Tomando la imagen de los reyes
magos, el Papa reflexionó en las etapas para la unidad de los cristianos en una
homilía en las vísperas celebradas en la basílica de San Pablo Extramuros al
finalizar la oración por la unidad de los cristianos.
El Papa Francisco ofreció una homilía en la que
contempló el itinerario de los reyes magos que constó de tres etapa -según el
Santo Padre-: “comienza en oriente, pasa por Jerusalén y por último llega
a Belén”.
1) Salir: la inquietud de la búsqueda de
Dios que se hace caminar
Antes que nada, los Magos salen «del
oriente» (Mt 2,1),
porque desde allí ven aparecer la estrella. Inician su viaje en oriente, que es
donde sale el sol, pero van en busca de una luz más grande. Estos sabios no se
conforman con sus conocimientos y sus tradiciones, sino que desean algo más. Por eso
afrontan un viaje arriesgado, impulsados por la inquietud de la búsqueda de
Dios.
Queridos hermanos y hermanas, sigamos
también nosotros la estrella de Jesús. No nos dejemos deslumbrar por los
resplandores del mundo, estrellas esplendentes pero fugaces. No sigamos las
modas del momento, meteoros que se apagan; no caigamos en la tentación de
brillar con luz propia, o sea de encerrarnos en nuestro grupo y salvaguardarnos
a nosotros mismos. Que nuestra mirada esté fija en Cristo, en el cielo, en la
estrella de Jesús. Sigámoslo a Él, a su Evangelio y a su invitación a la
unidad, sin preocuparnos de lo largo y difícil que será el camino para
alcanzarla plenamente. No nos olvidemos que mirando la luz, la Iglesia, nuestra
Iglesia, en el camino de la unidad, continua a ser el “mysterium lunae”.
Anhelemos y caminemos juntos,
apoyándonos recíprocamente, como lo hicieron los Magos. La tradición nos los ha
descrito frecuentemente vestidos con trajes diferentes, para simbolizar pueblos
diversos. En los Magos podemos ver reflejadas nuestras diferencias, las
distintas tradiciones y experiencias cristianas, pero también nuestra unidad,
que nace del mismo deseo: mirar al cielo y caminar juntos en la tierra.
Caminar.
El oriente nos hace pensar también en
los cristianos que viven en varias regiones diezmadas por la guerra y la
violencia. Es precisamente el Consejo de las Iglesias de Oriente Medio el que
ha preparado los subsidios para esta Semana de oración. Estos hermanos y
hermanas nuestros tienen muchos desafíos difíciles que afrontar y, sin embargo,
con su testimonio nos dan esperanza, nos recuerdan que la estrella de Cristo
sigue brillando en las tinieblas y no se apaga; que el Señor desde lo alto
acompaña y alienta nuestros pasos. Alrededor de Él, en el cielo, brillan
juntos, sin distinciones de confesión, muchísimos mártires, que nos indican a
los que estamos en la tierra, un camino preciso, el de la unidad.
2) Pasar por las duras realidades de la
tierra: la decepción y la oposición
De oriente los Magos llegan a Jerusalén con el deseo
de Dios en el corazón, diciendo: «Vimos su estrella en el oriente y hemos
venido a adorarlo» (v. 2). Pero de su deseo por el cielo son llevados de
regreso a la dura realidad de la tierra: «cuando el rey Herodes oyó esto —dice
el Evangelio—, se alarmó, y con él toda Jerusalén» (v. 3). En la ciudad santa
los Magos, en vez de ver reflejada la luz de la estrella, experimentan la
resistencia de las fuerzas oscuras del mundo. No es sólo Herodes el que se
siente amenazado por la novedad de una realeza distinta de la corrompida por el
poder mundano, es toda
Jerusalén la que se turba por el anuncio de los Magos.
Incluso en nuestro camino hacia la unidad
podemos estancarnos por la misma razón que paralizó a aquella gente: la
conmoción, el miedo. Es el temor a la novedad, que sacude los hábitos y las
seguridades adquiridas; es el miedo a que el otro desestabilice mis tradiciones
y mis esquemas consolidados; pero, en el fondo, es el miedo que vive en el
corazón del hombre y del que el Señor Resucitado quiere liberarnos. Dejemos,
pues, resonar en nuestro camino de comunión su exhortación pascual: «¡No
teman!» (Mt 28,5.10).
No temamos anteponer al hermano a nuestros miedos, porque el Señor quiere que
confiemos los unos en los otros y que caminemos juntos, a pesar de nuestras
debilidades y nuestros pecados, a pesar de los errores del pasado y las heridas
recíprocas.
En Jerusalén, lugar de decepción y de
oposición, justo donde la vía indicada por el Cielo parece estrellarse contra
los muros levantados por los hombres, es donde los Magos descubren el camino
hacia Belén; y son los sacerdotes y los escribas quienes, escrutando las
Escrituras (cf. Mt 2,4),
dan la indicación. Los Magos encuentran a Jesús no solo gracias a la estrella,
que entretanto había desaparecido; sino también a la Palabra de Dios. Tampoco
nosotros, los cristianos, podemos llegar al Señor sin su Palabra viva y eficaz
(cf. Hb 4,12),
que fue dada a todo el Pueblo de Dios para ser recibida, para orar con ella y
meditarla juntos.
Acerquémonos, pues, a Jesús por medio de
su Palabra, pero acerquémonos también a nuestros hermanos por medio de la
Palabra de Jesús. Así su estrella surgirá de nuevo en nuestro camino y nos dará
gozo.
3) La llegada, la etapa
decisiva del camino es la comunión con Jesús al centro
Esto es lo que les sucedió a los Magos cuando llegaron a su última etapa: Belén. Allí entran en la casa, se postran y adoran al Niño (cf. Mt 2,11). Así es como termina su viaje: juntos, en la misma casa, en adoración. De este modo los Magos anticipan a los discípulos de Jesús, que aun diversos pero unidos, al final del Evangelio se postran delante del Resucitado en el monte de Galilea (cf. Mt 28,17); se convierten en un signo de profecía para nosotros, que anhelamos al Señor, que somos compañeros de viaje por los caminos del mundo y buscadores de los signos de Dios en la historia a través de la Sagrada Escritura. Hermanos y hermanas, también para nosotros la unidad plena, ese estar en la misma casa, sólo puede realizarse si adoramos al Señor. Queridos hermanos, la etapa decisiva del camino hacia la plena comunión requiere de una oración más intensa y de la adoración de Dios.
Los Magos nos recuerdan entonces que
para adorar hay un paso que dar: es necesario postrarse. Este es el camino,
abajarnos, dejar de lado nuestras pretensiones y poner al Señor en centro.
Cuántas veces el orgullo ha sido el verdadero obstáculo para la comunión. Los
Magos tuvieron el valor de dejar en casa prestigio y reputación, para abajarse
en la pobre casita de Belén; fue así como se llenaron de una «inmensa alegría»
(Mt 2,10).
Abajarse, dejar, simplificar. Pidamos a Dios en esta tarde que nos conceda esta
valentía, la valentía de
la humildad, único camino para llegar a adorar a Dios en la misma
casa y en torno al mismo altar.
En Belén, después de postrarse en
adoración, los Magos abren sus cofres y ofrecen oro, incienso y mirra (cf. v.
11). Esto nos recuerda que sólo después de haber orado juntos, que sólo ante
Dios y bajo su luz, nos damos realmente cuenta de los tesoros que cada uno
posee. Pero son tesoros que pertenecen a todos, que deben ser ofrecidos y
compartidos. Son, en efecto, dones que el Espíritu Santo destina para el bien
común, para la edificación y la unidad de su pueblo. Y esto lo constatamos
cuando rezamos, pero también cuando servimos: cuando damos a quien tiene
necesidad, se lo estamos dando a Jesús, que se identifica con los pobres y los
marginados (cf. Mt 25,33-40);
y es Él quien nos une a los unos con los otros.
Los dones de los Magos simbolizan lo que
el Señor quiere recibir de nosotros. A Dios hay que ofrecerle el oro, el
elemento más valioso, porque Dios tiene el primer lugar. Es a Él a quien
debemos mirar, no a nosotros; a su voluntad, no a la nuestra; a sus caminos, no
a los nuestros. Y si el Señor está realmente en el primer lugar, entonces
nuestras opciones, incluso las eclesiásticas, ya no pueden basarse en las
políticas del mundo, sino en los deseos de Dios. Después está el incienso, que
nos recuerda la importancia de la oración, que sube a Dios como perfume
agradable (cf. Sal 141,
2). No nos cansemos, pues, de rezar los unos por los otros y los unos con los
otros. Y, por último, la mirra, que se usará para honrar el cuerpo de Jesús
depuesto de la cruz (cf. Jn 19,39),
nos recuerda la necesidad de cuidar la carne sufriente del Señor, desgarrada en
los miembros de los pobres. Sirvamos a los necesitados, sirvamos juntos a Jesús
sufriente.
Queridos hermanos y
hermanas, sigamos las indicaciones de los Magos para nuestro camino; y actuemos
como ellos, que para regresar a casa “tomaron otro camino” (Mt 2,12). Sí, como
Saulo antes de encontrarse con Cristo, también nosotros necesitamos cambiar de
ruta, invertir el rumbo de nuestros hábitos y de nuestros intereses para
encontrar la senda que el Señor nos muestra, el camino de la humildad, el
camino de la fraternidad, de la adoración. Te pedimos Señor que nos concedas el
valor de cambiar camino, de convertirnos, de seguir tu voluntad y no nuestras
conveniencias; de ir hacia adelante juntos, hacia Ti, que con tu Espíritu
quieres que todos seamos uno. Amen.
Francisco, 25 Enero 2022