Queridos hermanos y hermanas: He acogido con mucho gusto la invitación que me han hecho los Obispos de Croacia para visitar este País con ocasión del primer Encuentro Nacional de las Familias Católicas croatas. Deseo expresar mi gran aprecio por la atención y el compromiso por la familia, no sólo porque esta realidad humana fundamental debe afrontar hoy, en vuestro País como en otros lugares, dificultades y amenazas, y por tanto necesita ser evangelizada y apoyada de manera especial, sino también porque las familias cristianas son un medio decisivo para la educación en la fe, para la edificación de la Iglesia como comunión y para su presencia misionera en las más diversas situaciones de la vida. Conozco la generosidad y la entrega con la que vosotros, queridos Pastores, servís al Señor y a la Iglesia. Vuestro trabajo cotidiano en favor de la formación en la fe de las nuevas generaciones, así como por la preparación al matrimonio y por el acompañamiento de las familias, es la vía fundamental para regenerar siempre nuevamente la Iglesia, y también para vivificar el tejido social del País. Continuad con disponibilidad este precioso cometido pastoral.
Es bien sabido que la familia cristiana es un signo especial de la presencia y del amor de Cristo, y que está llamada a dar una contribución específica e insustituible a la evangelización. El beato Juan Pablo II, que visitó este noble País por tres veces, decía que «la familia cristiana está llamada a tomar parte viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo a servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor» (Familiaris consortio, 50). La familia cristiana ha sido siempre la primera vía de transmisión de la fe, y también hoy tiene grandes posibilidades para la evangelización en múltiples ámbitos.
Queridos padres, esforzaos siempre en enseñar a rezar a vuestros hijos, y rezad con ellos; acercarlos a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía, en este año en que celebráis el sexto centenario del "milagro eucarístico de Ludbreg"; introducirlos en la vida de la Iglesia; no tengáis miedo de leer la Sagrada Escritura en la intimidad doméstica, iluminando la vida familiar con la luz de la fe y alabando a Dios como Padre. Sed como un pequeño cenáculo, como aquel de María y los discípulos, en el que se vive la unidad, la comunión, la oración.
Hoy, gracias a Dios, muchas familias cristianas toman conciencia cada vez más de su vocación misionera, y se comprometen seriamente a dar testimonio de Cristo, el Señor. Como dijo el beato Juan Pablo II: «Una auténtica familia, fundada en el matrimonio, es en sí misma una "buena nueva" para el mundo». Y añadió: «En nuestro tiempo son cada vez más las familias que colaboran activamente en la evangelización... En la Iglesia ha llegado la hora de la familia, que es también la hora de la familia misionera». En la sociedad actual es más que nunca necesaria y urgente la presencia de familias cristianas ejemplares. Hemos de constatar desafortunadamente cómo, especialmente en Europa, se difunde una secularización que lleva a la marginación de Dios de la vida y a una creciente disgregación de la familia. Se absolutiza una libertad sin compromiso por la verdad, y se cultiva como ideal el bienestar individual a través del consumo de bienes materiales y experiencias efímeras, descuidando la calidad de las relaciones con las personas y los valores humanos más profundos; se reduce el amor a una emoción sentimental y a la satisfacción de impulsos instintivos, sin esforzarse por construir vínculos duraderos de pertenencia recíproca y sin apertura a la vida. Estamos llamados a contrastar dicha mentalidad. Junto a la palabra de la Iglesia, es muy importante el testimonio y el compromiso de las familias cristianas, vuestro testimonio concreto, especialmente para afirmar la intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos. Queridas familias, ¡sed valientes! No cedáis a esa mentalidad secularizada que propone la convivencia como preparatoria, o incluso sustitutiva del matrimonio. Enseñad con vuestro testimonio de vida que es posible amar, como Cristo, sin reservas; que no hay que tener miedo a comprometerse con otra persona. Queridas familias, alegraos por la paternidad y la maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de confianza en el porvenir, del mismo modo que el respeto de la moral natural libera a la persona en vez de desolarla. El bien de la familia es también el bien de la Iglesia. Quisiera reiterar lo que ya he dicho otra vez: «La edificación de cada familia cristiana se sitúa en el contexto de la familia más amplia, que es la Iglesia, la cual la sostiene y la lleva consigo... Y, de forma recíproca, la Iglesia es edificada por las familias, "pequeñas Iglesias domésticas"». Roguemos al Señor para que las familias sean cada vez más pequeñas Iglesias y las comunidades eclesiales sean cada vez más familia.
Queridas familias croatas: que viviendo la comunión de fe y caridad, seáis testigos de manera cada vez más transparente de la promesa que el Señor llevado al cielo hace a cada uno de nosotros: «… yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos (Mt 28,20). Queridos cristianos croatas, sentíos llamados a evangelizar con toda vuestra vida; escuchad con mucha atención la palabra del Señor: “Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19). Que la Virgen María, Reina de los croatas, acompañe siempre vuestro camino. Amén. Alabados sean Jesús y María.