El infierno y los infiernos
Algunos se han empeñado en dejar vacío el infierno, movidos por un sentimentalismo que representa el buenismo religioso. Esta postura es falaz porque adolece de un doble error: que el amor divino no puede estar en contradicción con la justicia, y que ignora el papel de la libertad del sujeto. Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti, dirá san Agustín.
Dios no predestina a nadie a ir al infierno. Su existencia no es un invento de la Iglesia para tener a sus fieles atemorizados. Nunca el miedo nos acerca al Señor, porque estrecha la mente, anquilosa el corazón y nos hace inoperantes. En cambio, el santo temor de Dios y el no olvidar que podemos ser merecedores de las penas del infierno, es cosa muy distinta, porque nos estimula al reconocimiento continuo de la grandeza del amor divino, a la conversión del corazón y a mantener una actitud vigilante en la vida. Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia acerca del infierno no son amenazas, sino llamamientos a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con Dios, con los demás y consigo mismo. Sólo aquellos que mantienen una aversión voluntaria a Dios (pecado mortal) y persisten en él hasta el final de sus días, escucharán la sentencia divina: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus ángeles. Ese fuego que nunca se apaga, que diría Jesús, representa la separación total y eterna de Dios. En esa situación, el pecador sufrirá la infelicidad, se hallará en tinieblas y en sombras de muerte para siempre.
Si algunos piensan que esto es exagerado y pasado de moda, les remito a que repasen los infiernos humanos, fabricados por las ideologías deshumanizadas y las estructuras sociales injustas, que pisotean la dignidad de los hombres y de los pueblos. Que vean los infiernos familiares como consecuencias del desamor, del engaño y que, en muchísimas ocasiones, llegan hasta la violencia de todo tipo. Se pueden continuar analizando tantos infiernos personales, frutos del egoísmo y del desprecio de lo más elemental, que es el cumplimiento de los Diez Mandamientos. Y contemplando este panorama de infiernos, ¿se podrá negar la existencia de un infierno eterno tras la muerte?
+ Juan del Río Martín
arzobispo castrense