María es Corredentora, con mayúscula, porque colaboró con la Redención de Cristo de forma especial, insustituible y necesaria, cualitativamente distinta a la de cualquier ser humano antes o después de ella. Es evidente que esta colaboración, por mucho que sea distinta a la del resto de la humanidad, no coloca a la Virgen Madre en pie de igualdad con Cristo, que es el único Redentor. Su corredención está al servicio de la única Redención de su Hijo. Como siempre sucede en su caso, María nunca desvía nuestra atención de Cristo, sino que nos lleva más rápida y profundamente a Él: recibiéndolo en su seno para nosotros, mostrándonoslo en sus brazos como Niño, remitiéndonos a Él como en Caná, acompañándolo al Calvario, recibiendo como hija a su Cuerpo que es la Iglesia o sentándose junto a Él como Reina y Señora de cielos y tierra. Ella es la omnipotencia suplicante, la Inmaculada por gracia del único Redentor, la Sierva del Señor, la Toda Santa por estar llena de su Hijo, la Asunta al cielo por que nada en el mundo podía separarla de su Hijo. Todo esto es pura doctrina católica y no se puede negar. Y probablemente, no haga falta convertir la corredención en dogma, precisamente porque es doctrina conocida por todos (aunque quizá no siempre se explicite con claridad) y que nadie niega (a no ser herejes completos que niegan absolutamente todo). No toda doctrina tiene que convertirse en dogma, especialmente si no es negada por nadie. La existencia de Dios, por ejemplo, no ha sido definida expresamente como dogma de fe, básicamente porque nada tendría sentido en el catolicismo sin ella. En cambio, es muy posible que fuera más apropiado que la Iglesia proclamase de forma solemne el título de Corredentora, como se hizo en el Concilio Vaticano II con el de Madre de la Iglesia. Dicho eso, tampoco pasaría nada porque se definiera formalmente esta enseñanza como dogma si algún Papa lo considerara oportuno, ya que, como hemos visto, es indudable que forma parte de la fe de la Iglesia.
En cualquier caso, se
proclame como dogma y título solemne o no, todo cristiano puede dirigirse a su
Madre como Corredentora. Al hacerlo, no hace más que unirse a San Juan Pablo II, Pío XI,
Benedicto XV, San Enrique Newman, San Josemaría, Santa Teresa de Calcuta, Santa
Edith Stein, San Pío de Pietrelcina e innumerables cristianos de todos los
tiempos. El contenido de este título es, simplemente, parte de nuestra fe
y lo ha sido siempre, desde que se escribieron los Evangelios y aún antes,
cuando los Apóstoles contaban a los primeros cristianos, en susurros llenos de
admiración, que el ángel Gabriel anunció a María y ella concibió a Cristo por
obra del Espíritu Santo después de decir: he aquí la esclava del Señor.
Y en cuanto a negar que la Virgen sea corredentora, se opone a San Ireneo, San Jerónimo, San Juan Damasceno, San Bernardo, Sto. Tomás de Aquino, Santa Teresa de Calcuta y a muchos papas, de los que sólo por poner un ejemplo podemos constatar tres afirmaciones:
El Papa León XIII: “Ella compartió con su Hijo Jesús la redención de la humanidad.”
El Papa Benedicto XV escribió: “Para calmar la justicia de Dios, podemos correctamente decir que Ella redimió a la raza humana junto con Cristo.”
El Papa Pío XI: “El Redentor debía tener asociada a su Madre en su obra. Por esta razón, la invocamos bajo el título de Corredentora.”
Para
muchos hoy no se discute el contenido del título de
"Corredentora", sino el título mismo, porque se presta a malos
entendidos y si los malos entendidos se pueden evitar, es lo mejor. Pensando en
esto, el mismo Concilio Vaticano II, le llama Cooperadora de la Redención:
Cooperadora singular, eso sí, pues su condición de Madre del Redentor, la hace
colaboradora sin par. Luego después de ella viene la Cooperación de San José (a
la que, en algún momento, también se le llamó corredención) y luego por grados,
la cooperación de todos los demás, ejemplo: Apóstoles; etc..