María y el Via Crucis
Después
que murió Jesús, estando la Virgen María en Jerusalén, Ella
diariamente recorría la Vía Dolorosa de Jerusalén siguiendo la misma ruta por
la que pasara Jesús cargando con la cruz a cuestas. Se detenía en cada
uno de aquellos sitios que ofrecían un recuerdo especial para meditar y
considerar la angustia que allí sufrió. Ella nos contó los secretos del camino
que hizo Jesús hacia su crucifixión por la Vía Dolorosa de Jerusalén el Viernes
Santo, desde el Pretorio al Calvario. María comenzó una devoción que rememora
todo lo que vio durante las últimas 9 horas de vida de su Hijo, el Via Crucis.
Todo ello
dio forma a lo que luego relatan los evangelios, que comenzaron a ser escritos
no antes de 15 años después de la muerte de Jesús y luego de la Asunción de
María, los textos que narran la Pasión de Jesús..
Después de la muerte de Jesús, María y unas santas mujeres marcharon a casa de Lázaro, donde se encontraban las otras mujeres. Y allí el amor, el ardiente deseo de estar cerca de Jesús y de no abandonarlo, le dieron una fuerza sobrenatural y entonces partieron en número de 17 para seguir el camino de la Pasión nuevamente.
Dice la beata Catalina Emmerich, la vidente: «Yo las vi cubiertas con sus velos llegar sin atender a las injurias del populacho, besar la tierra en el sitio en que Jesús cargó con la Cruz, y después seguir el camino que Él mismo había seguido».
María
buscaba las huellas de los pies de Jesús, contaba todos sus pasos e indicaba a
sus compañeras los lugares consagrados por alguna dolorosa circunstancia.
De esta
manera es como esta devoción fue en un principio escrita en el corazón de
María, pasó de su sagrada boca a sus compañeras, y de éstas a las escrituras y
luego a nosotros.
Pocas personas saben que esta devoción del Vía
Crucis fue creada por la misma Virgen María no bien murió Su Hijo. Esto
fue revelado por la beata Ana Catalina Emmerich, gracias a cuyas videncias fue localizada la casa
donde María vivió los últimos años de su vida junto con el apóstol Juan, en
Éfeso. Y hoy es un lugar de peregrinación que se encuentra en Turquía.
Esta
devoción tiene tres grandes beneficios para los cristianos hoy, y es
recomendable realizarla no sólo en cuaresma sino en todo tiempo, en especial
los viernes.
Primero,
porque corre el velo de lo que los ojos de
María vieron como madre.
Segundo,
porque se
trata de una devoción con una estricta base histórica, rememoramos
cosas que sucedieron realmente.
Y
tercero, porque nos ayuda a comprender
la parte culminante de la misión del Señor en la Tierra y su sufrimiento por la
redención de los seres humanos.
Esta
devoción creada por María, se puede practicar en las iglesias, donde por lo
general existen reproducciones pictóricas de las estaciones de la Cruz.
O
externamente al templo, por ejemplo en una manifestación alrededor de la
parroquia.
Y es
especialmente apta para realizarla cada uno en su casa.
Cinco
años habitó en Jerusalén y los otros 10 en Éfeso, junto a San Juan, el
discípulo amado.
La
Iglesia Católica sostiene el dogma que María ascendió en cuerpo y alma al
cielo, pero no se expidió si la Virgen murió previamente o sólo dormitó.
Luego de 5 años en Jerusalén, la Virgen María se
mudó a una casa que había hecho construir Juan en Éfeso. Varias familias cristianas se habían establecido
allí, antes incluso de que estallara la gran persecución. Permanecían en
tiendas o en grutas, hechas habitables con la ayuda de algunos entablados, separadas
una casa de otra por alrededor de 1 kilómetro.
La casa de María era la única de piedra y estaba a
17 kilómetros de Éfeso, un lugar solitario, con muchas colinas agradables y
algunas grutas excavadas en la roca.
Había en
las cercanías un castillo donde residía un rey que había sido destronado, que
San Juan visitaba a menudo y que luego convirtió. Donde más tarde fue un
obispado.
No bien se instaló María en la casa construyó una
réplica del vía crucis de Jerusalén, a alguna distancia detrás de su casa, en
el camino que conducía a la montaña.
De tanto
recorrerlo en Jerusalén sabía exactamente los pasos entre un lugar y otro de
los 12 sucesos, a los que Ella daba más significación.
La beata
Emmerich dice que a poco de su llegada a Éfeso la Virgen recorría la vía
dolorosa entregándose a las meditaciones de la pasión. Al principio iba sola, y
medía con el número de pasos la distancia entre los diversos lugares donde
había ocurrido algún incidente de la Pasión. En
cada lugar, erigiría con el tiempo una piedra, o si allí había un árbol, le
haría una señal. El camino conducía hasta un bosque en donde una
altura representaba el Calvario y una gruta en otra altura representaba el
Santo Sepulcro.
Y cuando hubo dividido el trayecto en doce
estaciones bien señalizadas y a las distancias exactas de los sucesos
originales, lo seguiría diariamente en compañía de su sirvienta, sumergida en silenciosa
contemplación.
Se sentaban en cada sitio que recordaba un episodio de la Pasión, meditando su significación misteriosa, dando gracias al Señor por su amor y derramando lágrimas de compasión. Y aún después arregló mejor las estaciones.
Dice la beata Emmerich que la vio escribir con un
punzón en cada una de las piedras la indicación de lugar que representaba, el
número de pasos y otras cosas semejantes.
También
la vio limpiar la gruta del Santo Sepulcro y disponerla de manera que se
pudiera orar más cómodamente.
San Juan, las santas mujeres y los fieles de la
primitiva Iglesia, acompañaban en ocasiones a Nuestra Señora en ese piadoso
camino.
E incluso
llegaba gente desde Jerusalén y de otros lugares para recorrerlo.
Más
adelante, luego de la Asunción de María, todo esto fue mejor ordenado y siguió
siendo frecuentado por los cristianos que se postraban y besaban la
tierra. Pero con el tiempo y las persecuciones, se lo fue comiendo el
olvido.
También relata la beata Emmerich que después del
tercer año de estancia en Éfeso, María tenía grandes ansias de ir a Jerusalén,
y Juan y Pedro la llevaron allí.
Parece
que en ocasión de una especie de concilio de los apóstoles, donde María los
asistiría con sus consejos. Y a su llegada, por la tarde ya oscurecido, visitó
el Monte de los Olivos, el Calvario, el Santo Sepulcro y todos los santos
lugares de los alrededores de Jerusalén.
Estaba tan triste y conmovida que apenas podía tenerse de pie, y Pedro y Juan la tenían que llevar sosteniéndola. Y luego, 1 año y medio antes de su Asunción, María volvió a Jerusalén de nuevo y visitó los santos lugares con los apóstoles, otra vez por la noche. Y suspiraba continuamente diciendo: «Oh Hijo mío, Hijo mío».