jueves, 27 de enero de 2022

- Cuatro etapas para la unidad de los cristianos, según el Papa Francisco

Tomando la imagen de los reyes magos, el Papa reflexionó en las etapas para la unidad de los cristianos en una homilía en las vísperas celebradas en la basílica de San Pablo Extramuros al finalizar la oración por la unidad de los cristianos.

 El Papa Francisco ofreció una homilía en la que contempló el itinerario de los reyes magos que constó de tres etapa -según el Santo Padre-: “comienza en oriente, pasa por Jerusalén y por último llega a Belén”.

1) Salir: la inquietud de la búsqueda de Dios que se hace caminar

Antes que nada, los Magos salen «del oriente» (Mt 2,1), porque desde allí ven aparecer la estrella. Inician su viaje en oriente, que es donde sale el sol, pero van en busca de una luz más grande. Estos sabios no se conforman con sus conocimientos y sus tradiciones, sino que desean algo más. Por eso afrontan un viaje arriesgado, impulsados por la inquietud de la búsqueda de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, sigamos también nosotros la estrella de Jesús. No nos dejemos deslumbrar por los resplandores del mundo, estrellas esplendentes pero fugaces. No sigamos las modas del momento, meteoros que se apagan; no caigamos en la tentación de brillar con luz propia, o sea de encerrarnos en nuestro grupo y salvaguardarnos a nosotros mismos. Que nuestra mirada esté fija en Cristo, en el cielo, en la estrella de Jesús. Sigámoslo a Él, a su Evangelio y a su invitación a la unidad, sin preocuparnos de lo largo y difícil que será el camino para alcanzarla plenamente. No nos olvidemos que mirando la luz, la Iglesia, nuestra Iglesia, en el camino de la unidad, continua a ser el “mysterium lunae”.

       El Papa rezando frente al lugar donde está el sepulcro de San Pablo en la Basilica de su nombre

Anhelemos y caminemos juntos, apoyándonos recíprocamente, como lo hicieron los Magos. La tradición nos los ha descrito frecuentemente vestidos con trajes diferentes, para simbolizar pueblos diversos. En los Magos podemos ver reflejadas nuestras diferencias, las distintas tradiciones y experiencias cristianas, pero también nuestra unidad, que nace del mismo deseo: mirar al cielo y caminar juntos en la tierra. Caminar.

El oriente nos hace pensar también en los cristianos que viven en varias regiones diezmadas por la guerra y la violencia. Es precisamente el Consejo de las Iglesias de Oriente Medio el que ha preparado los subsidios para esta Semana de oración. Estos hermanos y hermanas nuestros tienen muchos desafíos difíciles que afrontar y, sin embargo, con su testimonio nos dan esperanza, nos recuerdan que la estrella de Cristo sigue brillando en las tinieblas y no se apaga; que el Señor desde lo alto acompaña y alienta nuestros pasos. Alrededor de Él, en el cielo, brillan juntos, sin distinciones de confesión, muchísimos mártires, que nos indican a los que estamos en la tierra, un camino preciso, el de la unidad.

                    El lugar donde está el sepulcro de San Pablo en la Basilica de su nombre

2) Pasar por las duras realidades de la tierra: la decepción y la oposición

De oriente los Magos llegan a Jerusalén con el deseo de Dios en el corazón, diciendo: «Vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarlo» (v. 2). Pero de su deseo por el cielo son llevados de regreso a la dura realidad de la tierra: «cuando el rey Herodes oyó esto —dice el Evangelio—, se alarmó, y con él toda Jerusalén» (v. 3). En la ciudad santa los Magos, en vez de ver reflejada la luz de la estrella, experimentan la resistencia de las fuerzas oscuras del mundo. No es sólo Herodes el que se siente amenazado por la novedad de una realeza distinta de la corrompida por el poder mundano, es toda Jerusalén la que se turba por el anuncio de los Magos.

Incluso en nuestro camino hacia la unidad podemos estancarnos por la misma razón que paralizó a aquella gente: la conmoción, el miedo. Es el temor a la novedad, que sacude los hábitos y las seguridades adquiridas; es el miedo a que el otro desestabilice mis tradiciones y mis esquemas consolidados; pero, en el fondo, es el miedo que vive en el corazón del hombre y del que el Señor Resucitado quiere liberarnos. Dejemos, pues, resonar en nuestro camino de comunión su exhortación pascual: «¡No teman!» (Mt 28,5.10). No temamos anteponer al hermano a nuestros miedos, porque el Señor quiere que confiemos los unos en los otros y que caminemos juntos, a pesar de nuestras debilidades y nuestros pecados, a pesar de los errores del pasado y las heridas recíprocas.

En Jerusalén, lugar de decepción y de oposición, justo donde la vía indicada por el Cielo parece estrellarse contra los muros levantados por los hombres, es donde los Magos descubren el camino hacia Belén; y son los sacerdotes y los escribas quienes, escrutando las Escrituras (cf. Mt 2,4), dan la indicación. Los Magos encuentran a Jesús no solo gracias a la estrella, que entretanto había desaparecido; sino también a la Palabra de Dios. Tampoco nosotros, los cristianos, podemos llegar al Señor sin su Palabra viva y eficaz (cf. Hb 4,12), que fue dada a todo el Pueblo de Dios para ser recibida, para orar con ella y meditarla juntos.

Acerquémonos, pues, a Jesús por medio de su Palabra, pero acerquémonos también a nuestros hermanos por medio de la Palabra de Jesús. Así su estrella surgirá de nuevo en nuestro camino y nos dará gozo.

3) La llegada, la etapa decisiva del camino es la comunión con Jesús al centro

Esto es lo que les sucedió a los Magos cuando llegaron a su última etapa: Belén. Allí entran en la casa, se postran y adoran al Niño (cf. Mt 2,11). Así es como termina su viaje: juntos, en la misma casa, en adoración. De este modo los Magos anticipan a los discípulos de Jesús, que aun diversos pero unidos, al final del Evangelio se postran delante del Resucitado en el monte de Galilea (cf. Mt 28,17); se convierten en un signo de profecía para nosotros, que anhelamos al Señor, que somos compañeros de viaje por los caminos del mundo y buscadores de los signos de Dios en la historia a través de la Sagrada Escritura. Hermanos y hermanas, también para nosotros la unidad plena, ese estar en la misma casa, sólo puede realizarse si adoramos al Señor. Queridos hermanos, la etapa decisiva del camino hacia la plena comunión requiere de una oración más intensa y de la adoración de Dios.

Los Magos nos recuerdan entonces que para adorar hay un paso que dar: es necesario postrarse. Este es el camino, abajarnos, dejar de lado nuestras pretensiones y poner al Señor en centro. Cuántas veces el orgullo ha sido el verdadero obstáculo para la comunión. Los Magos tuvieron el valor de dejar en casa prestigio y reputación, para abajarse en la pobre casita de Belén; fue así como se llenaron de una «inmensa alegría» (Mt 2,10). Abajarse, dejar, simplificar. Pidamos a Dios en esta tarde que nos conceda esta valentía, la valentía de la humildad, único camino para llegar a adorar a Dios en la misma casa y en torno al mismo altar.

                        El lugar donde está el sepulcro de San Pablo en la Basilica de su nombre

En Belén, después de postrarse en adoración, los Magos abren sus cofres y ofrecen oro, incienso y mirra (cf. v. 11). Esto nos recuerda que sólo después de haber orado juntos, que sólo ante Dios y bajo su luz, nos damos realmente cuenta de los tesoros que cada uno posee. Pero son tesoros que pertenecen a todos, que deben ser ofrecidos y compartidos. Son, en efecto, dones que el Espíritu Santo destina para el bien común, para la edificación y la unidad de su pueblo. Y esto lo constatamos cuando rezamos, pero también cuando servimos: cuando damos a quien tiene necesidad, se lo estamos dando a Jesús, que se identifica con los pobres y los marginados (cf. Mt 25,33-40); y es Él quien nos une a los unos con los otros.

Los dones de los Magos simbolizan lo que el Señor quiere recibir de nosotros. A Dios hay que ofrecerle el oro, el elemento más valioso, porque Dios tiene el primer lugar. Es a Él a quien debemos mirar, no a nosotros; a su voluntad, no a la nuestra; a sus caminos, no a los nuestros. Y si el Señor está realmente en el primer lugar, entonces nuestras opciones, incluso las eclesiásticas, ya no pueden basarse en las políticas del mundo, sino en los deseos de Dios. Después está el incienso, que nos recuerda la importancia de la oración, que sube a Dios como perfume agradable (cf. Sal 141, 2). No nos cansemos, pues, de rezar los unos por los otros y los unos con los otros. Y, por último, la mirra, que se usará para honrar el cuerpo de Jesús depuesto de la cruz (cf. Jn 19,39), nos recuerda la necesidad de cuidar la carne sufriente del Señor, desgarrada en los miembros de los pobres. Sirvamos a los necesitados, sirvamos juntos a Jesús sufriente.

Queridos hermanos y hermanas, sigamos las indicaciones de los Magos para nuestro camino; y actuemos como ellos, que para regresar a casa “tomaron otro camino” (Mt 2,12). Sí, como Saulo antes de encontrarse con Cristo, también nosotros necesitamos cambiar de ruta, invertir el rumbo de nuestros hábitos y de nuestros intereses para encontrar la senda que el Señor nos muestra, el camino de la humildad, el camino de la fraternidad, de la adoración. Te pedimos Señor que nos concedas el valor de cambiar camino, de convertirnos, de seguir tu voluntad y no nuestras conveniencias; de ir hacia adelante juntos, hacia Ti, que con tu Espíritu quieres que todos seamos uno. Amen.

         Francisco, 25 Enero 2022

miércoles, 12 de enero de 2022

- La Virgen Maria murió de amor

ASÍ MURIÓ LA VIRGEN MARÍA SEGÚN SAN JUAN DAMASCENO, DOCTOR DE LA IGLESIA .

“La Madre de Dios no murió de enfermedad, porque ella por no tener pecado original no tenía que recibir el castigo de la enfermedad. Ella no murió de ancianidad, porque no tenía por qué envejecer, ya que a ella no le llegaba el castigo del pecado de los primeros padres: envejecer y acabarse por debilidad.

Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.

Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado tantas personas tristes y había ayudado a tantos enfermos y moribundos, hizo saber a los Apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo para la eternidad.

Los Apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.

Fueron llegando, y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido. Para cada uno de ellos tuvo la excelsa Señora palabras de consuelo y de esperanza.

Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos; y su alma, mil veces bendita, partió a la eternidad.

La noticia cundió por toda la ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a llorar junto a su cuerpo , como por la muerte de la propia madre. Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima Protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.

En el aire se sentían suavísimos pero fuertes aromas, y parecía escuchar cada uno, armonías de músicas muy suaves. Pero, Tomás Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían vuelto de sepultar a la Santísima Madre.

Pedro, – dijo Tomás- No me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso a esas manos santas que tantas veces me bendijeron. Y Pedro aceptó.

Se fueron todos hacia el Santo Sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosas músicas en el aire.

Abrieron el sepulcro y en vez de ver el cuerpo de la Vírgen encontraron solamente…una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a Su Madre Santísima y la había llevado al cielo.

Esto es lo que llamamos La Asunción de la Vírgen María.

Y quien de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia Madre?”