, «por mirarnos unos a otros con envidias y complejos, dejar de mirarle a Él». La respuesta es fácil: «No te valores o te sientas despreciado por lo que ocurra con los demás. El Señor te quiere a ti personalmente, y tiene un designio irreemplazable contigo».

La Vigilia concluyó renovando la consagración de la juventud al Sagrado Corazón. Esta consagración «es un pacto de amor con Jesucristo. Pero la iniciativa la lleva siempre Él. Él es quien nos consagra y santifica. No se trata sino de dejarle entrar en nuestra vida, de dejarse amar por Él».

Con los turnos de vela, comenzaba una noche diferente. «Hoy, para los jóvenes, la noche es tiempo de compartir amistad, divertirse y, tristemente, para muchos también de ofender al Señor. El turno de adoración es un momento para que cada joven comparta su amistad con el Amigo. Y también es, en unión con el Corazón de Jesús, un momento para pedir y reparar» por esos otros jóvenes que malgastan sus noches. Aunque los frutos de esta oración «sólo Dios los conoce»
Amaneció el domingo, y con él un nuevo deseo, como dijo el obispo de Getafe: comunicar a los demás «esa relación íntima con el Señor» vivida durante la noche. Pero «somos impacientes y queremos que, inmediatamente después de la siembra, llegue la cosecha». Por eso, el «impulso apostólico» al que invita el Señor se ha de vivir «con paz en el corazón», también ante las propias limitaciones. «No podemos avasallar, como Dios no nos avasalla a nosotros. Él sabe que las cosas necesitan su tiempo para dar fruto». Aludiendo al Evangelio de la parábola del grano de mostaza, afirmó que, «aunque nuestros grupos sean aparentemente insignificantes, la fuerza de Dios obra maravillas cuando dejamos que actúe». También «en la sencillez y en la normalidad de cada día se esconde el germen del reino de Dios». Un buen mensaje para volver a casa, tras una noche especial.

* «Estamos cansados, pero ofrecer una noche al Señor siempre vale la pena, y Él nos recompensa. (Daniel).

* «Para mí, la consagración al Sagrado Corazón de Jesús es una gran tranquilidad, porque nos acoge a todos en Su Corazón, y no tenemos nada que temer. Tenemos que trabajar para que los demás también lo conozcan» (Lorena).

* «Desde que he comprendido todo lo que el Señor ha hecho por mí, es una gran alegría compartir un rato con Él. Es muy especial estar vinculados al Corazón de Cristo, porque de ahí mana Su Amor, y eso es lo que tenemos que dar a los demás» (Manuel).

domingo, 2 de septiembre de 2012

--la alegría es un elemento central de la experiencia cristiana


Benedicto XVI, 15 Marzo 2012:
…”A veces se presenta una imagen del Cristianismo como una propuesta de vida que oprime nuestra libertad, que va contra nuestro deseo de felicidad y alegría. Pero esto no corresponde a la verdad. Los cristianos son hombres y mujeres verdaderamente felices, porque saben que nunca están solos, sino que siempre están sostenidos por las manos de Dios. Sobre todo vosotros, jóvenes discípulos de Cristo, tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe. El Evangelio es la «buena noticia» de que Dios nos ama y que cada uno de nosotros es importante para Él. Mostrad al mundo que esto de verdad es así...."
-Sigue aquí el texto de la enseñanza del Papa: 
…. la alegría es un elemento central de la experiencia cristiana. También experimentamos en cada Jornada Mundial de la Juventud una alegría intensa, la alegría de la comunión, la alegría de ser cristianos, la alegría de la fe…Vemos la fuerza atrayente que ella tiene: en un mundo marcado a menudo por la tristeza y la inquietud, la alegría es un testimonio importante de la belleza y fiabilidad de la fe cristiana.
La Iglesia tiene la vocación de llevar la alegría al mundo, una alegría auténtica y duradera, aquella que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén en la noche del nacimiento de Jesús. Dios no sólo ha hablado, no sólo ha cumplido signos prodigiosos en la historia de la humanidad, sino que se ha hecho tan cercano que ha llegado a hacerse uno de nosotros, recorriendo las etapas de la vida entera del hombre. En el difícil contexto actual, muchos jóvenes en vuestro entorno tienen una inmensa necesidad de sentir que el mensaje cristiano es un mensaje de alegría y esperanza. Quisiera reflexionar ahora con vosotros sobre esta alegría, sobre los caminos para encontrarla, para que podáis vivirla cada vez con mayor profundidad y ser mensajeros de ella entre los que os rodean.

1. Nuestro corazón está hecho para la alegría
La aspiración a la alegría está grabada en lo más íntimo del ser humano. Más allá de las satisfacciones inmediatas y pasajeras, nuestro corazón busca la alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar «sabor» a la existencia. Y esto vale sobre todo para vosotros, porque la juventud es un período de un continuo descubrimiento de la vida, del mundo, de los demás y de sí mismo. Es un tiempo de apertura hacia el futuro, donde se manifiestan los grandes deseos de felicidad, de amistad, del compartir y de verdad; donde uno es impulsado por ideales y se conciben proyectos.
Cada día el Señor nos ofrece tantas alegrías sencillas: la alegría de vivir, la alegría ante la belleza de la naturaleza, la alegría de un trabajo bien hecho, la alegría del servicio, la alegría del amor sincero y puro. Y si miramos con atención, existen tantos motivos para la alegría: los hermosos momentos de la vida familiar, la amistad compartida, el descubrimiento de las propias capacidades personales y la consecución de buenos resultados, el aprecio que otros nos tienen, la posibilidad de expresarse y sentirse comprendidos, la sensación de ser útiles para el prójimo. Y, además, la adquisición de nuevos conocimientos mediante los estudios, el descubrimiento de nuevas dimensiones a través de viajes y encuentros, la posibilidad de hacer proyectos para el futuro. También pueden producir en nosotros una verdadera alegría la experiencia de leer una obra literaria, de admirar una obra maestra del arte, de escuchar e interpretar la música o ver una película.
Pero cada día hay tantas dificultades con las que nos encontramos en nuestro corazón, tenemos tantas preocupaciones por el futuro, que nos podemos preguntar si la alegría plena y duradera a la cual aspiramos no es quizá una ilusión y una huída de la realidad. Hay muchos jóvenes que se preguntan: ¿es verdaderamente posible hoy en día la alegría plena? Esta búsqueda sigue varios caminos, algunos de los cuales se manifiestan como erróneos, o por lo menos peligrosos. Pero, ¿cómo podemos distinguir las alegrías verdaderamente duraderas de los placeres inmediatos y engañosos? ¿Cómo podemos encontrar en la vida la verdadera alegría, aquella que dura y no nos abandona ni en los momentos más difíciles?

2. Dios es la fuente de la verdadera alegría
En realidad, todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o las grandes de la vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman. Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre nosotros su amor, para colmarnos de su presencia y su gracia. Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy amado, tengo un puesto en el mundo y en la historia, soy amado personalmente por Dios. Y si Dios me acepta, me ama y estoy seguro de ello, entonces sabré con claridad y certeza que es bueno que yo sea, que exista.
Este amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de modo pleno en Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos.
En el Evangelio vemos cómo los hechos que marcan el inicio de la vida de Jesús se caracterizan por la alegría. Cuando el arcángel Gabriel anuncia a la Virgen María que será madre del Salvador, comienza con esta palabra: «¡Alégrate!». En el nacimiento de Jesús, el Ángel del Señor dice a los pastores: «Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Y los Magos que buscaban al niño, «al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría». El motivo de esta alegría es, por lo tanto, la cercanía de Dios, que se ha hecho uno de nosotros. Esto es lo que san Pablo quiso decir cuando escribía a los cristianos de Filipos: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca». La primera causa de nuestra alegría es la cercanía del Señor, que me acoge y me ama.
En efecto, el encuentro con Jesús produce siempre una gran alegría interior. Lo podemos ver en muchos episodios de los Evangelios. Recordemos la visita de Jesús a Zaqueo, un recaudador de impuestos deshonesto, un pecador público, a quien Jesús dice: «Es necesario que hoy me quede en tu casa». Y san Lucas dice que Zaqueo «lo recibió muy contento». Es la alegría del encuentro con el Señor; es sentir el amor de Dios que puede transformar toda la existencia y traer la salvación. Zaqueo decide cambiar de vida y dar la mitad de sus bienes a los pobres.
En la hora de la pasión de Jesús, este amor se manifiesta con toda su fuerza. Él, en los últimos momentos de su vida terrena, en la cena con sus amigos, dice: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor… Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud». Jesús quiere introducir a sus discípulos y a cada uno de nosotros en la alegría plena, la que Él comparte con el Padre, para que el amor con que el Padre le ama esté en nosotros. La alegría cristiana es abrirse a este amor de Dios y pertenecer a Él.
Los Evangelios relatan que María Magdalena y otras mujeres fueron a visitar el sepulcro donde habían puesto a Jesús después de su muerte y recibieron de un Ángel una noticia desconcertante, la de su resurrección. Entonces, así escribe el Evangelista, abandonaron el sepulcro a toda prisa, «llenas de miedo y de alegría», y corrieron a anunciar la feliz noticia a los discípulos. Jesús salió a su encuentro y dijo: «Alegraos». Es la alegría de la salvación que se les ofrece: Cristo es el viviente, es el que ha vencido el mal, el pecado y la muerte. Él está presente en medio de nosotros como el Resucitado, hasta el final de los tiempos. El mal no tiene la última palabra sobre nuestra vida, sino que la fe en Cristo Salvador nos dice que el amor de Dios es el que vence.
Esta profunda alegría es fruto del Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios, capaces de vivir y gustar su bondad, de dirigirnos a Él con la expresión «Abba», Padre. La alegría es signo de su presencia y su acción en nosotros.

3. Conservar en el corazón la alegría cristiana
Aquí nos preguntamos: ¿Cómo podemos recibir y conservar este don de la alegría profunda, de la alegría espiritual?
Un Salmo dice: «Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón» (Sal 37,4). Jesús explica que «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. Encontrar y conservar la alegría espiritual surge del encuentro con el Señor, que pide que le sigamos, que nos decidamos con determinación, poniendo toda nuestra confianza en Él. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de arriesgar vuestra vida abriéndola a Jesucristo y su Evangelio; es el camino para tener la paz y la verdadera felicidad dentro de nosotros mismos, es el camino para la verdadera realización de nuestra existencia de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza.
Buscar la alegría en el Señor: la alegría es fruto de la fe, es reconocer cada día su presencia, su amistad: «El Señor está cerca»; es volver a poner nuestra confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. El «Año de la Fe», que iniciaremos dentro de pocos meses, nos ayudará y estimulará. Queridos amigos, aprended a ver cómo actúa Dios en vuestras vidas, descubridlo oculto en el corazón de los acontecimientos de cada día. Creed que Él es siempre fiel a la alianza que ha sellado con vosotros el día de vuestro Bautismo. Sabed que jamás os abandonará. Dirigid a menudo vuestra mirada hacia Él. En la cruz entregó su vida porque os ama. La contemplación de un amor tan grande da a nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada puede destruir. Un cristiano nunca puede estar triste porque ha encontrado a Cristo, que ha dado la vida por él.
Buscar al Señor, encontrarlo, significa también acoger su Palabra, que es alegría para el corazón. El profeta Jeremías escribe: «Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón» (Jeremias 15,16). Aprended a leer y meditar la Sagrada Escritura; allí encontraréis una respuesta a las preguntas más profundas sobre la verdad que anida en vuestro corazón y vuestra mente. La Palabra de Dios hace que descubramos las maravillas que Dios ha obrado en la historia del hombre y que, llenos de alegría, proclamemos en alabanza y adoración: «Venid, aclamemos al Señor… postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro» (Salmo 95,1.6).
La Liturgia en particular, es el lugar por excelencia donde se manifiesta la alegría que la Iglesia recibe del Señor y transmite al mundo. Cada domingo, en la Eucaristía, las comunidades cristianas celebran el Misterio central de la salvación: la muerte y resurrección de Cristo. Este es un momento fundamental para el camino de cada discípulo del Señor, donde se hace presente su sacrificio de amor; es el día en el que encontramos al Cristo Resucitado, escuchamos su Palabra, nos alimentamos de su Cuerpo y su Sangre. Un Salmo afirma: «Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (Sal 118,24). En la noche de Pascua, la Iglesia canta el Exultet, expresión de alegría por la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte: «¡Exulte el coro de los ángeles… Goce la tierra inundada de tanta claridad… resuene este templo con las aclamaciones del pueblo en fiesta!». La alegría cristiana nace del saberse amados por un Dios que se ha hecho hombre, que ha dado su vida por nosotros y ha vencido el mal y la muerte; es vivir por amor a él. Santa Teresa del Niño Jesús, joven carmelita, escribió: «Jesús, mi alegría es amarte a ti» (Poesía 45/7).

4. La alegría del amor
Queridos amigos, la alegría está íntimamente unida al amor; ambos son frutos inseparables del Espíritu Santo. El amor produce alegría, y la alegría es una forma del amor. La beata Madre Teresa de Calcuta, recordando las palabras de Jesús: «hay más dicha en dar que en recibir», decía: «La alegría es una red de amor para capturar las almas. Dios ama al que da con alegría. Y quien da con alegría da más». El siervo de Dios el Papa Pablo VI escribió: «En el mismo Dios, todo es alegría porque todo es un don.
Pensando en los diferentes ámbitos de vuestra vida, quisiera deciros que amar significa constancia, fidelidad, tener fe en los compromisos. Y esto, en primer lugar, con las amistades. Nuestros amigos esperan que seamos sinceros, leales, fieles, porque el verdadero amor es perseverante también y sobre todo en las dificultades. Y lo mismo vale para el trabajo, los estudios y los servicios que desempeñáis. La fidelidad y la perseverancia en el bien llevan a la alegría, aunque ésta no sea siempre inmediata.
Para entrar en la alegría del amor, estamos llamados también a ser generosos, a no conformarnos con dar el mínimo, sino a comprometernos a fondo, con una atención especial por los más necesitados. El mundo necesita hombres y mujeres competentes y generosos, que se pongan al servicio del bien común. Esforzaos por estudiar con seriedad; cultivad vuestros talentos y ponedlos desde ahora al servicio del prójimo. Buscad el modo de contribuir, allí donde estéis, a que la sociedad sea más justa y humana. Que toda vuestra vida esté impulsada por el espíritu de servicio, y no por la búsqueda del poder, del éxito material y del dinero.
A propósito de generosidad, tengo que mencionar una alegría especial; es la que se siente cuando se responde a la vocación de entregar toda la vida al Señor. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de la llamada de Cristo a la vida religiosa, monástica, misionera o al sacerdocio. Tened la certeza de que colma de alegría a los que, dedicándole la vida desde esta perspectiva, responden a su invitación a dejar todo para quedarse con Él y dedicarse con todo el corazón al servicio de los demás. Del mismo modo, es grande la alegría que Él regala al hombre y a la mujer que se donan totalmente el uno al otro en el matrimonio para formar una familia y convertirse en signo del amor de Cristo por su Iglesia.
Quisiera mencionar un tercer elemento para entrar en la alegría del amor: hacer que crezca en vuestra vida y en la vida de vuestras comunidades la comunión fraterna. Hay vínculo estrecho entre la comunión y la alegría. No en vano san Pablo escribía su exhortación en plural; es decir, no se dirige a cada uno en singular, sino que afirma: «Alegraos siempre en el Señor». Sólo juntos, viviendo en comunión fraterna, podemos experimentar esta alegría. El libro de los Hechos de los Apóstoles describe así la primera comunidad cristiana: «Partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón». Empleaos también vosotros a fondo para que las comunidades cristianas puedan ser lugares privilegiados en que se comparta, se atienda y cuiden unos a otros.

5. La alegría de la conversión
Queridos amigos, para vivir la verdadera alegría también hay que identificar las tentaciones que la alejan. La cultura actual lleva a menudo a buscar metas, realizaciones y placeres inmediatos, favoreciendo más la inconstancia que la perseverancia en el esfuerzo y la fidelidad a los compromisos. Los mensajes que recibís empujar a entrar en la lógica del consumo, prometiendo una felicidad artificial. La experiencia enseña que el poseer no coincide con la alegría. Hay tantas personas que, a pesar de tener bienes materiales en abundancia, a menudo están oprimidas por la desesperación, la tristeza y sienten un vacío en la vida. Para permanecer en la alegría, estamos llamados a vivir en el amor y la verdad, a vivir en Dios.
La voluntad de Dios es que nosotros seamos felices. Por ello nos ha dado las indicaciones concretas para nuestro camino: los Mandamientos. Cumpliéndolos encontramos el camino de la vida y de la felicidad. Aunque a primera vista puedan parecer un conjunto de prohibiciones, casi un obstáculo a la libertad, si los meditamos más atentamente a la luz del Mensaje de Cristo, representan un conjunto de reglas de vida esenciales y valiosas que conducen a una existencia feliz, realizada según el proyecto de Dios. Cuántas veces, en cambio, constatamos que construir ignorando a Dios y su voluntad nos lleva a la desilusión, la tristeza y al sentimiento de derrota. La experiencia del pecado como rechazo a seguirle, como ofensa a su amistad, ensombrece nuestro corazón.
Pero aunque a veces el camino cristiano no es fácil y el compromiso de fidelidad al amor del Señor encuentra obstáculos o registra caídas, Dios, en su misericordia, no nos abandona, sino que nos ofrece siempre la posibilidad de volver a Él, de reconciliarnos con Él, de experimentar la alegría de su amor que perdona y vuelve a acoger.
Queridos jóvenes, ¡recurrid a menudo al Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación! Es el Sacramento de la alegría reencontrada. Pedid al Espíritu Santo la luz para saber reconocer vuestro pecado y la capacidad de pedir perdón a Dios acercándoos a este Sacramento con constancia, serenidad y confianza. El Señor os abrirá siempre sus brazos, os purificará y os llenará de su alegría: habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte.

6. La alegría en las pruebas
Al final puede que quede en nuestro corazón la pregunta de si es posible vivir de verdad con alegría incluso en medio de tantas pruebas de la vida, especialmente las más dolorosas y misteriosas; de si seguir al Señor y fiarse de Él da siempre la felicidad.
La respuesta nos la pueden dar algunas experiencias de jóvenes como vosotros que han encontrado precisamente en Cristo la luz que permite dar fuerza y esperanza, también en medio de situaciones muy difíciles…
….El cristiano auténtico no está nunca desesperado o triste, incluso ante las pruebas más duras; la alegría cristiana no es una huída de la realidad, sino una fuerza sobrenatural para hacer frente y vivir las dificultades cotidianas. Sabemos que Cristo crucificado y resucitado está con nosotros, es el amigo siempre fiel. Cuando participamos en sus sufrimientos, participamos también en su alegría. Con Él y en Él, el sufrimiento se transforma en amor. Y ahí se encuentra la alegría.

7. Testigos de la alegría
Queridos amigos, para concluir quisiera alentaros a ser misioneros de la alegría. No se puede ser feliz si los demás no lo son. Por ello, hay que compartir la alegría. Id a contar a los demás jóvenes vuestra alegría de haber encontrado aquel tesoro precioso que es Jesús mismo. No podemos conservar para nosotros la alegría de la fe; para que ésta pueda permanecer en nosotros, tenemos que transmitirla. San Juan afirma: «Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros… Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo».
A veces se presenta una imagen del Cristianismo como una propuesta de vida que oprime nuestra libertad, que va contra nuestro deseo de felicidad y alegría. Pero esto no corresponde a la verdad. Los cristianos son hombres y mujeres verdaderamente felices, porque saben que nunca están solos, sino que siempre están sostenidos por las manos de Dios. Sobre todo vosotros, jóvenes discípulos de Cristo, tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe. El Evangelio es la «buena noticia» de que Dios nos ama y que cada uno de nosotros es importante para Él. Mostrad al mundo que esto de verdad es así.
Por lo tanto, sed misioneros entusiasmados de la nueva evangelización. Llevad a los que sufren, a los que están buscando, la alegría que Jesús quiere regalar. Llevadla a vuestras familias, a vuestras escuelas y universidades, a vuestros lugares de trabajo y a vuestros grupos de amigos, allí donde vivís. Veréis que es contagiosa. Y recibiréis el ciento por uno: la alegría de la salvación para vosotros mismos, la alegría de ver la Misericordia de Dios que obra en los corazones. En el día de vuestro encuentro definitivo con el Señor, Él podrá deciros: «¡Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu señor!».
Que la Virgen María os acompañe en este camino. Ella acogió al Señor dentro de sí y lo anunció con un canto de alabanza y alegría, el Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador». María respondió plenamente al amor de Dios dedicando a Él su vida en un servicio humilde y total. Es llamada «causa de nuestra alegría» porque nos ha dado a Jesús. Que Ella os introduzca en aquella alegría que nadie os podrá quitar.

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA XXVII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2012

«¡Alegraos siempre en el Señor!» (Flp 4,4). Este año, el tema de la Jornada Mundial de la Juventud nos lo da la exhortación de la Carta del apóstol san Pablo a los Filipenses: «¡Alegraos siempre en el Señor!» (4,4).
Vaticano, 15 de marzo de 2012

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/youth/documents/hf_ben-xvi_mes_20120315_youth_sp.html