viernes, 15 de abril de 2022

- VIA-CRUCIS CON MARÍA

CERCA DE JERUSALÉN

En cuanto le han dicho a la Virgen María que su Hijo peligraba, se ha empeñado en ir a Jerusalén y nadie se lo ha podido impedir. Le han contado lo que habia pasado en Betania, lo de la resurrección de su amigo Lázaro. Las hermanas de Lázaro quedaron muy contentas, pero las autoridades están que trinan. Los amigos temen lo peor, de aquí que la hayan avisado. En cuanto lo ha oído, ha exclamado: ¡Hijo mío de mi alma! ¿por qué no te quieren? No te conocen. Tampoco yo te conozco. Siempre has sido un enigma para mí. Pero nunca una molestia o un estorbo. Te he tenido tanta confianza, como Tú la has tenido conmigo. Si te ha de pasar algo, estaré a tu lado, que me pase a mí lo mismo.

María se ha hospedado en casa de unos amigos, quienes la han aconsejado que no salga de casa, que la tendrán al corriente de todo.  Con docilidad lo ha aceptado. En Jerusalén nadie la conoce, de manera que su vida no corre peligro.

1ª ESTACIÓN – GETSEMANÍ

Conozco bien este lugar, dice María Santísima. No me extraña que mi Hijo se fuera allí aquella noche y se quedara rezando. Se había refugiado ya otras veces. Iba a meditar, mientras los amigos estaban en la ciudad, ocupados en menesteres del grupo. Lo había hecho muchas otras veces.

Pero en Getsemaní aquella noche, mi Hijo ha sufrido mucho. Me lo contaba un día, en uno de los encuentros íntimos que me ha concedido, después de su salida del sepulcro. Tenía miedo. El dolor a todos asusta. Pero su deber era permanecer allí. El encargo recibido del Padre, estaba a punto de cumplirse. Lo debía aceptar, para que a la humanidad le llegara la salvación. Debía ser nueva arca, mejor que la de Noé, refugio de todo el mundo, en el gran diluvio de la historia. Pero en el arca se vivía con sosiego. Mi Hijo, hombre, era muy sensible al sufrimiento. Mi Hijo, hijo predilecto de Dios Padre, era fiel a sus deberes. Una y otra realidad chocaban en su intimidad profunda, allí en el huerto. Se acordaba de Betania, distante menos de una hora, donde le querían, donde le protegerían. Era fácil escaparse, por la noche es imposible atrapar a un fugitivo, Él lo sabía. Esta fue su gran tentación. Pero no huyó. Pánico tenía, pero la generosidad le retenía. Una y otra vez iba pensando en los hombres. Una y otra vez, recordaba lo que había dicho. A lo que se había comprometido. No había ocultado que era Hijo del Altísimo. Grave delito. Por él se convertía en candidato a la lapidación. Las rocas machacarían su cuerpo poco a poco. ¿Por qué dejarse matar, se preguntaba entonces?

Temblaba primero, sudaba, tenía la sensación de que su pelo se ponía de punta, su piel se afilaba tensa, poco a poco se relajaba el bajo vientre y sentía su ropa mojada y sucia. No podía sostenerse y cayó de bruces. Estaba y se sentía sólo. Nadie le entendía, nadie acompañaba su agonía. Los amigos que junto a Él estaban, se habían dormido.

En la lejanía apareció una diminuta luz. Eran las antorchas que iluminaban el camino de los que venían a buscarle. Tenía tiempo suficiente, si quería, para  escaparse. Le retenía el pensar en la humanidad. Le angustiaba comprobar el poco caso que de su entrega harían. Notó que el sudor se había teñido de sangre, tanta era su angustia.

Sin poder sostenerse, fue en cambio, capaz de avanzar e interrogar a quienes llegaban. Y se dejó arrestar, y se dejó conducir hacia la ciudad, casi a rastras. Su libertad se había acabado. No recurriría a sus poderes divinos. Hubiera sido hacer trampa, hubiera sido traicionar a su Padre.

Me lo contaba y sufría yo con Él. Me lo explicaba y aprendía yo a amar más a los hombres. A los conocidos y a los que nada sabía de ellos. De Getsemaní saqué una gran lección de Amor.

Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor angustiado está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.

Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

2ª ESTACIÓN – LA SOLEDAD

Me cogieron prisionero en Getsemaní y me llevaron hasta dentro de la ciudad, contaba. Si se lo hubieran permitido, me hubieran llevado en volandas, tanto era el miedo y la prisa que tenían ellos. Me dejaron en un antro grande, solitario, silencioso. Nada oía, estaba a obscuras, pero arriba, cerca, se habían reunido, lo presentía, para hablar de mí y condenarme.

Mi Pasión empezó en el Huerto, ya lo sé, pero el primer tormento que sufrí fue esta soledad, este aislamiento, esta incertidumbre.

¡Madre! Cuanto te añoré en aquellos momentos. Te creía lejos, muy lejos, en nuestra Nazaret querida.

Pasaron horas interminables. No sentía ni hambre, ni sed, ni sueño, aunque nadie me dio de beber, ni comida, ni pude dormir. Un miedo horrible me atormentaba. Cuando aquella cárcel parecía ya eterna e infinita, se oyó ruido de cerrojos, unas antorchas iluminaron la estancia, se me llevaron. Todas las caras que me rodeaban eran hostiles, nadie tenía compasión de mí…

Me arrastraron al Pretorio, me encontré con Pilatos. Le estorbaba, quería deshacerse de mí sin comprometerse con nada ni con nadie. Quería dejar tranquilos a los judíos, a los que, sinceramente, despreciaba y quería que el honor de Roma triunfara. Quería ser fiel a los derechos que proclamaba el Senado, quería… ¡quería tantas cosas! pero en realidad no tenía ganas de hacer nada para conseguirlo. Estaba allí para garantizar el orden público, su misión aquellos días no era  juzgar a nadie. Al enterarse de mi procedencia galilea, me envió al que allí mandaba y que, por pura coincidencia, estaba aquellos días en la ciudad.

Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor prisionero está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.

Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

3ª ESTACIÓN – EN EL PALACIO DE HERODES

Me han dicho que lo han llevado a la presencia de Herodes. No entiendo porque Pilatos, que ni le reconoce autoridad, ni siente por él la menor simpatía ha obrado de esta manera.

El reyezuelo ha querido divertirse con Él. No gozaba ni él, ni su familia, de la simpatía del pueblo. Cualquiera, en tales circunstancias, le hubiera despreciado, mi Hijo, no. Se ha limitado a no responderle. Su silencio era elocuente y ha entendido el significado, así que su presencia, desde ese momento, le resultaba hostil y lo ha despedido burlándose de Él, devolviéndole al Gobernador cubierto con un ridículo vestido. Paradójicamente, los dos capitostes, al coincidir en el enojo que les causaba mi Hijo, han vuelto a ser amigos.

Me lo contaba en aquellos encuentros confidenciales: a un hombre deshonesto, cobarde, pagado de sí mismo, no tenía palabras para responderle. Sabía que estaba en su poder, que Pilatos  se hubiera alegrado si este asmoneo me hubiese retenido y así él se hubiese desentendido de mí. Yo sabía que, a veces, Herodes, me creía una reencarnación de Juan el Bautista, al que había mandado asesinar, a causa de una estúpida promesa hecha a la hija de su amante. Hasta por miedo supersticioso, me hubiera querido salvar. Cualquier gesto mío de reconocimiento, cualquier palabra de aceptación de su conducta, lo hubiera interpretado como una victoria y hubiera hecho lo posible por dejarme el libertad. Pero no podía dirigirme a él. El encargo de mi Padre era que mi venida al mundo fuera salvación, no apaños que me evitaran sufrimientos. De nuevo fui tentado. El enemigo, que humillado se alejó de mí en el desierto, volvía ahora, quería la revancha de aquella derrota que sufrió.

 Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor humillado está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.

Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

4ª – ESTACIÓN – ENTRE MUJERES

Ha entrado Salomé y me ha dicho: una criada de Pilatos me ha contado que su señora estaba disgustada por el proceder de su marido. Que ella había dormido muy mal aquella noche y, entre pesadilla y pesadilla, había visto a aquel judío galileo, mirarla suplicante. Mandó un recado al gobernador, contándole su malestar. Le pedía que fuera con cuidado, que no era una mala persona, que estaba segura de que no se merecía lo que el populacho y sus jefes estaban tramando contra Él…

María abrió los ojos, iluminada su mirada, dijo: nosotras las mujeres, que hemos dado vida, no nos gusta que alguien la destruya. Seguramente que, aunque no me conozca, habrá pensado en mí. Todas las madres somos igual. Habrá pensado en la tranquilidad  que desea goce su marido y no querrá que un día sea perseguido y amenazado como lo es ahora mi Hijo.

Advierto que los días los pasamos encerradas en la vivienda. Salomé y la de Magdala, no me dejan nunca sola. Juan salía, se enteraba y nos contaba lo que pasaba fuera.

Las tres tenemos muy presente a Jesús. Es como si lo tuviéramos al lado. Sabemos que los otros, sus apóstoles, han huido. Pedro es el único que le ha seguido de lejos. Ha sido cobarde en algún momento, quería, me contó, siquiera verlo, pero débil como es, se ha avergonzado de ser su amigo. Me lo explicaba afligido aquellos días posteriores a la resurrección, me decía que desde entonces no se atrevía a mirarle a los ojos. Yo le consolaba. No seas tonto, le advertía, ya te ha perdonado. Pasó tanto tiempo en tu casa, que conoce de sobras tus debilidades, estoy segura de que no le extrañaría mucho tu proceder, aunque le doliera. Ya sabes la predilección que por ti siente. No le tengas miedo.

Quiero ver a mi Hijo, no puedo resistir su ausencia y lejanía, ¿Cómo lo conseguiré?

Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor lejano y que se siente solitario está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.

Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

5ª ESTACIÓN – HAN CONDENADO A MUERTE A JESÚS

En cuanto se enteraron, se dieron cuenta de que su madre lo debía saber. La noticia de que la esposa del gobernador había intervenido, la había sosegado un poco y la habían dejado en una habitación descansando. Quizá ahora dormía y soñaba esperanzada. ¿era preciso despertarla? ¿no era demasiada crueldad decírselo?

Fuentes fidedignas les habían comunicado que había sido condenado a muerte. Sí, debían comunicárselo a Ella, pero ¿Quién se atrevía a hacerlo? Salomé era la mayor, pero las entrañas se le retorcían. Era incapaz de hablar. Juan, el predilecto era demasiado joven. La de Magdala era la más indicada, pero no podía contener su angustia y la pena que atenazaba todo su ser. Pero reconoció que le tocaba a ella. No se veía capaz de contárselo, tampoco podía negarse a hacerlo. Irían los tres. Y fueron.

Empezó a hablar Salomé, casi no dijo nada. Continuó como pudo Juan y acabó en sus brazos llorando. Magdalena sacó fuerzas de su flaqueza, se lo dijo, trató de consolarla, pero se hundió derrumbada, envuelta en sollozos.

María se limitó a decirles: voy a verlo, tengo que verlo, sea como sea. Por el camino quiero abrazarlo, antes de que muera. Me tendrá a su lado. No puedo dejarlo ahora.

Ninguno de los tres se atrevió a contradecirla. Y la acompañaron.

Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor condenado a muerte está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.

Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

6ª ESTACIÓN – POR EL CAMINO

El trayecto era corto, no podía ir la comitiva por una calle diferente a la que siempre seguían los reos. Ella se quedó en un rincón esperando. Oyó murmullos y empezó a temblar. Tenía que salir, verle, mirarle y que le mirara Él a Ella. Por lo menos eso, ya que suponía que no la dejarían ni siquiera tocarle.

Fue un poco difícil abrirse paso, pero cuando la gente supo quien era, se lo permitieron, se acercó todo lo que pudo. Dolor con dolor se unieron en matrimonio espiritual. No hubo palabras, solo miradas. Sintió en su interior lo que Él dijo de ella un día: dichosos los que escuchan mis palabras y las ponen en práctica. Estar allí, próxima a Él, con seguridad, era lo que su fidelidad le exigía. Le tocaba aceptar lo incomprensible. Se lo decía a los ojos. Los dos lloraban. Fue un momento. Era suficiente. Hay instantes que perduran una eternidad. Este permaneció hasta el primer encuentro, en la intimidad de una aparición, que nadie se atrevió a contar. Nada sabemos de la conversación, evidentemente, Él le aclararía todo lo que Ella era capaz de entender. Nosotros no lo hubiéramos entendido entonces y casi tampoco somos capaces de entenderlo ahora.

Si a su Madre no le dijo ni una sola palabra, la mirada era suficiente, no así a otras mujeres, que cerca de Él lloraban compungidas. Sacó fuerzas de donde pudo y trató de infundirles coraje y prepararlas para las pruebas que también a ellas se les avecinaban. ¡Nunca mi Hijo dejó de compadecerse! 

Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor camino del Calvario está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.

Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

7ª ESTACIÓN – EN EL GÓLGOTA

No podía ser de otra manera. Le quitaron la ropa y ni se quejó. Se la robaron, sin que Él pudiera impedirlo, sin que pudiera entregársela a alguno de los nuestros. Tampoco lo intentó, ni se quejó. Se quedó desnudo, sin nada puesto. Pobre del todo. Nada ya tenía consigo, nada le defendía, nadie le protegía. Todo lo que le rodeaba le era hostil, todo dañino. Debía llegar a este momento supremo del don al Padre, libre de todo lo mundano, despegado de lo que  no fuera otra cosa que sí mismo. No se consigue unirse íntimamente a Dios, si de alguna manera se está pegado a sus posesiones, a sus riquezas, sean grandes fortunas o pequeñas posesiones.

Su Madre le recordaba de pequeño, también desnudo, en sus brazos. Alguna vez, como cualquier bebé,  lloró, pero se calmaba enseguida, se sentía bien al ser por Ella abrazado, besado y protegido. Cuando le dejaba irse, gateaba por el suelo y volvía su mirada sonriendo. Iba limpio. Ahora no. Ahora llegaba sucio de sangre reseca y salivazos. Y más le ensuciaría el suelo, donde a empujones le tiraron.

Había dicho bienaventurados los pobres y Él ahora estaba en el culmen de la indigencia. Parecía un gusano, había dicho proféticamente de Él Isaías. Daba asco. Asco a aquellos que no le amaban. A los ojos de su Madre, era el mismo niñito sublime e ingenuo de aquellos lejanos tiempos…

Santa María, Madre de Jesús, que arruinado y quedándole solo la vida, está dispuesto también a entregarla, ahora que con Él en la eternidad estás, pídele que nos enseñe a desprendernos de todo.

Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor a punto de morir está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.

Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

8ª- ESTACIÓN - JESÚS NO IGNORA NI SE OLVIDA DE NADIE

Su cuerpo se retorcía. Todo él era dolor. A su lado, otros dos condenados también agonizaban. Uno le insultó, mi Hijo hizo como si no lo hubiera oído. El otro le suplicó. Jesús le contestó: hoy estarás conmigo en el Paraíso. Ya había suplicado antes al Padre: perdónalos, que no saben lo que hacen. ¿se sabe de algún condenado injustamente, que haya sido abogado defensor de su indigno juez y de sus verdugos?

Jadeaba, se moría de sed y se ahogaba de dolor. En estas situaciones, quienes están junto a alguien que agoniza, mantiene un respetuoso silencio, si no pueden decirle palabras amables. En este caso, no. Asustada y dolorosa estaba yo, comprobando que los demás reían.

Por un momento me miró y vio junto a mí a Juan. Nos vio sufrir. Le dijo que no me dejara de su lado, me dijo a mí, que no abandonara a aquel chiquillo idealista, que ahora estaba derrumbado de dolor.

Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor que en todos piensa y está a punto de morir, está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.

Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

9ª ESTACIÓN – UN GRAN GRITO EN EL CALVARIO Y UN SILENCIO

Se oyó un gran grito, que no entendieron todos. La Madre preguntó a Juan ¿Qué ha dicho? El chico asombrado, le contestó: me ha parecido que decía: Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?. Bajó ella la cabeza y susurró: Dios mío, Dios mío ¿por qué le has abandonado?

(A María, como a nosotros, le costaba creer. La Fe siempre es un riesgo, un salto en el vacío. Ella no era una excepción. La Fe, dicen los teólogos es un virtud obscura. Así pues, si grande era la fidelidad de Santa María, mayor en este momento era la enigmática obscuridad espiritual)

Las palabras que pronunció poco después, sí que pudieron entenderlas todos: ya ha concluido mi misión. Padre, me pongo en tus manos.

Cruzaron sus miradas Juan y la de Magdala. Salomé afirmó. Se acercó el chico y temblando le dijo al oído: ha muerto. No pudo decir nada más. Tampoco Ella dijo nada, su conformidad silenciosa resultaba heroica. Otra, en su lugar, se hubiera puesto a gritar histérica.

Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor crucificado ya muerto, está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.

Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

10ª ESTACIÓN – NO TODOS LE HAN OLVIDADO

Como ya estaban seguros de cómo acabaría, unos amigos habían pensado y preparado lo que se debía hacer en este momento. Era preciso hacerlo deprisa, la Gran Fiesta estaba a punto de comenzar y no podían arriesgarse a intentar hacer algún trabajo, por insignificante que fuera, en cuanto la primera estrella apuntase. Uno de ellos que tenía buena entrada en el Pretorio, consiguió fácilmente que se le concediera el cuerpo de mi Hijo. En realidad Pilatos estaba ya harto de todo lo que las circunstancias le habían obligado a hacer. Si se trataba de enterrarlo que lo hicieran pronto, tal vez encerrado en el sepulcro, él podría olvidarlo, dormir  y, hasta con una cierta calma interior, celebrar a su manera y con los suyos, aquella fiesta que tanto alborotaba a los judíos.

Querían alejarla del lugar, ella no consintió. Si alguien debía lavar aquel cuerpo era ella quien lo debía hacer. Limpiar su sangre, la misma que ella le había dado, era su deber. Un día le dio vida, le empujó desde sus entrañas, para darle a luz. Ahora sus ojos vidriosos ya nada veían. Aquellas piernecitas que se movían juguetonas cuando era pequeño, ahora se habían tornado rígidas. Tenía desnudo en su regazo, al que desnudo salió de su seno. Miraba a su alrededor, todavía era capaz de distinguir las cosas, pero se volvía oscuridad enseguida su entorno. Uno de estos amigos ofreció su sepulcro. Estaba nuevo, sin estrenar y muy cerca de allí. Solo necesitaba su permiso. Accedió con mirada cariñosa, hasta trató de iniciar una sonrisa, pero  no consiguió brotara.

Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor enterrado, está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.

Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

SIN NUMERAR – AL MARGEN DEL TIEMPO

Sintió en medio de su ensueño una corazonada. La muerte de su Hijo, no podía acabar de aquella manera. Ignoraba qué iba a suceder. No estaba segura de nada, así es la Fe. Puro convencimiento, sin seguridad alguna. No le extrañó la sensación que sintió. Su estremecimiento fue por una impresión de proximidad viva de su Hijo. Su corazón palpitaba alegremente de júbilo.

Pronto llegaron las noticias. El sepulcro vacío, los ángeles hablando, Él mismo jugando al escondite, cual hortelano concienzudo, se daba a conocer a la de Magdala …  Era un torbellino de confidencias llenas de asombro y felicidad. Ella se alegraba del protagonismo que su Hijo había proporcionado a las mujeres, sus compañeras de aquellos penosos días.

Más tarde, si se puede medir este tiempo prodigioso, Él mismo se encontró con ellos, los más íntimos. Todo había cambiado. Empezaban entonces a entender tantas cosas que les había contado y ellos no habían comprendido antes…

EN TODO TIEMPO

A pocos minutos de Getsemaní, allí donde había empezado todo, hay una gruta. Una santa gruta. Cuentan, que fue en ese lugar donde un día el Señor les comunicó a los suyos el Padrenuestro. A la luz de la Resurrección, se reza de otra manera. Lo podemos hacer antes de despedirnos de María. No lo copio ahora, creo que todos lo saben.

Se encontró en Egipto, no hace demasiados años, en un papiro mas que milenario, el texto más antiguo de una oración a la Madre de Jesús. Es del siglo III, por tanto más antigua que el Ave-María. Bueno será, que la hagamos vehículo de nuestra plegaria. 

Bajo  tu  protección  nos  acogemos,  Santa  Madre  de  Dios;  no deseches las suplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes  bien  libranos  siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y  bendita.

 

sábado, 2 de abril de 2022

- El Papa en Malta: contemplemos a Marìa al pie de la cruz de Jesús

El Papa Francisco ha llegado el dia 2 de Abril 2022 a la Isla de Malta, allí donde San Pablo sufrió un naufragio en su viaje a Roma (Hechos Apóstoles  28 1-11) y tuvo que estar tres meses refugiado en una cueva... (ver aqui la foto de la cueva en la actualidad)

El Papa ante el Santuario Nacional de Ta' Pinu,  en Gozo, 


Bendijo a los enfermos...


consoló a una de las madres con hijos enfermos..

y dijo:

Junto a la cruz de Jesús están María y Juan. La Madre que ha dado a luz al Hijo de Dios está afligida por su muerte, mientras las tinieblas cubren el mundo. El discípulo amado, que había dejado todo para seguirlo, ahora está inmóvil a los pies del Maestro crucificado. Parece que todo está perdido, que todo acabó para siempre. Y Jesús, mientras carga sobre sí las llagas de la humanidad, reza: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46; Mc 15,34). Esta es también nuestra oración en los momentos de la vida marcados por el sufrimiento; es la oración que cada día sube a Dios desde cada corazón.

Sin embargo, la hora de Jesús —que en el Evangelio de Juan es la hora de la muerte en la cruz— no representa la conclusión de la historia, sino que señala el comienzo de una vida nueva. Junto a la cruz, en efecto, contemplamos el amor misericordioso de Cristo, que extiende hacia nosotros sus brazos abiertos de par en par y, a través de su muerte, nos abre a la alegría de la vida eterna. En la hora del final se desvela una vida que comienza; en esa hora de la muerte comienza otra hora llena de vida: es el tiempo de la Iglesia que nace. De esa célula originaria el Señor reunirá un pueblo, que seguirá recorriendo los arduos caminos de la historia, llevando en el corazón el consuelo del Espíritu, para enjugar las lágrimas de la humanidad.

Sigamos contemplando a María y Juan al pie de la cruz. En los inicios de la Iglesia está su gesto de acogerse mutuamente. El Señor, en efecto, confió a cada uno al cuidado del otro: Juan a María y María a Juan, de modo que «desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,27). Volver al inicio también significa desarrollar el arte de la acogida. Entre las últimas palabras que Jesús pronunció desde la cruz, las dirigidas a su Madre y a Juan exhortan a hacer de la acogida el estilo permanente del discipulado. No se trató, en efecto, de un simple gesto de piedad, por medio del cual Jesús confió su mamá a Juan para que no se quedara sola después de su muerte, sino de una indicación concreta sobre el modo de vivir el mandamiento más alto, el del amor. El culto a Dios pasa por la cercanía al hermano.

¡Y qué importante es en la Iglesia el amor entre los hermanos y la acogida del prójimo! El Señor nos lo recuerda en la hora de la cruz, en la acogida recíproca de María y Juan, exhortando a la comunidad cristiana de cada tiempo a no perder de vista esta prioridad: «Ahí tienes a tu hijo», «ahí tienes a tu madre». Es como decir: han sido salvados por la misma sangre, son una única familia, por tanto, acójanse mutuamente, ámense unos a otros, cúrense las heridas recíprocamente. Sin sospechas, sin divisiones, sin habladurías, rumores o recelos. Hermanos y hermanas, hagan “sínodo”, es decir, “caminen juntos”. Porque Dios está presente donde reina el amor.

Queridos amigos, la acogida recíproca, no por mera formalidad sino en el nombre de Cristo, es un desafío permanente. Lo es sobre todo para nuestras relaciones eclesiales, porque nuestra misión da fruto si trabajamos en la amistad y la comunión fraterna; precisamente como dos eran María y Juan.     Que las palabras de Jesús en la cruz sean entonces vuestra estrella polar, para acogerse mutuamente, crear familiaridad y trabajar en comunión. Y siempre avanzando en la evangelización, porque la alegría de la Iglesia es evangelizar.

Pero la acogida también es la prueba de fuego para verificar cuán efectivamente la Iglesia está impregnada del espíritu del Evangelio. María y Juan se acogen no en el cálido refugio del cenáculo, sino al pie a la cruz, en aquel lugar oscuro donde eran condenados y crucificados como malhechores. Y también nosotros, no podemos acogernos sólo entre nosotros, a la sombra de nuestras hermosas iglesias, mientras fuera tantos hermanos y hermanas sufren y son crucificados por el dolor, la miseria, la pobreza, la violencia. Ustedes se encuentran en una posición geográfica crucial, frente al Mediterráneo como polo de atracción y puerto de salvación para tantas personas sacudidas por las tormentas de la vida que, por diversos motivos, llegan a vuestras costas. En el rostro de estos pobres es Cristo mismo el que se presenta a ustedes. Esta ha sido la experiencia del apóstol Pablo que, después de un terrible naufragio, fue acogido calurosamente por vuestros antepasados. Los Hechos de los Apóstoles afirman: «Como llovía intensamente y hacía mucho frío, [los nativos] encendieron una hoguera y nos recibieron a todos» (Hch 28,2).

Este es el Evangelio que estamos llamados a vivir: acoger, ser expertos en humanidad y encender hogueras de ternura cuando el frío de la vida se cierne sobre aquellos que sufren. Y también en este caso, de una experiencia dramática nació algo importante, porque Pablo anunció y difundió el Evangelio y, a continuación, muchos anunciadores, predicadores, sacerdotes y misioneros siguieron sus huellas, impulsados por el Espíritu Santo, por evangelizar, por hacer patente la alegría de la Iglesia que es evangelizar. 

Quisiera agradecerles especialmente a ellos, a estos evangelizadores, a los numerosos misioneros malteses que difunden la alegría del Evangelio en el mundo entero, a tantos sacerdotes, religiosas y religiosos, y a todos ustedes. Como ha dicho vuestro obispo, Mons. Teuma, sois una isla pequeña, pero de corazón grande. Sois un tesoro en la Iglesia y para la Iglesia. Lo digo otra vez: son un tesoro en la Iglesia y para la Iglesia. Para cuidarlo, es necesario volver a la esencia del cristianismo: al amor de Dios, motor de nuestra alegría, que nos hace salir y recorrer los caminos del mundo; y a la acogida del prójimo, que es nuestro testimonio más sencillo y hermoso en la tierra, y así seguir avanzando, recorriendo los caminos del mundo, porque la alegría de la Iglesia es evangelizar.