..." la felicidad del paraíso “será la del enamorado que, por definición, no se cansa. Si está enamorado incluso una eternidad le parecerá un momento”.
En el paraíso “estaremos encantados, con un gusto que engloba todos los gustos. En la cara de Dios, que es la persona que más nos ama, veremos la cara de nuestros seres queridos”.
No se trata de una realidad etérea y evanescente. Sino de un estado de gracia. De eternos enamorados...."
"A menudo nos da miedo hablar de la vida eterna. Hablamos de las cosas que son útiles para el mundo, mostramos que el cristianismo también ayuda a mejorarlo, pero no nos atrevemos a decir que su meta es la vida eterna y que de dicha meta parten los criterios de la vida… Tenemos que tener el valor, la alegría, la gran esperanza de que existe la vida eterna, es la verdadera vida”. Estas palabras de Benedicto XVI inician Prefiero el Paraíso. La vida eterna, cómo es y cómo llegar a ella (Mondadori, pág. 154, 18 euro) un libro hermoso y sorprendente, escrito por Pippo Corigliano, ingeniero partenopeo,
Con su inconfundible jovialidad, Corigliano consigue transmitir no sólo la nostalgia por el paraíso, sino también la conciencia de que –tal y como prometió Jesús en los Evangelios– se puede disfrutar de algún retal en la vida terrena, a pesar de todo. “Necesitamos que nos digan que el paraíso existe, que nos está esperando. Es más, necesitamos encontrar un poco de paraíso también aquí, en la tierra, porque en este “valle de lágrimas” se puede vivir bastante felices, si lo deseamos y si aceptamos la ayuda de Dios”.
¿Cómo será el paraíso? Corigliano explica que “Dios nos mimará y encontraremos en Él todas las cosas que nos gustan. La primera es el encanto del amor”. El autor cita, una vez más, a Papa Ratzinger, que en la encíclica Spe Salvi escribió: “Cuando uno, en la vida, experimenta un grande amor, es un momento de redención”. El estado de enamoramiento es, por lo tanto, un momento de redención, explica Corigliano, “el hecho de ser librados de todo lo que nos impide ser felices”. En efecto, “cuando estamos enamorados vivimos un momento de felicidad particular, los esfuerzos no nos pesan, nuestros ojos brillan, vivimos siempre en relación – incluso desde lejos- con la persona amada, nos volvemos más bellos. Es un estado de gracia”. Por esto, la felicidad del paraíso “será la del enamorado que, por definición, no se cansa. ¿Hemos visto alguna vez un enamorado bostezar ante la persona amada? Si bosteza no está enamorado. Si está enamorado incluso una eternidad le parecerá un momento”.
En el paraíso “estaremos encantados, con un gusto que engloba todos los gustos. En la cara de Dios, que es la persona que más nos ama, veremos la cara de nuestros seres queridos”.
No se trata de una realidad etérea y evanescente. Sino de un estado de gracia. De eternos enamorados.