El amor de Dios
transforma y hacer florecer los desiertos de nuestro corazón
Terminada la Misa del
día por la Resurrección del Señor, el papa Francisco se asomó al balcón
principal de la Basílica de San Pedro para Proclamar el mensaje de Pascua e
impartir la Bendición Apostólica a todo el mundo, y dijo:
Queridos hermanos y
hermanas de Roma y de todo el mundo: ¡Feliz Pascua! ¡Feliz Pascua!
Es una gran alegría
para mí poderos dar este anuncio: ¡Cristo ha resucitado! Quisiera que llegara a
todas las casas, a todas las familias, especialmente allí donde hay más
sufrimiento, en los hospitales, en las cárceles...
Quisiera que llegara
sobre todo al corazón de cada uno, porque es allí donde Dios quiere sembrar
esta Buena Nueva: Jesús ha resucitado, hay la esperanza para ti, ya no estás
bajo el dominio del pecado, del mal. Ha vencido el amor, ha triunfado la
misericordia. La misericordia de Dios siempre vence.
También nosotros, como
las mujeres discípulas de Jesús que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío,
podemos preguntarnos qué sentido tiene este evento. ¿Qué significa que Jesús ha
resucitado? Significa que el amor de Dios es más fuerte que el mal y la muerte
misma, significa que el amor de Dios puede transformar nuestras vidas y hacer
florecer esas zonas de desierto que hay en nuestro corazón. Y esto lo puede
hacer el amor de Dios.
Este mismo amor por el
que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, y ha ido hasta el fondo por la senda de
la humildad y de la entrega de sí, hasta descender a los infiernos, al abismo
de la separación de Dios, este mismo amor misericordioso ha inundado de luz el
cuerpo muerto de Jesús, y lo ha transfigurado, lo ha hecho pasar a la vida
eterna. Jesús no ha vuelto a su vida anterior, a la vida terrenal, sino que ha
entrado en la vida gloriosa de Dios y ha entrado en ella con nuestra humanidad,
nos ha abierto a un futuro de esperanza.
He aquí lo que es la
Pascua: el éxodo, el paso del hombre de la esclavitud del pecado, del mal, a la
libertad del amor y la bondad. Porque Dios es vida, sólo vida, y su gloria
somos nosotros: es el hombre vivo.
Queridos hermanos y
hermanas, Cristo murió y resucitó una vez para siempre y por todos, pero el
poder de la resurrección, este paso de la esclavitud del mal a la libertad del
bien, debe ponerse en práctica en todos los tiempos, en los momentos concretos
de nuestra vida, en nuestra vida cotidiana. Cuántos desiertos debe atravesar el
ser humano también hoy. Sobre todo el desierto que está dentro de él, cuando
falta el amor de Dios y del prójimo, cuando no se es consciente de ser custodio
de todo lo que el Creador nos ha dado y nos da. Pero la misericordia de Dios
puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir incluso a
los huesos secos (Ez 37,1-14).
He aquí, pues, la
invitación que hago a todos: Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo.
Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejémonos amar por Jesús,
dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos
instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda
regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la
paz.
Así, pues, pidamos a
Jesús resucitado, que transforma la muerte en vida, que cambie el odio en amor,
la venganza en perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra paz, e
imploremos por medio de él la paz para el mundo entero.
…. Paz a todo el
mundo, aún tan dividido por la codicia de quienes buscan fáciles ganancias,
herido por el egoísmo que amenaza la vida humana y la familia; egoísmo que
continúa en la trata de personas, la esclavitud más extendida en este siglo
veintiuno: la trata de personas es precisamente la esclavitud más extendida en
este siglo ventiuno. Paz a todo el mundo, desgarrado por la violencia ligada al
tráfico de drogas y la explotación inicua de los recursos naturales. Paz a esta
Tierra nuestra. Que Jesús Resucitado traiga consuelo a quienes son víctimas de
calamidades naturales y nos haga custodios responsables de la creación.
Queridos hermanos y
hermanas, a todos los que me escuchan en Roma y en todo el mundo, les dirijo la
invitación del Salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna
su misericordia. / Diga la casa de Israel: / “Eterna es su misericordia”» (Sal 117,1-2).
Queridos hermanos y
hermanas … os renuevo mi felicitación: ¡Buena Pascua!
Llevad a vuestras
familias y vuestros Países el mensaje de alegría, de esperanza y de paz que
cada año, en este día, se renueva con vigor.
Que el Señor resucitado, vencedor del pecado y de
la muerte, reconforte a todos, especialmente a los más débiles y necesitados...
Repito a todos con afecto: Cristo resucitado guíe a todos vosotros y a la
humanidad entera por sendas de justicia, de amor y de paz.