No podemos vivir la fe acobardados, como si no tuviera nada que ver con la vida de cada día. La Cuaresma es el tiempo adecuado para fortalecer nuestra fe debilitada, para clarificar la comprensión de la verdad profunda de la vida, para ajustar nuestra conducta a lo que creemos y tratamos de vivir.
Esta sociedad en que vivimos acapara nuestra atención con el trabajo, con los deportes, con las múltiples posibilidades de ocio y de entretenimiento. Dentro de un cambio cultural muy amplio, nos vemos invadidos por un estilo de vida en el que Dios y nuestra plenitud humana se consideran incompatibles. Para ser libre, para ser moderno, para disfrutar de la vida –se repite hasta saciedad– hay que prescindir de Dios, liberarse de la religión y de todo lo que tiene relación ella.
1. Un laicismo combativo: Para saber a qué atenernos en la vida práctica necesitamos ver con claridad en qué consiste esta ideología laicista que tratan de imponernos como marco de la vida social y personal. Es innegable que tiene una estructura bien definida aunque ni siquiera la perciban con claridad muchas personas que la padecen. El dato básico consiste en negar la existencia de Dios o ponerla entre paréntesis. En la mentalidad laica los valores supremos son la libertad, el progreso y, como resultado del progreso, el bienestar material. No importa lo bueno o lo malo; importa, eso sí, lo progresista y lo no progresista, lo democrático y lo no democrático, sin más consideraciones. Nuestra sociedad se considera autosuficiente y dueña de sí misma, y no necesita, por tanto, referencias a una moral objetiva, superior y vinculante.
Los católicos no queremos imponer a nadie nuestras convicciones y nuestro modo de vivir, pero tampoco podemos permitir que nos impongan los del laicismo usando y abusando de los medios de comunicación. En estas circunstancias hemos de redescubrir el significado profundo de la fe y puede ser tiempo oportuno el camino cuaresmal. Se trata de una gran oportunidad para ponernos al día y dar la respuesta conveniente a la situación que vivimos. Hemos de plantearnos seriamente la autenticidad de nuestra vida.
En estos momentos la imagen de la barca agitada por las olas y los vientos, es una buena representación de nuestra Iglesia. Es verdad que caminamos entre dificultades, a cada momento tenemos que reafirmar nuestra fe ante otras maneras de entender la vida, el matrimonio y la familia, la moral personal y social. Pero en todas estas dificultades contamos con la presencia del Señor que nos acompaña, nos ilumina y nos sostiene. Nuestra fuerza no está en el número de afiliados, ni en el poder cultural o social, ni en el dinero, sino en la fidelidad y la autenticidad de nuestra fe, en la fortaleza de nuestra esperanza y en el testimonio incontestable de nuestro amor a Dios y a los hermanos, especialmente a los más pobres.
En definitiva se trata de entender y aceptar el misterio de la Cruz. En la debilidad de la Cruz se manifiesta el poder de Dios, que no es otra cosa que la fuerza del amor llevado hasta las últimas consecuencias. Dios no ejerce su poder imponiéndose y respeta definitivamente nuestra libertad. Por eso su fuerza es sólo el amor llevado hasta la muerte en suprema debilidad como consecuencia de nuestra ceguera. En este amor irrevocable está nuestra fuerza, el cimiento de nuestra vida y el verdadero argumento de nuestra acción evangelizadora.
No podemos vivir la fe acobardados, como si no tuviera nada que ver con la vida de cada día. La Cuaresma es el tiempo adecuado para fortalecer nuestra fe debilitada, para clarificar la comprensión de la verdad profunda de la vida, para ajustar nuestra conducta a lo que creemos y tratamos de vivir, para enriquecer nuestra vida actual con la influencia y la presencia de la vida futura que tenemos ya cogida con los brazos del amor y de la esperanza.
2. Creer, ¿por qué no? No es bueno rechazar la fe sin más ni más. O vivir al margen de ella. Puede ser interesante romper prejuicios y lugares comunes para preguntarse seriamente si no será quizá la fe el camino justo...........La revelación no es una claridad que lo haga comprender todo; Dios irrumpe muchas veces en la historia humana no como un terremoto, sino como una brisa suave. En el Nuevo Testamento la potencia de Dios aparece en lo humilde y en lo frágil. Baste pensar en Belén o en el lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús. No se puede concebir a Dios al estilo de los poderosos de la tierra. La visión de Dios en la figura del crucificado revoluciona de tal manera la idea de Dios que nunca podremos acostumbrarnos a este Dios impotente. Si Dios no es más que amor, no ha de resultarnos extraño que se nos presente pobre, humilde y dependiendo de los demás. .... El camino cristiano es sencillo; todas las complicaciones empiezan cuando falta la sencillez de corazón. Todo se vuelve entonces verdaderamente complicado, porque aunque yo consiguiese hacer las cosas perfectamente, el problema de la fe permanecería intacto, porque no habría empezado todavía a responder al desafío de los hechos, que me llaman a otra cosa. ...
“Pienso que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de ‘patio de los gentiles’, donde los hombres puedan de algún modo engancharse con Dios, sin conocerle y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio se encuentra la vida interior de la Iglesia”. Esta propuesta de Benedicto XVI no puede dejarnos indiferentes a la hora de plantear el modo de hacer presente la fe a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
La fe no es algo puramente subjetivo o sentimental. “Hay algo en nuestra experiencia que viene de fuera de ella: imprevisible, misterioso, pero que entra en nuestra experiencia. Si es imprevisible, no inmediatamente visible, misterioso, ¿con qué instrumento de nuestra personalidad captamos esa Presencia? Con ese instrumento que se llama fe”. De tal modo ocurre esto que la fe se convierte en una forma de conocimiento: “He dicho que la fe es una forma de conocimiento que está por el límite de la razón. Porque capta una cosa que la razón no puede captar: La presencia de Jesús entre nosotros. “La fe es un acto de conocimiento que reconoce la presencia de algo que la razón no puede captar, pero que, sin embargo, debe afirmarse pues de otro modo se eludiría, se eliminaría algo que está en la experiencia [...]; es inexplicable, pero está dentro. Entonces por fuerza, hay en mí una capacidad de comprender, de conocer un nivel de la realidad que es mayor que el acostumbrado”.
Manuel Sánchez Monge, obispo de Mondoñedo-Ferrol