Benedicto
XVI, 15 Marzo 2012:
…”A veces se presenta
una imagen del Cristianismo como una propuesta de vida que oprime nuestra
libertad, que va contra nuestro deseo de felicidad y alegría. Pero esto no
corresponde a la verdad. Los cristianos son hombres y mujeres verdaderamente
felices, porque saben que nunca están solos, sino que siempre están sostenidos
por las manos de Dios. Sobre todo vosotros, jóvenes discípulos de Cristo, tenéis
la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera,
plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces
cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del
rostro alegre y feliz de la fe. El Evangelio es la «buena noticia» de que Dios
nos ama y que cada uno de nosotros es importante para Él. Mostrad al mundo que
esto de verdad es así...."
-Sigue aquí el texto de la enseñanza del Papa:
….
la alegría es un elemento central de la experiencia cristiana. También
experimentamos en cada Jornada Mundial de la Juventud una alegría intensa, la
alegría de la comunión, la alegría de ser cristianos, la alegría de la fe…Vemos
la fuerza atrayente que ella tiene: en un mundo marcado a menudo por la
tristeza y la inquietud, la alegría es un testimonio importante de la belleza y
fiabilidad de la fe cristiana.
La
Iglesia tiene la vocación de llevar la alegría al mundo, una alegría auténtica
y duradera, aquella que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén en la
noche del nacimiento de Jesús. Dios no sólo ha hablado, no sólo ha cumplido
signos prodigiosos en la historia de la humanidad, sino que se ha hecho tan
cercano que ha llegado a hacerse uno de nosotros, recorriendo las etapas de la
vida entera del hombre. En el difícil contexto actual, muchos jóvenes en
vuestro entorno tienen una inmensa necesidad de sentir que el mensaje cristiano
es un mensaje de alegría y esperanza. Quisiera reflexionar ahora con vosotros
sobre esta alegría, sobre los caminos para encontrarla, para que podáis vivirla
cada vez con mayor profundidad y ser mensajeros de ella entre los que os
rodean.
1. Nuestro corazón está
hecho para la alegría
La
aspiración a la alegría está grabada en lo más íntimo del ser humano. Más allá
de las satisfacciones inmediatas y pasajeras, nuestro corazón busca la alegría
profunda, plena y perdurable, que pueda dar «sabor» a la existencia. Y esto
vale sobre todo para vosotros, porque la juventud es un período de un continuo
descubrimiento de la vida, del mundo, de los demás y de sí mismo. Es un tiempo
de apertura hacia el futuro, donde se manifiestan los grandes deseos de
felicidad, de amistad, del compartir y de verdad; donde uno es impulsado por
ideales y se conciben proyectos.
Cada
día el Señor nos ofrece tantas alegrías sencillas: la alegría de vivir, la
alegría ante la belleza de la naturaleza, la alegría de un trabajo bien hecho,
la alegría del servicio, la alegría del amor sincero y puro. Y si miramos con
atención, existen tantos motivos para la alegría: los hermosos momentos de la
vida familiar, la amistad compartida, el descubrimiento de las propias
capacidades personales y la consecución de buenos resultados, el aprecio que
otros nos tienen, la posibilidad de expresarse y sentirse comprendidos, la
sensación de ser útiles para el prójimo. Y, además, la adquisición de nuevos
conocimientos mediante los estudios, el descubrimiento de nuevas dimensiones a
través de viajes y encuentros, la posibilidad de hacer proyectos para el
futuro. También pueden producir en nosotros una verdadera alegría la
experiencia de leer una obra literaria, de admirar una obra maestra del arte,
de escuchar e interpretar la música o ver una película.
Pero
cada día hay tantas dificultades con las que nos encontramos en nuestro
corazón, tenemos tantas preocupaciones por el futuro, que nos podemos preguntar
si la alegría plena y duradera a la cual aspiramos no es quizá una ilusión y
una huída de la realidad. Hay muchos jóvenes que se preguntan: ¿es
verdaderamente posible hoy en día la alegría plena? Esta búsqueda sigue varios
caminos, algunos de los cuales se manifiestan como erróneos, o por lo menos
peligrosos. Pero, ¿cómo podemos distinguir las alegrías verdaderamente
duraderas de los placeres inmediatos y engañosos? ¿Cómo podemos encontrar en la
vida la verdadera alegría, aquella que dura y no nos abandona ni en los
momentos más difíciles?
2. Dios es la fuente de
la verdadera alegría
En
realidad, todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o
las grandes de la vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a
primera vista, porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que
no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le
aman. Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre nosotros su
amor, para colmarnos de su presencia y su gracia. Dios quiere hacernos
partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el
valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos
y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con
una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy amado, tengo un puesto
en el mundo y en la historia, soy amado personalmente por Dios. Y si Dios me
acepta, me ama y estoy seguro de ello, entonces sabré con claridad y certeza
que es bueno que yo sea, que exista.
Este
amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de modo pleno
en Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos.
En
el Evangelio vemos cómo los hechos que marcan el inicio de la vida de Jesús se
caracterizan por la alegría. Cuando el arcángel Gabriel anuncia a la Virgen
María que será madre del Salvador, comienza con esta palabra: «¡Alégrate!». En
el nacimiento de Jesús, el Ángel del Señor dice a los pastores: «Os anuncio una
buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad
de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Y los Magos que
buscaban al niño, «al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría». El
motivo de esta alegría es, por lo tanto, la cercanía de Dios, que se ha hecho
uno de nosotros. Esto es lo que san Pablo quiso decir cuando escribía a los
cristianos de Filipos: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos.
Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca». La primera
causa de nuestra alegría es la cercanía del Señor, que me acoge y me ama.
En
efecto, el encuentro con Jesús produce siempre una gran alegría interior. Lo
podemos ver en muchos episodios de los Evangelios. Recordemos la visita de
Jesús a Zaqueo, un recaudador de impuestos deshonesto, un pecador público, a
quien Jesús dice: «Es necesario que hoy me quede en tu casa». Y san Lucas dice
que Zaqueo «lo recibió muy contento». Es la alegría del encuentro con el Señor;
es sentir el amor de Dios que puede transformar toda la existencia y traer la
salvación. Zaqueo decide cambiar de vida y dar la mitad de sus bienes a los
pobres.
En
la hora de la pasión de Jesús, este amor se manifiesta con toda su fuerza. Él,
en los últimos momentos de su vida terrena, en la cena con sus amigos, dice:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor… Os he
hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue
a plenitud». Jesús quiere introducir a sus discípulos y a cada uno de nosotros
en la alegría plena, la que Él comparte con el Padre, para que el amor con que
el Padre le ama esté en nosotros. La alegría cristiana es abrirse a este amor
de Dios y pertenecer a Él.
Los
Evangelios relatan que María Magdalena y otras mujeres fueron a visitar el
sepulcro donde habían puesto a Jesús después de su muerte y recibieron de un
Ángel una noticia desconcertante, la de su resurrección. Entonces, así escribe
el Evangelista, abandonaron el sepulcro a toda prisa, «llenas de miedo y de
alegría», y corrieron a anunciar la feliz noticia a los discípulos. Jesús salió
a su encuentro y dijo: «Alegraos». Es la alegría de la salvación que se les
ofrece: Cristo es el viviente, es el que ha vencido el mal, el pecado y la
muerte. Él está presente en medio de nosotros como el Resucitado, hasta el
final de los tiempos. El mal no tiene la última palabra sobre nuestra vida,
sino que la fe en Cristo Salvador nos dice que el amor de Dios es el que vence.
Esta
profunda alegría es fruto del Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios,
capaces de vivir y gustar su bondad, de dirigirnos a Él con la expresión
«Abba», Padre. La alegría es signo de su presencia y su acción en nosotros.
3. Conservar en el
corazón la alegría cristiana
Aquí
nos preguntamos: ¿Cómo podemos recibir y conservar este don de la alegría
profunda, de la alegría espiritual?
Un
Salmo dice: «Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón» (Sal
37,4). Jesús explica que «El reino de los cielos se parece a un tesoro
escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de
alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. Encontrar y conservar
la alegría espiritual surge del encuentro con el Señor, que pide que le
sigamos, que nos decidamos con determinación, poniendo toda nuestra confianza
en Él. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de arriesgar vuestra vida abriéndola
a Jesucristo y su Evangelio; es el camino para tener la paz y la verdadera
felicidad dentro de nosotros mismos, es el camino para la verdadera realización
de nuestra existencia de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza.
Buscar
la alegría en el Señor: la alegría es fruto de la fe, es reconocer cada día su
presencia, su amistad: «El Señor está cerca»; es volver a poner nuestra
confianza en Él, es crecer en su conocimiento y en su amor. El «Año de la Fe»,
que iniciaremos dentro de pocos meses, nos ayudará y estimulará. Queridos
amigos, aprended a ver cómo actúa Dios en vuestras vidas, descubridlo oculto en
el corazón de los acontecimientos de cada día. Creed que Él es siempre fiel a
la alianza que ha sellado con vosotros el día de vuestro Bautismo. Sabed que
jamás os abandonará. Dirigid a menudo vuestra mirada hacia Él. En la cruz
entregó su vida porque os ama. La contemplación de un amor tan grande da a
nuestros corazones una esperanza y una alegría que nada puede destruir. Un
cristiano nunca puede estar triste porque ha encontrado a Cristo, que ha dado
la vida por él.
Buscar
al Señor, encontrarlo, significa también acoger su Palabra, que es alegría para
el corazón. El profeta Jeremías escribe: «Si encontraba tus palabras, las
devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón» (Jeremias
15,16). Aprended a leer y meditar la Sagrada Escritura; allí encontraréis una
respuesta a las preguntas más profundas sobre la verdad que anida en vuestro
corazón y vuestra mente. La Palabra de Dios hace que descubramos las maravillas
que Dios ha obrado en la historia del hombre y que, llenos de alegría,
proclamemos en alabanza y adoración: «Venid, aclamemos al Señor… postrémonos
por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro» (Salmo 95,1.6).
La
Liturgia en particular, es el lugar por excelencia donde se manifiesta la
alegría que la Iglesia recibe del Señor y transmite al mundo. Cada domingo, en
la Eucaristía, las comunidades cristianas celebran el Misterio central de la
salvación: la muerte y resurrección de Cristo. Este es un momento fundamental
para el camino de cada discípulo del Señor, donde se hace presente su
sacrificio de amor; es el día en el que encontramos al Cristo Resucitado,
escuchamos su Palabra, nos alimentamos de su Cuerpo y su Sangre. Un Salmo
afirma: «Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo»
(Sal 118,24). En la noche de Pascua, la Iglesia canta el Exultet, expresión de
alegría por la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte: «¡Exulte el
coro de los ángeles… Goce la tierra inundada de tanta claridad… resuene este
templo con las aclamaciones del pueblo en fiesta!». La alegría cristiana nace
del saberse amados por un Dios que se ha hecho hombre, que ha dado su vida por
nosotros y ha vencido el mal y la muerte; es vivir por amor a él. Santa Teresa
del Niño Jesús, joven carmelita, escribió: «Jesús, mi alegría es amarte a ti»
(Poesía 45/7).
4. La alegría del amor
Queridos
amigos, la alegría está íntimamente unida al amor; ambos son frutos
inseparables del Espíritu Santo. El amor produce alegría, y la alegría es una
forma del amor. La beata Madre Teresa de Calcuta, recordando las palabras de
Jesús: «hay más dicha en dar que en recibir», decía: «La alegría es una red de
amor para capturar las almas. Dios ama al que da con alegría. Y quien da con
alegría da más». El siervo de Dios el Papa Pablo VI escribió: «En el mismo
Dios, todo es alegría porque todo es un don.
Pensando
en los diferentes ámbitos de vuestra vida, quisiera deciros que amar significa
constancia, fidelidad, tener fe en los compromisos. Y esto, en primer lugar,
con las amistades. Nuestros amigos esperan que seamos sinceros, leales, fieles,
porque el verdadero amor es perseverante también y sobre todo en las
dificultades. Y lo mismo vale para el trabajo, los estudios y los servicios que
desempeñáis. La fidelidad y la perseverancia en el bien llevan a la alegría,
aunque ésta no sea siempre inmediata.
Para
entrar en la alegría del amor, estamos llamados también a ser generosos, a no
conformarnos con dar el mínimo, sino a comprometernos a fondo, con una atención
especial por los más necesitados. El mundo necesita hombres y mujeres
competentes y generosos, que se pongan al servicio del bien común. Esforzaos
por estudiar con seriedad; cultivad vuestros talentos y ponedlos desde ahora al
servicio del prójimo. Buscad el modo de contribuir, allí donde estéis, a que la
sociedad sea más justa y humana. Que toda vuestra vida esté impulsada por el
espíritu de servicio, y no por la búsqueda del poder, del éxito material y del
dinero.
A
propósito de generosidad, tengo que mencionar una alegría especial; es la que
se siente cuando se responde a la vocación de entregar toda la vida al Señor.
Queridos jóvenes, no tengáis miedo de la llamada de Cristo a la vida religiosa,
monástica, misionera o al sacerdocio. Tened la certeza de que colma de alegría
a los que, dedicándole la vida desde esta perspectiva, responden a su
invitación a dejar todo para quedarse con Él y dedicarse con todo el corazón al
servicio de los demás. Del mismo modo, es grande la alegría que Él regala al
hombre y a la mujer que se donan totalmente el uno al otro en el matrimonio
para formar una familia y convertirse en signo del amor de Cristo por su
Iglesia.
Quisiera
mencionar un tercer elemento para entrar en la alegría del amor: hacer que
crezca en vuestra vida y en la vida de vuestras comunidades la comunión
fraterna. Hay vínculo estrecho entre la comunión y la alegría. No en vano san
Pablo escribía su exhortación en plural; es decir, no se dirige a cada uno en
singular, sino que afirma: «Alegraos siempre en el Señor». Sólo juntos,
viviendo en comunión fraterna, podemos experimentar esta alegría. El libro de
los Hechos de los Apóstoles describe así la primera comunidad cristiana:
«Partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de
corazón». Empleaos también vosotros a fondo para que las comunidades cristianas
puedan ser lugares privilegiados en que se comparta, se atienda y cuiden unos a
otros.
5. La alegría de la
conversión
Queridos
amigos, para vivir la verdadera alegría también hay que identificar las
tentaciones que la alejan. La cultura actual lleva a menudo a buscar metas,
realizaciones y placeres inmediatos, favoreciendo más la inconstancia que la
perseverancia en el esfuerzo y la fidelidad a los compromisos. Los mensajes que
recibís empujar a entrar en la lógica del consumo, prometiendo una felicidad
artificial. La experiencia enseña que el poseer no coincide con la alegría. Hay
tantas personas que, a pesar de tener bienes materiales en abundancia, a menudo
están oprimidas por la desesperación, la tristeza y sienten un vacío en la
vida. Para permanecer en la alegría, estamos llamados a vivir en el amor y la
verdad, a vivir en Dios.
La
voluntad de Dios es que nosotros seamos felices. Por ello nos ha dado las
indicaciones concretas para nuestro camino: los Mandamientos. Cumpliéndolos
encontramos el camino de la vida y de la felicidad. Aunque a primera vista
puedan parecer un conjunto de prohibiciones, casi un obstáculo a la libertad,
si los meditamos más atentamente a la luz del Mensaje de Cristo, representan un
conjunto de reglas de vida esenciales y valiosas que conducen a una existencia
feliz, realizada según el proyecto de Dios. Cuántas veces, en cambio,
constatamos que construir ignorando a Dios y su voluntad nos lleva a la
desilusión, la tristeza y al sentimiento de derrota. La experiencia del pecado
como rechazo a seguirle, como ofensa a su amistad, ensombrece nuestro corazón.
Pero
aunque a veces el camino cristiano no es fácil y el compromiso de fidelidad al
amor del Señor encuentra obstáculos o registra caídas, Dios, en su
misericordia, no nos abandona, sino que nos ofrece siempre la posibilidad de
volver a Él, de reconciliarnos con Él, de experimentar la alegría de su amor
que perdona y vuelve a acoger.
Queridos
jóvenes, ¡recurrid a menudo al Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación!
Es el Sacramento de la alegría reencontrada. Pedid al Espíritu Santo la luz
para saber reconocer vuestro pecado y la capacidad de pedir perdón a Dios
acercándoos a este Sacramento con constancia, serenidad y confianza. El Señor
os abrirá siempre sus brazos, os purificará y os llenará de su alegría: habrá
alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte.
6. La alegría en las
pruebas
Al
final puede que quede en nuestro corazón la pregunta de si es posible vivir de
verdad con alegría incluso en medio de tantas pruebas de la vida, especialmente
las más dolorosas y misteriosas; de si seguir al Señor y fiarse de Él da
siempre la felicidad.
La
respuesta nos la pueden dar algunas experiencias de jóvenes como vosotros que
han encontrado precisamente en Cristo la luz que permite dar fuerza y
esperanza, también en medio de situaciones muy difíciles…
….El
cristiano auténtico no está nunca desesperado o triste, incluso ante las
pruebas más duras; la alegría cristiana no es una huída de la realidad, sino
una fuerza sobrenatural para hacer frente y vivir las dificultades cotidianas.
Sabemos que Cristo crucificado y resucitado está con nosotros, es el amigo
siempre fiel. Cuando participamos en sus sufrimientos, participamos también en
su alegría. Con Él y en Él, el sufrimiento se transforma en amor. Y ahí se
encuentra la alegría.
7. Testigos de la
alegría
Queridos
amigos, para concluir quisiera alentaros a ser misioneros de la alegría. No se
puede ser feliz si los demás no lo son. Por ello, hay que compartir la alegría.
Id a contar a los demás jóvenes vuestra alegría de haber encontrado aquel
tesoro precioso que es Jesús mismo. No podemos conservar para nosotros la
alegría de la fe; para que ésta pueda permanecer en nosotros, tenemos que
transmitirla. San Juan afirma: «Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos,
para que estéis en comunión con nosotros… Os escribimos esto, para que nuestro
gozo sea completo».
A
veces se presenta una imagen del Cristianismo como una propuesta de vida que
oprime nuestra libertad, que va contra nuestro deseo de felicidad y alegría.
Pero esto no corresponde a la verdad. Los cristianos son hombres y mujeres
verdaderamente felices, porque saben que nunca están solos, sino que siempre
están sostenidos por las manos de Dios. Sobre todo vosotros, jóvenes discípulos
de Cristo, tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y
alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos
parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar
testimonio del rostro alegre y feliz de la fe. El Evangelio es la «buena
noticia» de que Dios nos ama y que cada uno de nosotros es importante para Él.
Mostrad al mundo que esto de verdad es así.
Por
lo tanto, sed misioneros entusiasmados de la nueva evangelización. Llevad a los
que sufren, a los que están buscando, la alegría que Jesús quiere regalar.
Llevadla a vuestras familias, a vuestras escuelas y universidades, a vuestros
lugares de trabajo y a vuestros grupos de amigos, allí donde vivís. Veréis que
es contagiosa. Y recibiréis el ciento por uno: la alegría de la salvación para
vosotros mismos, la alegría de ver la Misericordia de Dios que obra en los
corazones. En el día de vuestro encuentro definitivo con el Señor, Él podrá
deciros: «¡Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu señor!».
Que
la Virgen María os acompañe en este camino. Ella acogió al Señor dentro de sí y
lo anunció con un canto de alabanza y alegría, el Magníficat: «Proclama mi alma
la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador». María
respondió plenamente al amor de Dios dedicando a Él su vida en un servicio humilde
y total. Es llamada «causa de nuestra alegría» porque nos ha dado a Jesús. Que
Ella os introduzca en aquella alegría que nadie os podrá quitar.
MENSAJE
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA XXVII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2012
«¡Alegraos
siempre en el Señor!» (Flp 4,4). Este año, el tema de la Jornada Mundial de la
Juventud nos lo da la exhortación de la Carta del apóstol san Pablo a los
Filipenses: «¡Alegraos siempre en el Señor!» (4,4).
Vaticano,
15 de marzo de 2012
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/youth/documents/hf_ben-xvi_mes_20120315_youth_sp.html