CERCA DE JERUSALÉN
En cuanto le han
dicho a la Virgen María que su Hijo peligraba, se ha empeñado en ir a Jerusalén y nadie se lo ha
podido impedir. Le han contado lo que habia pasado en Betania, lo de la resurrección de su amigo Lázaro. Las hermanas de Lázaro quedaron muy contentas, pero las autoridades están que trinan. Los
amigos temen lo peor, de aquí que la hayan avisado. En cuanto lo ha oído, ha
exclamado: ¡Hijo mío de mi alma! ¿por qué no te quieren? No te conocen. Tampoco
yo te conozco. Siempre has sido un enigma para mí. Pero nunca una molestia o un
estorbo. Te he tenido tanta confianza, como Tú la has tenido conmigo. Si te ha
de pasar algo, estaré a tu lado, que me pase a mí lo mismo.
María se ha hospedado en casa de unos amigos, quienes la han aconsejado que no salga de casa, que la tendrán al corriente de todo. Con docilidad lo ha aceptado. En Jerusalén nadie la conoce, de manera que su vida no corre peligro.
1ª ESTACIÓN –
GETSEMANÍ
Conozco bien
este lugar, dice María Santísima. No me extraña que mi Hijo se fuera allí aquella noche y se quedara
rezando. Se había refugiado ya otras veces. Iba a meditar, mientras los amigos
estaban en la ciudad, ocupados en menesteres del grupo. Lo había hecho muchas
otras veces.
Pero en
Getsemaní aquella noche, mi Hijo ha sufrido mucho. Me lo contaba un día, en uno
de los encuentros íntimos que me ha concedido, después de su salida del
sepulcro. Tenía miedo. El dolor a todos asusta. Pero su deber era permanecer
allí. El encargo recibido del Padre, estaba a punto de cumplirse. Lo debía
aceptar, para que a la humanidad le llegara la salvación. Debía ser nueva arca,
mejor que la de Noé, refugio de todo el mundo, en el gran diluvio de la
historia. Pero en el arca se vivía con sosiego. Mi Hijo, hombre, era muy
sensible al sufrimiento. Mi Hijo, hijo predilecto de Dios Padre, era fiel a sus
deberes. Una y otra realidad chocaban en su intimidad profunda, allí en el
huerto. Se acordaba de Betania, distante menos de una hora, donde le querían,
donde le protegerían. Era fácil escaparse, por la noche es imposible atrapar a
un fugitivo, Él lo sabía. Esta fue su gran tentación. Pero no huyó. Pánico
tenía, pero la generosidad le retenía. Una y otra vez iba pensando en los
hombres. Una y otra vez, recordaba lo que había dicho. A lo que se había
comprometido. No había ocultado que era Hijo del Altísimo. Grave delito. Por él
se convertía en candidato a la lapidación. Las rocas machacarían su cuerpo poco
a poco. ¿Por qué dejarse matar, se preguntaba entonces?
Temblaba
primero, sudaba, tenía la sensación de que su pelo se ponía de punta, su piel
se afilaba tensa, poco a poco se relajaba el bajo vientre y sentía su ropa
mojada y sucia. No podía sostenerse y cayó de bruces. Estaba y se sentía sólo.
Nadie le entendía, nadie acompañaba su agonía. Los amigos que junto a Él
estaban, se habían dormido.
En la lejanía
apareció una diminuta luz. Eran las antorchas que iluminaban el camino de los
que venían a buscarle. Tenía tiempo suficiente, si quería, para
escaparse. Le retenía el pensar en la humanidad. Le angustiaba comprobar el
poco caso que de su entrega harían. Notó que el sudor se había teñido de
sangre, tanta era su angustia.
Sin poder
sostenerse, fue en cambio, capaz de avanzar e interrogar a quienes llegaban. Y
se dejó arrestar, y se dejó conducir hacia la ciudad, casi a rastras. Su
libertad se había acabado. No recurriría a sus poderes divinos. Hubiera sido
hacer trampa, hubiera sido traicionar a su Padre.
Me lo contaba y
sufría yo con Él. Me lo explicaba y aprendía yo a amar más a los hombres. A los
conocidos y a los que nada sabía de ellos. De Getsemaní saqué una gran lección
de Amor.
Yo te saludo
María, llena de Gracia, el Señor angustiado está contigo. Bendita eres entre
todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
2ª ESTACIÓN – LA
SOLEDAD
Me cogieron
prisionero en Getsemaní y me llevaron hasta dentro de la ciudad, contaba. Si se
lo hubieran permitido, me hubieran llevado en volandas, tanto era el miedo y la
prisa que tenían ellos. Me dejaron en un antro grande, solitario, silencioso.
Nada oía, estaba a obscuras, pero arriba, cerca, se habían reunido, lo
presentía, para hablar de mí y condenarme.
Mi Pasión empezó
en el Huerto, ya lo sé, pero el primer tormento que sufrí fue esta soledad,
este aislamiento, esta incertidumbre.
¡Madre! Cuanto
te añoré en aquellos momentos. Te creía lejos, muy lejos, en nuestra Nazaret
querida.
Pasaron horas
interminables. No sentía ni hambre, ni sed, ni sueño, aunque nadie me dio de
beber, ni comida, ni pude dormir. Un miedo horrible me atormentaba. Cuando
aquella cárcel parecía ya eterna e infinita, se oyó ruido de cerrojos, unas
antorchas iluminaron la estancia, se me llevaron. Todas las caras que me
rodeaban eran hostiles, nadie tenía compasión de mí…
Me arrastraron
al Pretorio, me encontré con Pilatos. Le estorbaba, quería deshacerse de mí sin
comprometerse con nada ni con nadie. Quería dejar tranquilos a los judíos, a
los que, sinceramente, despreciaba y quería que el honor de Roma triunfara.
Quería ser fiel a los derechos que proclamaba el Senado, quería… ¡quería tantas
cosas! pero en realidad no tenía ganas de hacer nada para conseguirlo. Estaba
allí para garantizar el orden público, su misión aquellos días no era
juzgar a nadie. Al enterarse de mi procedencia galilea, me envió al que allí
mandaba y que, por pura coincidencia, estaba aquellos días en la ciudad.
Yo te saludo
María, llena de Gracia, el Señor prisionero está contigo. Bendita eres entre
todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
3ª ESTACIÓN – EN
EL PALACIO DE HERODES
Me han dicho que
lo han llevado a la presencia de Herodes. No entiendo porque Pilatos, que ni le
reconoce autoridad, ni siente por él la menor simpatía ha obrado de esta
manera.
El reyezuelo ha
querido divertirse con Él. No gozaba ni él, ni su familia, de la simpatía del
pueblo. Cualquiera, en tales circunstancias, le hubiera despreciado, mi Hijo,
no. Se ha limitado a no responderle. Su silencio era elocuente y ha entendido
el significado, así que su presencia, desde ese momento, le resultaba hostil y
lo ha despedido burlándose de Él, devolviéndole al Gobernador cubierto con un
ridículo vestido. Paradójicamente, los dos capitostes, al coincidir en el enojo
que les causaba mi Hijo, han vuelto a ser amigos.
Me lo contaba en
aquellos encuentros confidenciales: a un hombre deshonesto, cobarde, pagado de
sí mismo, no tenía palabras para responderle. Sabía que estaba en su poder, que
Pilatos se hubiera alegrado si este asmoneo me hubiese retenido y así él
se hubiese desentendido de mí. Yo sabía que, a veces, Herodes, me creía una
reencarnación de Juan el Bautista, al que había mandado asesinar, a causa de
una estúpida promesa hecha a la hija de su amante. Hasta por miedo
supersticioso, me hubiera querido salvar. Cualquier gesto mío de
reconocimiento, cualquier palabra de aceptación de su conducta, lo hubiera
interpretado como una victoria y hubiera hecho lo posible por dejarme el
libertad. Pero no podía dirigirme a él. El encargo de mi Padre era que mi
venida al mundo fuera salvación, no apaños que me evitaran sufrimientos. De
nuevo fui tentado. El enemigo, que humillado se alejó de mí en el desierto,
volvía ahora, quería la revancha de aquella derrota que sufrió.
Yo te
saludo María, llena de Gracia, el Señor humillado está contigo. Bendita eres
entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
4ª – ESTACIÓN –
ENTRE MUJERES
Ha entrado
Salomé y me ha dicho: una criada de Pilatos me ha contado que su señora estaba
disgustada por el proceder de su marido. Que ella había dormido muy mal aquella
noche y, entre pesadilla y pesadilla, había visto a aquel judío galileo,
mirarla suplicante. Mandó un recado al gobernador, contándole su malestar. Le
pedía que fuera con cuidado, que no era una mala persona, que estaba segura de
que no se merecía lo que el populacho y sus jefes estaban tramando contra Él…
María abrió los
ojos, iluminada su mirada, dijo: nosotras las mujeres, que hemos dado vida, no
nos gusta que alguien la destruya. Seguramente que, aunque no me conozca, habrá
pensado en mí. Todas las madres somos igual. Habrá pensado en la
tranquilidad que desea goce su marido y no querrá que un día sea
perseguido y amenazado como lo es ahora mi Hijo.
Advierto que los
días los pasamos encerradas en la vivienda. Salomé y la de Magdala, no me dejan
nunca sola. Juan salía, se enteraba y nos contaba lo que pasaba fuera.
Las tres tenemos
muy presente a Jesús. Es como si lo tuviéramos al lado. Sabemos que los otros,
sus apóstoles, han huido. Pedro es el único que le ha seguido de lejos. Ha sido
cobarde en algún momento, quería, me contó, siquiera verlo, pero débil como es,
se ha avergonzado de ser su amigo. Me lo explicaba afligido aquellos días
posteriores a la resurrección, me decía que desde entonces no se atrevía a
mirarle a los ojos. Yo le consolaba. No seas tonto, le advertía, ya te ha
perdonado. Pasó tanto tiempo en tu casa, que conoce de sobras tus debilidades,
estoy segura de que no le extrañaría mucho tu proceder, aunque le doliera. Ya
sabes la predilección que por ti siente. No le tengas miedo.
Quiero ver a mi
Hijo, no puedo resistir su ausencia y lejanía, ¿Cómo lo conseguiré?
Yo te saludo
María, llena de Gracia, el Señor lejano y que se siente solitario está contigo.
Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
5ª ESTACIÓN –
HAN CONDENADO A MUERTE A JESÚS
En cuanto se
enteraron, se dieron cuenta de que su madre lo debía saber. La noticia de que
la esposa del gobernador había intervenido, la había sosegado un poco y la
habían dejado en una habitación descansando. Quizá ahora dormía y soñaba
esperanzada. ¿era preciso despertarla? ¿no era demasiada crueldad decírselo?
Fuentes
fidedignas les habían comunicado que había sido condenado a muerte. Sí, debían
comunicárselo a Ella, pero ¿Quién se atrevía a hacerlo? Salomé era la mayor,
pero las entrañas se le retorcían. Era incapaz de hablar. Juan, el predilecto
era demasiado joven. La de Magdala era la más indicada, pero no podía contener
su angustia y la pena que atenazaba todo su ser. Pero reconoció que le tocaba a
ella. No se veía capaz de contárselo, tampoco podía negarse a hacerlo. Irían
los tres. Y fueron.
Empezó a hablar
Salomé, casi no dijo nada. Continuó como pudo Juan y acabó en sus brazos
llorando. Magdalena sacó fuerzas de su flaqueza, se lo dijo, trató de
consolarla, pero se hundió derrumbada, envuelta en sollozos.
María se limitó
a decirles: voy a verlo, tengo que verlo, sea como sea. Por el camino quiero
abrazarlo, antes de que muera. Me tendrá a su lado. No puedo dejarlo ahora.
Ninguno de los
tres se atrevió a contradecirla. Y la acompañaron.
Yo te saludo
María, llena de Gracia, el Señor condenado a muerte está contigo. Bendita eres
entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
6ª ESTACIÓN –
POR EL CAMINO
El trayecto era
corto, no podía ir la comitiva por una calle diferente a la que siempre seguían
los reos. Ella se quedó en un rincón esperando. Oyó murmullos y empezó a
temblar. Tenía que salir, verle, mirarle y que le mirara Él a Ella. Por lo
menos eso, ya que suponía que no la dejarían ni siquiera tocarle.
Fue un poco
difícil abrirse paso, pero cuando la gente supo quien era, se lo permitieron,
se acercó todo lo que pudo. Dolor con dolor se unieron en matrimonio
espiritual. No hubo palabras, solo miradas. Sintió en su interior lo que Él
dijo de ella un día: dichosos los que escuchan mis palabras y las ponen en
práctica. Estar allí, próxima a Él, con seguridad, era lo que su fidelidad le
exigía. Le tocaba aceptar lo incomprensible. Se lo decía a los ojos. Los dos
lloraban. Fue un momento. Era suficiente. Hay instantes que perduran una
eternidad. Este permaneció hasta el primer encuentro, en la intimidad de una aparición,
que nadie se atrevió a contar. Nada sabemos de la conversación, evidentemente,
Él le aclararía todo lo que Ella era capaz de entender. Nosotros no lo
hubiéramos entendido entonces y casi tampoco somos capaces de entenderlo ahora.
Si a su Madre no
le dijo ni una sola palabra, la mirada era suficiente, no así a otras mujeres,
que cerca de Él lloraban compungidas. Sacó fuerzas de donde pudo y trató de
infundirles coraje y prepararlas para las pruebas que también a ellas se les
avecinaban. ¡Nunca mi Hijo dejó de compadecerse!
Yo te saludo
María, llena de Gracia, el Señor camino del Calvario está contigo. Bendita eres
entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
7ª ESTACIÓN – EN
EL GÓLGOTA
No podía ser de
otra manera. Le quitaron la ropa y ni se quejó. Se la robaron, sin que Él
pudiera impedirlo, sin que pudiera entregársela a alguno de los nuestros.
Tampoco lo intentó, ni se quejó. Se quedó desnudo, sin nada puesto. Pobre del
todo. Nada ya tenía consigo, nada le defendía, nadie le protegía. Todo lo que
le rodeaba le era hostil, todo dañino. Debía llegar a este momento supremo del
don al Padre, libre de todo lo mundano, despegado de lo que no fuera otra
cosa que sí mismo. No se consigue unirse íntimamente a Dios, si de alguna
manera se está pegado a sus posesiones, a sus riquezas, sean grandes fortunas o
pequeñas posesiones.
Su Madre le recordaba de pequeño, también desnudo, en sus brazos. Alguna
vez, como cualquier bebé, lloró, pero se calmaba enseguida, se sentía
bien al ser por Ella abrazado, besado y protegido. Cuando
le dejaba irse, gateaba por el suelo y volvía su mirada sonriendo. Iba limpio.
Ahora no. Ahora llegaba sucio de sangre reseca y salivazos. Y más le ensuciaría
el suelo, donde a empujones le tiraron.
Había dicho
bienaventurados los pobres y Él ahora estaba en el culmen de la indigencia.
Parecía un gusano, había dicho proféticamente de Él Isaías. Daba asco. Asco a
aquellos que no le amaban. A los ojos de su Madre, era el mismo niñito sublime
e ingenuo de aquellos lejanos tiempos…
Santa María,
Madre de Jesús, que arruinado y quedándole solo la vida, está dispuesto también
a entregarla, ahora que con Él en la eternidad estás, pídele que nos enseñe a
desprendernos de todo.
Yo te saludo
María, llena de Gracia, el Señor a punto de morir está contigo. Bendita eres
entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
8ª- ESTACIÓN -
JESÚS NO IGNORA NI SE OLVIDA DE NADIE
Su cuerpo se
retorcía. Todo él era dolor. A su lado, otros dos condenados también
agonizaban. Uno le insultó, mi Hijo hizo como si no lo hubiera oído. El otro le
suplicó. Jesús le contestó: hoy estarás conmigo en el Paraíso. Ya había
suplicado antes al Padre: perdónalos, que no saben lo que hacen. ¿se sabe de
algún condenado injustamente, que haya sido abogado defensor de su indigno juez
y de sus verdugos?
Jadeaba, se moría
de sed y se ahogaba de dolor. En estas situaciones, quienes están junto a
alguien que agoniza, mantiene un respetuoso silencio, si no pueden decirle
palabras amables. En este caso, no. Asustada y dolorosa estaba yo, comprobando
que los demás reían.
Por un momento
me miró y vio junto a mí a Juan. Nos vio sufrir. Le dijo que no me dejara de su
lado, me dijo a mí, que no abandonara a aquel chiquillo idealista, que ahora
estaba derrumbado de dolor.
Yo te saludo
María, llena de Gracia, el Señor que en todos piensa y está a punto de morir,
está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu
vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
9ª ESTACIÓN – UN
GRAN GRITO EN EL CALVARIO Y UN SILENCIO
Se oyó un gran
grito, que no entendieron todos. La Madre preguntó a Juan ¿Qué ha dicho? El
chico asombrado, le contestó: me ha parecido que decía: Dios mío, Dios mío ¿Por
qué me has abandonado?. Bajó ella la cabeza y susurró: Dios mío, Dios mío ¿por
qué le has abandonado?
(A María, como a
nosotros, le costaba creer. La Fe siempre es un riesgo, un salto en el vacío.
Ella no era una excepción. La Fe, dicen los teólogos es un virtud obscura. Así
pues, si grande era la fidelidad de Santa María, mayor en este momento era la
enigmática obscuridad espiritual)
Las palabras que
pronunció poco después, sí que pudieron entenderlas todos: ya ha concluido mi
misión. Padre, me pongo en tus manos.
Cruzaron sus
miradas Juan y la de Magdala. Salomé afirmó. Se acercó el chico y temblando le
dijo al oído: ha muerto. No pudo decir nada más. Tampoco Ella dijo nada, su
conformidad silenciosa resultaba heroica. Otra, en su lugar, se hubiera puesto
a gritar histérica.
Yo te saludo
María, llena de Gracia, el Señor crucificado ya muerto, está contigo. Bendita
eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
10ª ESTACIÓN –
NO TODOS LE HAN OLVIDADO
Como ya estaban
seguros de cómo acabaría, unos amigos habían pensado y preparado lo que se
debía hacer en este momento. Era preciso hacerlo deprisa, la Gran Fiesta estaba
a punto de comenzar y no podían arriesgarse a intentar hacer algún trabajo, por
insignificante que fuera, en cuanto la primera estrella apuntase. Uno de ellos
que tenía buena entrada en el Pretorio, consiguió fácilmente que se le
concediera el cuerpo de mi Hijo. En realidad Pilatos estaba ya harto de todo lo
que las circunstancias le habían obligado a hacer. Si se trataba de enterrarlo
que lo hicieran pronto, tal vez encerrado en el sepulcro, él podría olvidarlo,
dormir y, hasta con una cierta calma interior, celebrar a su manera y con
los suyos, aquella fiesta que tanto alborotaba a los judíos.
Querían alejarla
del lugar, ella no consintió. Si alguien debía lavar aquel cuerpo era ella
quien lo debía hacer. Limpiar su sangre, la misma que ella le había dado, era
su deber. Un día le dio vida, le empujó desde sus entrañas, para darle a luz.
Ahora sus ojos vidriosos ya nada veían. Aquellas piernecitas que se movían
juguetonas cuando era pequeño, ahora se habían tornado rígidas. Tenía desnudo
en su regazo, al que desnudo salió de su seno. Miraba a su alrededor, todavía
era capaz de distinguir las cosas, pero se volvía oscuridad enseguida su
entorno. Uno de estos amigos ofreció su sepulcro. Estaba nuevo, sin estrenar y
muy cerca de allí. Solo necesitaba su permiso. Accedió con mirada cariñosa,
hasta trató de iniciar una sonrisa, pero no consiguió brotara.
Yo te saludo
María, llena de Gracia, el Señor enterrado, está contigo. Bendita eres entre
todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
SIN NUMERAR – AL
MARGEN DEL TIEMPO
Sintió en medio
de su ensueño una corazonada. La muerte de su Hijo, no podía acabar de aquella
manera. Ignoraba qué iba a suceder. No estaba segura de nada, así es la Fe.
Puro convencimiento, sin seguridad alguna. No le extrañó la sensación que
sintió. Su estremecimiento fue por una impresión de proximidad viva de su Hijo.
Su corazón palpitaba alegremente de júbilo.
Pronto llegaron
las noticias. El sepulcro vacío, los ángeles hablando, Él mismo jugando al
escondite, cual hortelano concienzudo, se daba a conocer a la de Magdala
… Era un torbellino de confidencias llenas de asombro y felicidad. Ella
se alegraba del protagonismo que su Hijo había proporcionado a las mujeres, sus
compañeras de aquellos penosos días.
Más tarde, si se puede medir este tiempo prodigioso, Él mismo se encontró con ellos, los más íntimos. Todo había cambiado. Empezaban entonces a entender tantas cosas que les había contado y ellos no habían comprendido antes…
EN TODO TIEMPO
A pocos minutos
de Getsemaní, allí donde había empezado todo, hay una gruta. Una santa gruta.
Cuentan, que fue en ese lugar donde un día el Señor les comunicó a los suyos el
Padrenuestro. A la luz de la Resurrección, se reza de otra manera. Lo podemos
hacer antes de despedirnos de María. No lo copio ahora, creo que todos lo
saben.
Se encontró en Egipto, no hace demasiados años, en un papiro mas que milenario, el texto más antiguo de una oración a la Madre de Jesús. Es del siglo III, por tanto más antigua que el Ave-María. Bueno será, que la hagamos vehículo de nuestra plegaria.
Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las suplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien libranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.