lunes, 13 de junio de 2011

-Pentecostés: Anunciar a todos la Buena Noticia


Es necesario anunciar la Buena Noticia no solo a los alejados, sino también a muchos bautizados que permanecen cerrados a la trascendencia y olvidan su servicio y entrega al prójimo. De hecho constatamos que se incrementa el número de los que se confiesan creyentes, pero viven al margen de Dios. Ofrecen culto a los ídolos del dinero, del placer y del poder, alejándose inconscientemente del Dios verdadero y de la Iglesia que los engendró a la fe. Se confiesan creyentes, pero viven al margen de Dios. No se preguntan por el sentido de la existencia y son presa fácil del relativismo y del subjetivismo, porque tienen miedo a confrontarse con la Verdad y les da pánico tener criterios propios y ser distintos a los demás. El ambiente de indiferencia religiosa, la secularización de la sociedad, el culto a la personalidad y la superficialidad de nuestro tiempo han hecho posible que algunos bautizados intenten vivir su fe en Dios sin renunciar a los criterios del mundo. Prefieren vivir instalados en la autosuficiencia y en un estéril individualismo religioso a participar en las actividades evangelizadoras de la comunidad cristiana.

Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe  Este es el lema elegido por el Santo Padre para la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar, Dios mediante, en Madrid el próximo mes de agosto. Entre otras cosas, este lema es una invitación para todos los jóvenes del mundo a vivir la experiencia del amor incondicional de Dios hacia cada ser humano y a renovar el don de la fe mediante el encuentro con el Señor resucitado y vivo en su Iglesia.
Todos necesitamos profundizar en esta experiencia del amor de Dios hacia cada uno de nosotros para llegar a la convicción de que nuestra existencia solo tendrá plenitud de sentido y meta segura, si la construimos sobre Jesucristo, piedra angular de la Iglesia y sólido fundamento de nuestra esperanza cristiana. En ocasiones, todos corremos el riesgo de acostumbrarnos a vivir la fe y olvidamos que, por pura gracia, hemos sido injertados en la vida de Cristo en virtud del sacramento del Bautismo y que estamos llamados a acoger, valorar y desarrollar con la fuerza del Espíritu Santo este incomparable regalo del Señor para crecer en la identificación con Él y para no conformarnos con una vida cristiana mediocre y rutinaria.
Damos gracias a Dios en este día de Pentecostés por el testimonio de fe de tantos hermanos, que han asumido con gozo el encargo de evangelizar y que son transparencia del amor de Dios en el seno familiar, en las actividades profesionales y en las relaciones sociales. Damos gracias a Dios por tantos cristianos laicos, que al descubrir su participación en el oficio profético de Jesucristo por el Bautismo, están plenamente implicados en la tarea evangelizadora de la Iglesia: “Les corresponde testificar que la fe cristiana constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad” .
Desde esta comunión con Cristo, sin el cual nada podemos hacer, y desde la permanencia en las enseñanzas divinas, tenemos que salir en misión hasta los confines de la tierra. Este es el mandato que el Señor resucitado dio a los apóstoles y discípulos en los comienzos de la Iglesia y este es también el encargo que hoy nos hace a todos los bautizados y confirmados. Así nos lo recuerda el lema elegido: “Arraigados en Cristo, anunciamos el Evangelio”.
El Señor nos envía al mundo como Él fue enviado por el Padre, pues también el hombre de hoy, como el de otros tiempos, tiene necesidad de la salvación de Dios. El Espíritu Santo nos precede y acompaña en todo momento, por lo tanto, sin esperar los resultados de la acción evangelizadora, confiemos en la gracia del Señor que nunca nos faltará y esperemos con paz el cumplimiento de sus promesas.
Ahora bien, para vivir y actuar como auténticos discípulos de Jesús no es suficiente descubrir su amor incondicional a cada ser humano. Además de acoger en el corazón el amor de Dios, que siempre nos ama primero, los cristianos estamos invitados a permanecer en ese amor, que se nos revela a través de la Palabra y que se concreta en la entrega constante de Jesucristo por la salvación de la humanidad a través de los sacramentos. Solo podremos ser auténticos creyentes, si nos dejamos evangelizar, si aceptamos de buen grado ser renovados y transformados interiormente mediante el encuentro y la comunión con Cristo en la oración, en las celebraciones litúrgicas y en el ejercicio de la caridad.
Es necesario anunciar la Buena Noticia no solo a los alejados, sino también a muchos bautizados que permanecen cerrados a la trascendencia y olvidan su servicio y entrega al prójimo. De hecho constatamos que se incrementa el número de los que se confiesan creyentes, pero viven al margen de Dios. Ofrecen culto a los ídolos del dinero, del placer y del poder, alejándose inconscientemente del Dios verdadero y de la Iglesia que los engendró a la fe. Se confiesan creyentes, pero viven al margen de Dios. No se preguntan por el sentido de la existencia y son presa fácil del relativismo y del subjetivismo, porque tienen miedo a confrontarse con la Verdad y les da pánico tener criterios propios y ser distintos a los demás. El ambiente de indiferencia religiosa, la secularización de la sociedad, el culto a la personalidad y la superficialidad de nuestro tiempo han hecho posible que algunos bautizados intenten vivir su fe en Dios sin renunciar a los criterios del mundo. Prefieren vivir instalados en la autosuficiencia y en un estéril individualismo religioso a participar en las actividades evangelizadoras de la comunidad cristiana.
La contemplación de esta nueva realidad social, cultural y religiosa, en la que todos vivimos, debe llevarnos a todos, sacerdotes, religiosos y cristianos laicos, a descubrir que es preciso emprender con decisión y con entusiasmo una nueva evangelización. No podemos esperar con los brazos cruzados o con el lamento permanente a que pasen los obstáculos para evangelizar. Hemos de fortalecer nuestro impulso misionero y, como nos recuerda el Papa, debemos asumir estos nuevos desafíos de la cultura actual para progresar en la conversión pastoral y para buscar nuevas formas y nuevos modos de proponer la Buena Noticia al hombre de hoy con el ardor misionero de los santos y de tantos cristianos, que son testigos gozosos del amor de Jesucristo.
Sabemos que las dificultades para la evangelización son especialmente importantes en estos momentos. Pero, analizando la historia de la Iglesia, constatamos que esas dificultades han existido siempre. Por tanto, además de asumir que el Señor nos envía al mundo como Él fue enviado por el Padre y de que el Espíritu Santo nos precede y acompaña en todo momento, debemos tener también muy presente que el hombre de hoy como el de otros tiempos tiene necesidad de la salvación de Dios. Sin esperar los resultados de la acción evangelizadora, confiemos en la gracia del Señor que nunca nos faltará y esperemos con paz el cumplimiento de sus promesas.
Para llevar a cabo esta misión evangelizadora no sobra nadie. Es más, el Señor y la Iglesia necesitan y esperan la participación consciente y responsable de todos los bautizados. Por ello, en esta solemnidad de Pentecostés queremos invitaros a todos a que sigáis participando, arraigados en Cristo Jesús y siendo sus testigos, en esta nueva evangelización desde una profunda renovación espiritual y desde una sincera conversión al Señor.
Como en un nuevo Pentecostés, todos necesitamos acoger el don del Espíritu, que Jesucristo nos regala desde el seno del Padre. Él nos ayudará a superar el miedo, a vencer los respetos humanos y a salir de nosotros mismos para ofrecer a nuestros semejantes, mediante el testimonio de una vida santa, el amor infinito y la misericordia entrañable de nuestro Dios. Dejemos que el “fuego” y el “viento huracanado” del Espíritu Santo nos purifiquen interiormente y nos empujen con fuerza hasta los últimos rincones de la tierra para ser testigos valientes de la resurrección de Jesucristo.
Los obispos de la Comisión de Apostolado Seglar, Pentecostés 2011