«Si
nosotros no ardemos, el mundo morirá de frío». Munilla, obispo de San Sebastián
habló claro en la Vigilia de jóvenes: la adoración al Señor en la Eucaristía es
el antídoto para la crisis espiritual que vivimos.
«Si nosotros no ardemos, el mundo morirá
de frío. Cristo quiere que nos ofrezcamos, para que su fuego prenda en
nosotros». Es también un soplo que nos alivia, «en medio de nuestros agobios, y
paz interior» para «sobrellevar las dificultades sin vernos ahogados en ellas».
Celo ardiente y paciencia son un binomio «indispensable en la vida cristiana».
Pero adorar no es sólo «sentir como Él siente», sino pedirle «que mis criterios
sean los Suyos». Con todo, es fácil distraerse y, «por mirarnos unos a otros
con envidias y complejos, dejar de mirarle a Él». La respuesta es fácil: «No te
valores o te sientas despreciado por lo que ocurra con los demás. El Señor te
quiere a ti personalmente, y tiene un designio irreemplazable contigo».
La
Vigilia concluyó renovando la consagración de la juventud al Sagrado Corazón.
Esta consagración «es un pacto de amor con Jesucristo. Pero la iniciativa la
lleva siempre Él. Él es quien nos consagra y santifica. No se trata sino de
dejarle entrar en nuestra vida, de dejarse amar por Él».
Con
los turnos de vela, comenzaba una noche diferente. «Hoy, para los jóvenes, la
noche es tiempo de compartir amistad, divertirse y, tristemente, para muchos
también de ofender al Señor. El turno de adoración es un momento para que cada
joven comparta su amistad con el Amigo. Y también es, en unión con el Corazón
de Jesús, un momento para pedir y reparar» por esos otros jóvenes que malgastan
sus noches. Aunque los frutos de esta oración «sólo Dios los conoce»
Amaneció
el domingo, y con él un nuevo deseo, como dijo el obispo de Getafe: comunicar a
los demás «esa relación íntima con el Señor» vivida durante la noche. Pero
«somos impacientes y queremos que, inmediatamente después de la siembra, llegue
la cosecha». Por eso, el «impulso apostólico» al que invita el Señor se ha de
vivir «con paz en el corazón», también ante las propias limitaciones. «No
podemos avasallar, como Dios no nos avasalla a nosotros. Él sabe que las cosas
necesitan su tiempo para dar fruto». Aludiendo al Evangelio de la parábola del
grano de mostaza, afirmó que, «aunque nuestros grupos sean aparentemente
insignificantes, la fuerza de Dios obra maravillas cuando dejamos que actúe».
También «en la sencillez y en la normalidad de cada día se esconde el germen
del reino de Dios». Un buen mensaje para volver a casa, tras una noche
especial.
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«Estamos cansados, pero ofrecer una noche al Señor siempre vale la pena, y Él
nos recompensa. (Daniel).
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«Para mí, la consagración al Sagrado Corazón de Jesús es una gran tranquilidad,
porque nos acoge a todos en Su Corazón, y no tenemos nada que temer. Tenemos
que trabajar para que los demás también lo conozcan» (Lorena).
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«Desde que he comprendido todo lo que el Señor ha hecho por mí, es una gran
alegría compartir un rato con Él. Es muy especial estar vinculados al Corazón
de Cristo, porque de ahí mana Su Amor, y eso es lo que tenemos que dar a los
demás» (Manuel).