Testimonio de conversión de Gabriele Kuby
Gabriele Kuby, escritora, nació en 1944. Vive en Bavaria (Alemania). Es madre de tres hijos. Estudió sociología y participó en la revolución estudiantil del 68. Fue traductora del campo de psicología y esoterismo durante más de veinte años. Ha escrito varios libros sobre la fe, las relaciones interpersonales, la sexualidad y el género.
“En la fiesta de Todos los Santos de 1996, estuve por primera vez en Medjugorje y entonces, por la intercesión de la Virgen, recibí de regalo la conversión. En aquel momento todavía no pertenecía a la Iglesia católica.”
El tiempo de búsqueda
Cuando tenía 8 años, por deseo propio, fui bautizada en la iglesia evangélica. Pero con el paso del tiempo mi fe se perdió. Fui miembro del movimiento estudiantil del año 1968 cuya principal corriente estaba en la ideología comunista, la liberación sexual y el feminismo. Al acabar la carrera de sociología y experiencia laboral de un año en la universidad me fui a dar la vuelta por el mundo “en auto-stop…”
En el año 1973 Dios me regaló dos experiencias con las que me mostró indudablemente que existía. Mi felicidad duró apenas medio año. Dios, muchas veces, nos da una gracia inicial que como un faro nos ayuda a orientarnos. Pero después de eso comienza nuestro propio esfuerzo, en el cual no estamos solos. La Iglesia nos regala todo lo que en ese camino necesitemos, pero mi caminar hacia la Iglesia en esa época había sido impedido por los prejuicios que hoy en día también se nos ofrecen sin vergüenza, y que vosotros mismos conocéis: las cruzadas, la inquisición, el celibato, el sacerdocio de las mujeres,… por más de veinte años busqué respuestas en el campo del esoterismo y la psicología, pero en esos caminos no se puede encontrar a Dios. Nadie hasta ese momento me había dicho: ven, te haré conocer a Jesús, ven ante el Santísimo.
A la puerta de la Iglesia
El año 1977 conocí a mi futuro marido. Nos enamoramos, empezamos a vivir juntos, tuvimos un hijo, nos casamos por lo civil, tuvimos dos hijos más… y nos divorciamos 18 años más tarde. Eso, hoy, es el orden habitual. ¡Pero es un orden equivocado! Disminuyen las posibilidades de una vida familiar feliz. Hoy sé cual es el orden correcto: enamorarse, conocerse, discernir, comprometerse, discernir más profundamente, casarse, empezar la vida en común, tener hijos. De esa manera crecen las posibilidades de cumplir con el anhelo del amor y de la familia. Cuando se fue mi marido, en la Noche Vieja de 1996, me dejó sola y triste con tres niños, los tres menores de edad, pero una vecina joven llamó a la puerta de mi casa y me dijo: “¡Reza!” Me había traído una novena con grandes promesas de Jesús. Cada oración acababa con las palabras: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” Al final de esa novena sabía que iba a ser católica. Las puertas de la Iglesia finalmente empezaron a abrirse para mí… El libro “Mi camino hacia María” se ha convertido en la lectura diaria en mi camino de paso del espíritu de este mundo al espíritu de la fe. Ese libro ayudó a muchos a que pasen de tantos intentos de autoayuda a Jesucristo, el único Salvador. Hoy me pregunto cómo es posible vivir sin la fe en el Señor Resucitado. Seguramente hay gente que ahora está viviendo algo parecido. No dejéis de buscar, porque “el que busca, ése encuentra”. El Santo Padre dice: los caminos hacia Dios son tantos como las personas. Todos pueden apoyarse en la palabra de Jesús: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” (Ap 3,20) Nuestra manera de vivir no nos permite oír esa llamada a la puerta. Quien vive con los tapones en los oídos, quien llena su vida interior con imágenes de terror y sexo de las que ya no puede deshacerse, quien se narcotiza con alcohol y drogas o va a la cama con un chico o chica encontrados en alguna discoteca, no puede oír la llamada. Y los que no participan en eso, a día de hoy, se sienten como unos extraños.
¿En qué mundo vivimos?
La sociedad en la que habéis nacido, todas esas cosas las tiene por normales. Os dificulta decidiros por el bien, y facilita que os resbaléis hacia el mal. Para una sociedad así la responsabilidad la tiene mi generación, la así llamada “generación del 68”. Quiero contaros lo que ha sucedido en estos últimos 40 años para que comprendáis en qué tiempo vivís, y también para que abráis los ojos a los demás. El año 1968, los estudiantes en los países de occidente salieron a las calles para destruir con el mazo de la ideología socialista e izquierdista el fundamento del sistema de valores cristianos. Sus eslóganes eran la lucha contra la familia primitiva, haz el amor y no la guerra, mi seno me pertenece a mí. Ese era el tiempo en el que Simone de Beauvoir tocaba la trompeta del feminismo radical. Ella afirmaba: “Una persona no nace como mujer, se hace mujer.” Incitaba a las mujeres con eslóganes como: “¡Salgamos de la esclavitud de la maternidad!” Ese era el tiempo de la así llamada liberación sexual. Y ¿Cuáles son las consecuencias? No se ha llegado a ninguna liberación, sino a una sociedad obsesionada con el sexo, la sociedad en la que muchas personas se han hecho esclavos de su instinto sexual y eso lo tienen por libertad. Pero esa no es la libertad. Nos hacemos libres cuando somos lo suficientemente fuertes para hacer lo que hemos conocido como bueno y verdadero. Mientras tanto, todo ha ido más allá. El desarrollo de los acontecimientos se esconde detrás de la identidad del género. Esa ideología quiere abolir la identidad sexual del hombre y de la mujer. Afirma que el hombre es libre de escoger su sexo, es decir, por su propia voluntad decidir si quiere ser hombre o mujer. Todas las identidades sexuales deberían ser igual de validas: hetero, homo, bi o transexual, es decir, uno puede tener relaciones sexuales con el mismo u otro sexo, o un poco con uno y otro poco con el otro, o incluso cambiar el propio sexo.
Revolución cultural y moral
La así llamada heterosexualidad forzada debe ser abolida, porque supuestamente lleva al patriarcado. Es decir, la atracción sexual hacia el otro sexo nos fue impuesta para que se pudiera mantener el poder del varón. Esa ideología se ha convertido en la praxis social gracias al poder y a importantes recursos de Naciones Unidas y de la Comunidad Europea, tanto como a los gobiernos nacionales, las universidades y todo tipo de instituciones, incluso escuelas y guarderías. ¿Sabéis lo que significa eso? Que el pecado se ha hecho ley y se enseña en las escuelas. Al que lo rechace le declaran criminal porque le colocan en el marco de nuevos parágrafos legislativos llamados “homofobia” y “lenguaje del odio”. Si esto todavía no lo conocéis, buscad en internet la expresión “gender-mainstreaming” y os asombraréis. Sobre ese tema he escrito dos panfletos, para que la gente despierte.
¿Cuáles son las consecuencias de esta revolución cultural y moral?
Mencionaré tres:
1. La ruina de la familia causa un mar de miseria espiritual y enormes gastos para los sistemas sociales. Los jóvenes y los niños no lo están pasando bien. Las estadísticas claman al cielo: un 25 % de jóvenes y niños pequeños tienen trastornos psíquicos. Decaída del éxito en la escuela, crecimiento de la narcomanía, abuso de alcohol, adicción a la pornografía, criminalidad, abuso sexual, embarazos y abortos en una edad prematura.
2. Matanza masiva de niños no nacidos llamados aborto o interrupción de embarazo. Millones de madres y padres de familia deciden matar al niño que está en camino a la vida. Si hubiesen esperado unos meses, vendría al mundo un hombre, hombre como tú y yo, un pequeño bebé que les habría regalado su sonrisa y una confianza inconmensurable.
3. Extinción de los pueblos europeos. Generaciones anteriores a vosotros han recibido la vida, pero muchos no quieren ser padres. Cada vez hay más gente que no puede serlo tampoco porque no son fértiles. Cada generación nueva es un tercio más reducida que la anterior. Todo esto tiene unas consecuencias que no se pueden abarcar con la vista. Juan Pablo II ha encontrado palabras adecuadas para ello: Vivimos en la cultura de la muerte.
¿Las causas?
Cualquiera puede ver a simple vista este tipo de desarrollo; lo ven los políticos también, pero no se permite decir cual es su causa. La causa es el abuso de la sexualidad y su menosprecio. Ella se reduce a la satisfacción de la concupiscencia. Por eso la sexualidad debe estar separada de la fertilidad y sacada del matrimonio que la protege. Ahí sufre la familia: padres, madres, y sobretodo niños. La sexualidad ha sido reducida a la mercancía de consumo y elevada al altar de la divinidad. Si el hombre ya no respeta a Dios que le ha creado, entonces adora a su propio yo: a su intelecto, a su voluntad y poder, a sus posesiones y el anhelo de poseer, y sobretodo a sus placeres de los cuales el sexo está en primer lugar. Esta lucha se lleva tejiendo a lo largo de toda la historia de la humanidad. Ya el profeta Elías, arriesgando su propia vida, se había enfrentado con los sacerdotes de Baal porque habían adorado a un dios falso, y habían elevado lo inmoral a nivel de rito religioso. Elías venció, hoy él nos ayudará a nosotros también en esa lucha. La pregunta sobre cómo hemos actuado conforme a la responsabilidad, nos la hará a mi generación no solamente Dios, sino también vuestra generación, que un día dirá: ¿Por qué habéis permitido que a Dios se le quitara cada vez más del medio, que el mal cada vez fuese más fuerte y que nos sedujera desde la infancia? ¿Por qué tantas familias se han destruido? ¿Por qué habéis matado millones de nuestros hermanos y hermanas antes de que nacieran? ¿Por qué no habéis tenido tiempo para nosotros? ¿Por qué no preveisteis nuestra desgracia? Me gustaría, al mismo tiempo, agradecer a todos los padres que han resistido a ese desarrollo de acontecimientos y que os han guiado en el camino de la fe con su ejemplo y su sacrificio. En un mundo así habéis visto la luz del día.
Gabriele Kuby