miércoles, 27 de abril de 2011

-La Pascua explicada por el Papa


Mensaje de Pascua de Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo:
La mañana de Pascua nos ha traído el anuncio antiguo y siempre nuevo: ¡Cristo ha resucitado! El eco de este acontecimiento, que surgió en Jerusalén hace veinte siglos, continúa resonando en la Iglesia, que lleva en el corazón la fe vibrante de María, la Madre de Jesús, la fe de la Magdalena y las otras mujeres que fueron las primeras en ver el sepulcro vacío, la fe de Pedro y de los otros Apóstoles.
Hasta hoy -incluso en nuestra era de comunicaciones supertecnológicas- la fe de los cristianos se basa en aquel anuncio, en el testimonio de aquellas hermanas y hermanos que vieron primero la losa removida y el sepulcro vacío, después a los mensajeros misteriosos que atestiguaban que Jesús, el Crucificado, había resucitado; y luego, a Él mismo, el Maestro y Señor, vivo y tangible, que se aparece a María Magdalena, a los dos discípulos de Emaús y, finalmente, a los once reunidos en el Cenáculo (cf. Mc 16,9-14).
La resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, de una experiencia mística. Es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del Bien.
Así como en primavera los rayos del sol hacen brotar y abrir las yemas en las ramas de los árboles, así también la irradiación que surge de la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, deseo, proyecto. Por eso, todo el universo se alegra hoy, al estar incluido en la primavera de la humanidad, que se hace intérprete del callado himno de alabanza de la creación. El aleluya pascual expresa la exultación silenciosa del universo y, sobre todo, el anhelo de toda alma humana sinceramente abierta a Dios, más aún, agradecida por su infinita bondad, belleza y verdad.
"En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra". A esta invitación de alabanza que sube hoy del corazón de la Iglesia, los "cielos" responden al completo: La multitud de los ángeles, de los santos y beatos se suman unánimes a nuestro júbilo. En el cielo, todo es paz y regocijo. Pero en la tierra, lamentablemente, no es así. Aquí, en nuestro mundo, el aleluya pascual contrasta todavía con los lamentos y el clamor que provienen de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias. Y, sin embargo, Cristo ha muerto y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy. Por eso, mi mensaje quiere llegar a todos y, como anuncio profético, especialmente a los pueblos y las comunidades que están sufriendo un tiempo de pasión, para que Cristo resucitado les abra el camino de la libertad, la justicia y la paz.
Que pueda alegrarse la Tierra que fue la primera en quedar inundada por la luz del Resucitado. Que el fulgor de Cristo llegue también a los pueblos de Oriente Medio, para que la luz de la paz y de la dignidad humana venza a las tinieblas de la división, del odio y la violencia. Que, en Libia, la diplomacia y el diálogo ocupen el lugar de las armas y, en la actual situación de conflicto, se favorezca el acceso a las ayudas humanitarias a cuantos sufren las consecuencias de la contienda. Que, en los Países de África septentrional y de Oriente Medio, todos los ciudadanos, y particularmente los jóvenes, se esfuercen en promover el bien común y construir una sociedad en la que la pobreza sea derrotada y toda decisión política se inspire en el respeto a la persona humana. Que llegue la solidaridad de todos a los numerosos prófugos y refugiados que provienen de diversos países africanos y se han viso obligados a dejar sus afectos más entrañables; que los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida, para que, de manera solidaria y concertada se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos; y que a todos los que prodigan sus esfuerzos generosos y dan testimonio en este sentido, llegue nuestro aliento y gratitud.
Que se recomponga la convivencia civil entre las poblaciones de Costa de Marfil, donde urge emprender un camino de reconciliación y perdón para curar las profundas heridas provocadas por las recientes violencias. Y que Japón, en estos momentos en que afronta las dramáticas consecuencias del reciente terremoto, encuentre alivio y esperanza, y lo encuentren también aquellos países que en los últimos meses han sido probados por calamidades naturales que han sembrado dolor y angustia.
Se alegren los cielos y la tierra por el testimonio de quienes sufren contrariedades, e incluso persecuciones a causa de la propia fe en el Señor Jesús. Que el anuncio de su resurrección victoriosa les infunda valor y confianza.
Queridos hermanos y hermanas. Cristo resucitado camina delante de nosotros hacia los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. Ap 21,1), en la que finalmente viviremos como una sola familia, hijos del mismo Padre. Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Vayamos tras Él en este mundo lacerado, cantando el Aleluya. En nuestro corazón hay alegría y dolor; en nuestro rostro, sonrisas y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Por eso cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo.
¡!Feliz Pascua a todos!!.
Benedicto XVI dirigió desde el balcón central de la Basílica de San Pedro del Vaticano a mediodía del Domingo de Resurrección. 24/04//11

-Muerte espiritual y victoria en Cristo


La muerte espiritual y la resurrección
Las lecturas bíblicas hablan de la resurrección. Pero no de la resurrección de Jesús, que irrumpirá como una novedad absoluta, sino de nuestra resurrección, a la que aspiramos y que propiamente Cristo nos ha donado, resurgiendo de entre los muertos. La muerte representa para nosotros como un muro que nos impide ver mas allá; y sin embargo nuestro corazón se asoma mas allá de este muro, y aunque no podamos conocer lo que esconde, sin embargo, lo pensamos, lo imaginamos, expresando con símbolos nuestro deseo de eternidad.
El profeta Ezequiel anuncia al pueblo judío, en exilio, alejado de la tierra de Israel, que Dios abrirá los sepulcros de los deportados y los hará regresar a su tierra, para descansar en paz (Cf. Ezequiel 37, 12-14). Esta aspiración ancestral del hombre a ser sepultado junto con sus padres, es el anhelo de una "patria" que lo reciba al final de sus fatigas. Esta concepción no implica la idea de una resurrección personal de la muerte, pues ésta sólo apareció hacia el final del Antiguo Testamento, y en tiempos de Jesús aún no era compartida por todos los judíos. De hecho, incluso entre los cristianos, la fe en la resurrección y en la vida eterna va acompañada con frecuencia de muchas dudas, y mucha confusión, porque se trata de una realidad que sobrepasa los limites de nuestra razón y exige un acto de fe. En el Evangelio de la resurrección de Lázaro escuchamos la voz de la fe de labios de Marta, la hermana de Lázaro. Jesús le dice: "Tu hermano resucitará", ella responde: "sé que resucitará en la resurrección del último día" (Juan 11, 23-24). Y Jesús replica: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá" (Juan 11, 25-26). ¡Esta es la verdadera novedad, que irrumpe y supera toda barrera! Cristo derrumba el muro de la muerte, en Él se encuentra toda la plenitud de Dios, que es vida, vida eterna. Por esto la muerte no ha tenido poder sobre Él; y la resurrección de Lázaro se convierte en signo de su dominio total sobre la muerte física, que ante Dios es como un sueño (cf. Juan 11,11)
Pero hay otra muerte, que costó a Cristo la lucha más dura, incluso el precio de la cruz: se trata de la muerte espiritual, el pecado, que corre el riesgo de arruinar la existencia del hombre. Cristo murió para vencer esta muerte, y su resurrección no es el regreso a la vida precedente, sino la apertura a una nueva realidad, a una "nueva tierra", finalmente reconciliada con el Cielo de Dios. Por este motivo, san Pablo escribe: "si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en vosotros" (Romanos 8,11).
Queridos hermanos, encomendémonos a la Virgen María, que ya participa en esta Resurrección, para que nos ayude a decir con fe: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios" (Juan 11, 27), a descubrir que Él es verdaderamente nuestra salvación.
Benedicto XVI, Ángelus 10/4/2011

-El Papa habla de España, ahora


"El que en ciertos ambientes se tienda a considerar la religión como un factor socialmente insignificante, e incluso molesto, no justifica el tratar de marginarla, a veces mediante la denigración, la burla, la discriminación e incluso la indiferencia ante episodios de clara profanación, pues así se viola el derecho fundamental a la libertad religiosa".
Benedicto XVI ha explicado este sábado a la nueva embajadora de España ante la Santa Sede que la libertad religiosa no sólo se viola con la discriminación o la profanación, sino también con la denigración o la burla.
En el discurso que entregó a la primera mujer representante del Estado español ante el Vaticano, María Jesús Figa López-Palop, diplomática de carrera, durante la presentación de sus cartas credenciales, el papa reconoció que en estos momentos "no faltan formas, a menudo sofisticadas, de hostilidad contra la fe, que se expresan a veces renegando de la historia y de los símbolos religiosos, en los que se reflejan la identidad y la cultura de la mayoría de los ciudadanos".
"El que en ciertos ambientes se tienda a considerar la religión como un factor socialmente insignificante, e incluso molesto, no justifica el tratar de marginarla, a veces mediante la denigración, la burla, la discriminación e incluso la indiferencia ante episodios de clara profanación, pues así se viola el derecho fundamental a la libertad religiosa".
En las últimas semanas se han verificado asaltos a las capillas universitarias en varias ciudades españoles, y en los últimos años se han promovido desde varios sectores iniciativas que trataban de eliminar todo signo público religioso.
El pontífice propuso una visión diferente de la religión, dimensión "inherente a la dignidad de la persona humana", "un arma auténtica de la paz, porque puede cambiar y mejorar el mundo".
Colaboración en tiempos de crisis
En el discurso, el sucesor del apóstol Pedro garantizó la colaboración de la Iglesia con el Estado en "el ámbito propio de sus competencias y respetando plenamente la autonomía de las autoridades civiles, a las que aprecia y por las que pide a Dios que ejerzan con generosidad, honradez, acierto y justicia su servicio a la sociedad".
Esta colaboración, reconocida por la Constitución y los acuerdos bilaterales entre España y la Santa Sede, añadió, es particularmente necesaria en tiempos de una grave crisis económica, como la que vive el país.
La Iglesia, aseguró, "pretende ir más allá de la mera ayuda externa y material, y apuntar al corazón de la caridad cristiana, para la cual el prójimo es ante todo una persona, un hijo de Dios, siempre necesitado de fraternidad, respeto y acogida en cualquier situación en que se encuentre".
Principios no negociables
En este contexto, el obispo de Roma ilustró cuáles son los principios no negociables para la Iglesia.
Ante todo, dijo, destaca "el derecho a la vida humana desde su comienzo a su término natural, porque la vida es sagrada y nadie puede disponer de ella arbitrariamente".
En segundo lugar, añadió, la Iglesia "vela por la protección y ayuda a la familia, y aboga por medidas económicas, sociales y jurídicas para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia tengan el apoyo necesario para cumplir su vocación de ser santuario del amor y de la vida".
En tercer lugar, subrayó, la Iglesia "aboga también por una educación que integre los valores morales y religiosos según las convicciones de los padres, como es su derecho, y como conviene al desarrollo integral de los jóvenes".
"Y, por el mismo motivo --subrayó--, que incluya también la enseñanza de la religión católica en todos los centros para quienes la elijan, como está preceptuado en el propio ordenamiento jurídico".
Del discurso del Papa
….”Vuestra Excelencia conoce bien que la Iglesia, en el ejercicio de su propia misión, busca el bien integral de cada pueblo y sus ciudadanos, actuando en el ámbito de sus competencias y respetando plenamente la autonomía de las autoridades civiles, a las que aprecia y por las que pide a Dios que ejerzan con generosidad, honradez, acierto y justicia su servicio a la sociedad.
…El comienzo de su alta responsabilidad, Señora Embajadora, tiene lugar en una situación de gran dificultad económica de ámbito mundial que atenaza también a España, con resultados verdaderamente preocupantes, sobre todo en el campo de la desocupación, que provoca desánimo y frustración especialmente en los jóvenes y las familias menos favorecidas. Tengo muy presentes a todos los ciudadanos, y pido al Todopoderoso que ilumine a cuantos tienen responsabilidades públicas para buscar denodadamente el camino de una recuperación provechosa a toda la sociedad. En este sentido, quisiera destacar con satisfacción la benemérita actuación que las instituciones católicas están llevando a cabo para acudir con presteza en ayuda de los más menesterosos, a la vez que hago votos para una creciente disponibilidad a la cooperación de todos en este empeño solidario.
Con esto, la Iglesia muestra una característica esencial de su ser, tal vez la más visible y apreciada por muchos, creyentes o no. Pero ella pretende ir más allá de la mera ayuda externa y material, y apuntar al corazón de la caridad cristiana, para la cual el prójimo es ante todo una persona, un hijo de Dios, siempre necesitado de fraternidad, respeto y acogida en cualquier situación en que se encuentre.
En este sentido, la Iglesia ofrece algo que le es connatural y que beneficia a las personas y las naciones: ofrece a Cristo, esperanza que alienta y fortalece, como un antídoto a la decepción de otras propuestas fugaces y a un corazón carente de valores, que termina endureciéndose hasta el punto de no saber percibir ya el genuino sentido de la vida y el porqué de las cosas. Esta esperanza da vida a la confianza y a la colaboración, cambiando así el presente sombrío en fuerza de ánimo para afrontar con ilusión el futuro, tanto de la persona como de la familia y de la sociedad.
No obstante, como he recordado en el Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz 2011, en vez de vivir y organizar la sociedad de tal manera que favorezca la apertura a la trascendencia (cf. n. 9), no faltan formas, a menudo sofisticadas, de hostilidad contra la fe, que «se expresan a veces renegando de la historia y de los símbolos religiosos, en los que se reflejan la identidad y la cultura de la mayoría de los ciudadanos» (n. 13). El que en ciertos ambientes se tienda a considerar la religión como un factor socialmente insignificante, e incluso molesto, no justifica el tratar de marginarla, a veces mediante la denigración, la burla, la discriminación e incluso la indiferencia ante episodios de clara profanación, pues así se viola el derecho fundamental a la libertad religiosa inherente a la dignidad de la persona humana, y que «es un arma auténtica de la paz, porque puede cambiar y mejorar el mundo» (cf. n. 15).
En su preocupación por cada ser humano de manera concreta y en todas sus dimensiones, la Iglesia vela por sus derechos fundamentales, en diálogo franco con todos los que contribuyen a que sean efectivos y sin reducciones. Vela por el derecho a la vida humana desde su comienzo a su término natural, porque la vida es sagrada y nadie puede disponer de ella arbitrariamente. Vela por la protección y ayuda a la familia, y aboga por medidas económicas, sociales y jurídicas para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia tengan el apoyo necesario para cumplir su vocación de ser santuario del amor y de la vida. Aboga también por una educación que integre los valores morales y religiosos según las convicciones de los padres, como es su derecho, y como conviene al desarrollo integral de los jóvenes. Y, por el mismo motivo, que incluya también la enseñanza de la religión católica en todos los centros para quienes la elijan, como está preceptuado en el propio ordenamiento jurídico.
Señora Embajadora, hago mis mejores votos por el desempeño de la alta misión que le ha sido encomendada, para que las relaciones entre España y la Santa Sede se consoliden y progresen”…

-Amor cristiano en la familia


Capaces de amar con amor de donación

El amor matrimonial, vivido desde Cristo, ya no es un sentimiento pasajero, sino lo más radical del corazón humano, sanado por la gracia y capaz de darse de nuevo cada día. Jesucristo nos hace capaces de amarnos como Él nos ama, hasta el extremo, hasta dar la vida.

No estamos llamados a vivir en solitario, como personas aisladas. Estamos todos llamados a vivir en familia. A vivir en familiaridad con las Personas divinas, y a vivir en relación continua con la familia humana, que en la Iglesia encuentra su preciosa expresión y su realización.
La familia es la "Iglesia doméstica", es decir, un espacio de convivencia humana donde se hace presente la Iglesia fundada por Jesucristo. En la propia familia uno es amado por sí mismo, cada uno de nosotros es atendido cuando llegan los momentos de prueba. En la familia hemos nacido y hemos crecido al calor de unos padres y de unos abuelos que nos aman, de unos hermanos y de unos primos que nos han ayudado a crecer.
En la familia aprendemos a amar. En la familia son atendidos particularmente los ancianos y los enfermos. Y cuando llegan los momentos de crisis, la familia es el recurso principal para sentirse apoyado y salir adelante. Y es que la familia pertenece al designio de Dios-amor sobre los hombres.
En este plan amoroso de Dios, la familia constituye un pilar fundamental de nuestra vida y de nuestra convivencia.
Según el plan de Dios, la familia consiste en la unión estable de un varón y una mujer, que se aman y se profesan amor para toda la vida. Unión santificada por la bendición de Dios en el sacramento del matrimonio, cuyo vínculo es fuente permanente de gracia y es irrompible, es decir indisoluble.
Unión que por su propia naturaleza está abierta a la vida y suele desembocar en el nacimiento de nuevos hijos que completan el amor de los padres y constituyen como la corona de los padres.
Este plan de Dios -el plan de la familia- no ha sido destruido ni siquiera por el pecado original ni por el castigo del diluvio, con el que tantas cosas fueron a pique.
En el principio, Dios los hizo varón y mujer, y vio Dios que era muy bueno. El pecado trastornó estos planes de Dios, pero Dios mantuvo su bendición sobre el varón y la mujer en orden a la mutua complementariedad y la prolongación de la especie humana. Dios ha ido perfeccionando el modelo de familia hasta llevarlo a plenitud en su Hijo Jesucristo. Su Hijo eterno, Jesucristo nuestro Señor, se ha presentado en el mundo como el Esposo que viene a desposarse con cada uno de nosotros y viene a saciar los deseos más profundos de todo corazón humano.
 "Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para consagrarla, purificándola con el baño del agua y de la palabra y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante" (Ef 5).
Jesucristo actúa con nosotros, con su Iglesia, como un esposo que engalana a su esposa con su Espíritu Santo, con su gracia, con sus sacramentos, con su Palabra, con todos sus dones. Jesucristo ha bendecido las bodas de Caná y ha santificado el matrimonio elevándolo a la categoría de sacramento de la unión del mismo Cristo con su Iglesia.
Jesucristo hace posible que el matrimonio sea indisoluble, como nunca antes lo había sido. Jesucristo llena de su amor -de un amor crucificado- el corazón de los esposos para que se amen sin medida, hasta dar la vida totalmente el uno por el otro y ambos por los hijos, para que sepan perdonarse.
El amor matrimonial, vivido desde Cristo, ya no es un sentimiento pasajero, sino lo más radical del corazón humano, sanado por la gracia y capaz de darse de nuevo cada día. Jesucristo nos hace capaces de amarnos como Él nos ama, hasta el extremo, hasta dar la vida. Y esto no es un heroísmo del cristiano, sino que es una gracia de Dios que se alimenta continuamente de los sacramentos, de la Palabra, de la convivencia de cada día.
 Es un amor que convierte las dificultades en ocasiones de más amor.
Este amor de los esposos debe fluir como el agua que corre. Si se estanca, se pudre. El amor conyugal debe fluir en una apertura constante a la vida, que recibe de Dios responsablemente los hijos, como el mejor regalo del matrimonio. El Magisterio de la Iglesia insiste en que el amor conyugal debe ser humano, total, exclusivo y fecundo, porque la persona llega a su plenitud en el don de sí mismo. Cualquier recorte en esta donación es una merma en el don de sí mismo, es un achicamiento de la grandeza a la que el hombre (varón o mujer) es llamado.
Entre los esposos, esta mutua donación tiene su expresión incluso en la donación corporal, en el lenguaje de la sexualidad que Dios mismo ha situado en el corazón humano. Cuando la sexualidad es entendida como un juego de placer, este proyecto de Dios sobre el hombre se arruina.
El placer que acompaña a la relación sexual no puede convertirse en valor absoluto de las relaciones del varón y la mujer. Cuando lo único que se persigue es el placer, la satisfacción de uno mismo, el otro se convierte en objeto, y el amor se convierte en egoísmo. La sexualidad entonces es el lenguaje del egoísmo, del egoísmo más terrible, porque utiliza al otro para su propio provecho. Lo que Dios ha hecho -la sexualidad humana- como expresión del amor auténtico, el hombre (varón o mujer) puede convertirlo fácilmente en lenguaje del más puro egoísmo, que conduce a disfrutar del otro a toda costa, incluso hasta la violencia psicológica o física.
La familia es escuela de amor, empezando por los esposos. Es preciso estrenar cada día ese amor, liberado del egoísmo por la gracia del perdón de Dios, que haga a los esposos entregarse cada vez con un amor renovado.
El sacramento de la Eucaristía es la escuela del amor. En este sacramento, Jesús renueva su entrega -incluso corporal- a cada uno de nosotros. Una entrega que le ha costado la vida, una entrega hecha de amor verdadero.
Una entrega que quiere alimentar en nosotros ese mismo calibre de entrega en la relación de unos con otros, también en la relación de los esposos entre sí.
Ante un proyecto demoledor de la familia, evangelicemos la familia
El plan amoroso de Dios ha encontrado a lo largo de la historia múltiples dificultades que llenan de sombra este precioso proyecto y conducen al hombre (varón o mujer) a la mayor de las tristezas. Si la familia y el amor humano son fuente de alegría inmensa, la extorsión de este plan precioso se convierte en fuente continua de dolor y sufrimiento para los que lo padecen. Nunca sufre más la persona humana que cuando padece desamor, y más aún si lo padece por parte de quienes deben amarle. Nada tan doloroso para el corazón humano como el sentirse objeto del otro o el sentir no correspondido el amor que ha puesto en su vida.
Nuestra época padece más que nunca este desamor. Pero precisamente en nuestra época se quiere prescindir del plan de Dios, precisamente por ser de Dios. Una vez más, cuando el hombre se aparta de Dios, se acarrea toda clase de males en contra de sí mismo y en contra de los demás.
El hombre contemporáneo se aparta de este proyecto de Dios cuando se deja contagiar por la mentalidad anticonceptiva de nuestra época. En muchos ambientes y en muchos corazones la aspiración es a disfrutar lo más posible de la sexualidad humana como fuente de placer, evitando a toda costa el nacimiento de un nuevo hijo en el seno de la familia. Esta mentalidad no es nueva, es tan vieja como el hombre. Pero en nuestros días se ha acentuado, empleando para ello los medios técnicos al alcance, que hoy son mayores que en otras épocas: la píldora anticonceptiva y todos los métodos químicos o artificiales para impedir la fecundación, llegando incluso a la esterilización masculina o femenina que convierte al varón y a la mujer en un simple objeto, perdida ya su dignidad de persona humana.
Queridos esposos (y queridos sacerdotes y catequistas de estos temas). La Iglesia nos enseña que en la relación conyugal de los esposos, va contra el plan de Dios que en la unión sexual sea impedida la apertura a la vida.
Todo acto matrimonial debe estar abierto por su propia naturaleza a la vida. La encíclica Humanae vitae enseña claramente esta doctrina, y -¡ay de nosotros!-, si la extorsionamos diciendo lo contrario o dejando a la conciencia de cada uno que haga lo que quiera. La conciencia no es la subjetividad que se afirma a sí misma, sino la capacidad de conocer la verdad y obedecerla con todo el corazón. Cuando la Iglesia nos enseña claramente una doctrina, los hijos de la Iglesia deben ponerse en actitud de obedecerla, de seguir la verdad que se nos anuncia.
Hemos de pedir perdón a Dios porque en este punto obispos, sacerdotes y catequistas no hemos anunciado con fidelidad la doctrina de la Iglesia, la doctrina que salva y hace felices a los hombres.
En el desierto demográfico que padecemos, en el que el mundo occidental se muere de pena, todos tenemos nuestra parte de culpa. No sólo los legisladores y los políticos por no favorecer la familia verdadera, sino también los transmisores de la verdad evangélica (obispos-presbíteros-catequistas) por haber ocultado o negado la doctrina de la Iglesia en este punto.
España lleva muchos años con el índice de natalidad más bajo del mundo, y desde que se ha introducido el aborto hay más de un millón de muertos por este crimen abominable. Por este camino, España y los países occidentales tan orgullosos de su progreso caminan hacia su propia destrucción.
Las facilidades para el divorcio, para la anticoncepción en todas sus formas, para el aborto incluso con la píldora del día después repartida gratuitamente como anticonceptivo, son otros tantos ataques a la familia, al proyecto amoroso de Dios sobre la familia y la vida.
No pretendemos imponer a nadie nuestra visión de la vida y de la familia, pero pedimos que se respete la visión que hemos recibido de Dios y que está inscrita en la naturaleza humana.  Pero la Unesco tiene programado para los próximos 20 años hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual. Para eso, a través de distintos programas, irá implantando la ideología de género, que ya está presente en nuestras escuelas. Es decir, según la ideología de género, uno no nacería varón o mujer, sino que lo elige según su capricho, y podrá cambiar de sexo cuando quiera según su antojo. He aquí el último "logro" de una cultura que quiere romper totalmente con Dios, con Dios creador, que ha fijado en nuestra naturaleza la distinción del varón y de la mujer. En medio de esta confusión, que afecta principalmente a nuestros jóvenes, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret para darle gracias a Dios por el don de nuestra familia, la que está constituida por un padre y una madre, y en la que nacen hijos según el proyecto de Dios.
Estamos convencidos de que el plan de Dios es el único que hace felices a los hombres. Y la primera tarea que se nos encomienda a los que así lo creemos es la de vivirlo en coherencia y con una plenitud cada vez mayor.
No es momento de lamentarse, sino de conocer bien cuáles son los ataques a este bien precioso y de vivir con lucidez y con coherencia lo que hemos recibido de Dios, por ley natural o por ley revelada.
El principal enemigo en este tema -y en tantos otros- no está fuera. Está dentro de nosotros y entre nosotros, cuando la sal y la luz del Evangelio la ocultamos o la aguamos de tal manera que nadie la reconoce como tal. El principal enemigo de la familia es vivir a medias el evangelio de la familia y de la vida.
Contemplemos la Familia de Nazaret, demos gracias a Dios por nuestras familias y asumamos todos el compromiso de dar a conocer esta buena noticia, de evangelizar nuestro mundo con el evangelio de la familia y de la vida según el plan de Dios. Que Jesús niño, adolescente y joven, que María y José bendigan nuestras familias.

Homilía de Mons. Demetrio Fernández González,
Obispo de Córdoba

jueves, 7 de abril de 2011

-Mirar al Crucificado

Se acercan los días santos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús en Jerusalén. La Iglesia trae hasta nosotros aquellos acontecimientos históricos que por medio de la celebración litúrgica se nos hacen contemporáneos, para que los vivamos en directo haciéndonos coprotagonistas de los mismos y recibiendo el fruto de la redención.

Cristo crucificado vuelve a ser en estos días centro de atención de todos los creyentes. “Cuando yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12,32), dijo Jesús refiriéndose a la muerte en cruz que había de sufrir.

En la cruz se muestra de manera asombrosa el amor de Dios Padre a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). El Dios que Jesús nos ha revelado es un Dios compasivo del hombre y de su desgracia. No se aleja, sino que se acerca más y más en busca del hombre, perdido por el pecado. Espera a la puerta del corazón del hombre, respetando su libertad, y queriendo entrar para hacerle partícipe de sus dones. El Dios que Jesús nos ha revelado no es un Dios vengativo, justiciero, enfadado con el hombre. No. Es un Dios que sufre con el hombre las consecuencias del pecado de los hombres. A Dios le duele que sus hijos se alejen de Él y por eso, ha enviado a su Hijo único para que salga a nuestro encuentro.

En la cruz, Jesús hace de su vida una ofrenda de amor al Padre. Obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, Jesús ama al Padre y quiere reparar todas las ofensas de todos los hombres de todos los tiempos. También las mías. La llama de amor del Espíritu Santo abrasa el corazón de Cristo, haciendo de él una ofrenda preciosa para la redención del mundo. Él ha cargado con nuestros pecados, “-cordero de Dios que quita el pecado del mundo”- y nos ha reconciliado con el Padre y con nuestros hermanos los hombres. En la cruz, Jesús manifiesta el amor más grande: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13), en incluso por sus enemigos: “La prueba de que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8).

Desde la cruz, Jesús nos ha enseñado a amar de una manera nueva, hasta dar la vida en ofrenda de amor al Padre y para bien de los demás. La cruz es el sufrimiento vivido con amor. El sufrimiento solo, acaba por desesperar y derrotar a cualquiera. El amor tiene muchas maneras de expresarse, y no todas adecuadas. Sólo el amor que se expresa en el sacrificio es el auténtico. Sólo el sufrimiento vivido con amor es valioso. Esta manera de amar la aprendemos en la escuela de Jesús. “Si alguno quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Lc 9,23).

Mirar al Crucificado es poner ante nuestros ojos la máxima expresión del amor, para sentirnos amados y para aprender a amar. Santa Teresa de Jesús escribía a sus monjas en su libro Camino de perfección y les decía: “No os pido que penséis mucho… tan sólo os pido que le miréis” (CP 42,3). Mirar al Crucificado en estos días de pasión, mirarlo para seguirle de cerca, mirarlo para entender tantas cosas que no entendemos de nuestra vida, mirarlo para aprender a ser discípulo suyo. “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37; Zac 12,10), pues fueron nuestros pecados los que le trajeron tanto dolor, pero ha sido su amor el que nos ha traído la salvación. Mirar con amor al que desde la Cruz tanto no ama, nos traerá a todos la salvación.

Mns. Demetrio Fernández, Obispo de Córdoba

-Creer en tiempos de laicismo


No podemos vivir la fe acobardados, como si no tuviera nada que ver con la vida de cada día. La Cuaresma es el tiempo adecuado para fortalecer nuestra fe debilitada, para clarificar la comprensión de la verdad profunda de la vida, para ajustar nuestra conducta a lo que creemos y tratamos de vivir.

Esta sociedad en que vivimos acapara nuestra atención con el trabajo, con los deportes, con las múltiples posibilidades de ocio y de entretenimiento. Dentro de un cambio cultural muy amplio, nos vemos invadidos por un estilo de vida en el que Dios y nuestra plenitud humana se consideran incompatibles. Para ser libre, para ser moderno, para disfrutar de la vida –se repite hasta saciedad– hay que prescindir de Dios, liberarse de la religión y de todo lo que tiene relación ella.
1. Un laicismo combativo:  Para saber a qué atenernos en la vida práctica necesitamos ver con claridad en qué consiste esta ideología laicista que tratan de imponernos como marco de la vida social y personal. Es innegable que tiene una estructura bien definida aunque ni siquiera la perciban con claridad muchas personas que la padecen. El dato básico consiste en negar la existencia de Dios o ponerla entre paréntesis. En la mentalidad laica los valores supremos son la libertad, el progreso y, como resultado del progreso, el bienestar material. No importa lo bueno o lo malo; importa, eso sí, lo progresista y lo no progresista, lo democrático y lo no democrático, sin más consideraciones. Nuestra sociedad se considera autosuficiente y dueña de sí misma, y no necesita, por tanto, referencias a una moral objetiva, superior y vinculante.
Los católicos no queremos imponer a nadie nuestras convicciones y nuestro modo de vivir, pero tampoco podemos permitir que nos impongan los del laicismo usando y abusando de los medios de comunicación. En estas circunstancias hemos de redescubrir el significado profundo de la fe y puede ser tiempo oportuno el camino cuaresmal. Se trata de una gran oportunidad para ponernos al día y dar la respuesta conveniente a la situación que vivimos. Hemos de plantearnos seriamente la autenticidad de nuestra vida.
En estos momentos la imagen de la barca agitada por las olas y los vientos, es una buena representación de nuestra Iglesia. Es verdad que caminamos entre dificultades, a cada momento tenemos que reafirmar nuestra fe ante otras maneras de entender la vida, el matrimonio y la familia, la moral personal y social. Pero en todas estas dificultades contamos con la presencia del Señor que nos acompaña, nos ilumina y nos sostiene. Nuestra fuerza no está en el número de afiliados, ni en el poder cultural o social, ni en el dinero, sino en la fidelidad y la autenticidad de nuestra fe, en la fortaleza de nuestra esperanza y en el testimonio incontestable de nuestro amor a Dios y a los hermanos, especialmente a los más pobres.
En definitiva se trata de entender y aceptar el misterio de la Cruz. En la debilidad de la Cruz se manifiesta el poder de Dios, que no es otra cosa que la fuerza del amor llevado hasta las últimas consecuencias. Dios no ejerce su poder imponiéndose y respeta definitivamente nuestra libertad. Por eso su fuerza es sólo el amor llevado hasta la muerte en suprema debilidad como consecuencia de nuestra ceguera. En este amor irrevocable está nuestra fuerza, el cimiento de nuestra vida y el verdadero argumento de nuestra acción evangelizadora.
No podemos vivir la fe acobardados, como si no tuviera nada que ver con la vida de cada día. La Cuaresma es el tiempo adecuado para fortalecer nuestra fe debilitada, para clarificar la comprensión de la verdad profunda de la vida, para ajustar nuestra conducta a lo que creemos y tratamos de vivir, para enriquecer nuestra vida actual con la influencia y la presencia de la vida futura que tenemos ya cogida con los brazos del amor y de la esperanza.
2. Creer, ¿por qué no? No es bueno rechazar la fe sin más ni más.  O vivir al margen de ella. Puede ser interesante romper prejuicios y lugares comunes para preguntarse seriamente si no será quizá la fe el camino justo...........La revelación no es una claridad que lo haga comprender todo; Dios irrumpe muchas veces en la historia humana no como un terremoto, sino como una brisa suave. En el Nuevo Testamento la potencia de Dios aparece en lo humilde y en lo frágil. Baste pensar en Belén o en el lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús. No se puede concebir a Dios al estilo de los poderosos de la tierra. La visión de Dios en la figura del crucificado revoluciona de tal manera la idea de Dios que nunca podremos acostumbrarnos a este Dios impotente. Si Dios no es más que amor, no ha de resultarnos extraño que se nos presente pobre, humilde y dependiendo de los demás. .... El camino cristiano es sencillo; todas las complicaciones empiezan cuando falta la sencillez de corazón. Todo se vuelve entonces verdaderamente complicado, porque aunque yo consiguiese hacer las cosas perfectamente, el problema de la fe permanecería intacto, porque no habría empezado todavía a responder al desafío de los hechos, que me llaman a otra cosa. ... 
“Pienso que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de ‘patio de los gentiles’, donde los hombres puedan de algún modo engancharse con Dios, sin conocerle y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio se encuentra la vida interior de la Iglesia”. Esta propuesta de Benedicto XVI no puede dejarnos indiferentes a la hora de plantear el modo de hacer presente la fe a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
La fe no es algo puramente subjetivo o sentimental. “Hay algo en nuestra experiencia que viene de fuera de ella: imprevisible, misterioso, pero que entra en nuestra experiencia. Si es imprevisible, no inmediatamente visible, misterioso, ¿con qué instrumento de nuestra personalidad captamos esa Presencia? Con ese instrumento que se llama fe”. De tal modo ocurre esto que la fe se convierte en una forma de conocimiento: “He dicho que la fe es una forma de conocimiento que está por el límite de la razón. Porque capta una cosa que la razón no puede captar: La presencia de Jesús entre nosotros. “La fe es un acto de conocimiento que reconoce la presencia de algo que la razón no puede captar, pero que, sin embargo, debe afirmarse pues de otro modo se eludiría, se eliminaría algo que está en la experiencia [...]; es inexplicable, pero está dentro. Entonces por fuerza, hay en mí una capacidad de comprender, de conocer un nivel de la realidad que es mayor que el acostumbrado”.
  Manuel Sánchez Monge, obispo de Mondoñedo-Ferrol 

-De la cultura de la muerte a la Civilización de la Vida


Testimonio de conversión de Gabriele Kuby

Gabriele Kuby, escritora, nació en 1944. Vive en Bavaria (Alemania). Es madre de tres hijos. Estudió sociología y participó en la revolución estudiantil del 68. Fue traductora del campo de psicología y esoterismo durante más de veinte años. Ha escrito varios libros sobre la fe, las relaciones interpersonales, la sexualidad y el género.
 “En la fiesta de Todos los Santos de 1996, estuve por primera vez en Medjugorje y entonces, por la intercesión de la Virgen, recibí de regalo la conversión. En aquel momento todavía no pertenecía a la Iglesia católica.”

El tiempo de búsqueda  

Cuando tenía 8 años, por deseo propio, fui bautizada en la iglesia evangélica. Pero con el paso del tiempo mi fe se perdió. Fui miembro del movimiento  estudiantil del año 1968 cuya principal corriente estaba en la ideología comunista, la liberación sexual y el feminismo. Al acabar la carrera de sociología y experiencia laboral de un año en la universidad me fui a dar la vuelta por el mundo “en auto-stop…”
En el año 1973 Dios me regaló dos experiencias con las que me mostró indudablemente que existía. Mi felicidad duró apenas medio año. Dios, muchas veces, nos da una gracia inicial que como un faro nos ayuda a orientarnos. Pero después de eso comienza nuestro propio esfuerzo, en el cual no estamos solos. La Iglesia nos regala todo lo que en ese camino necesitemos, pero mi caminar hacia la Iglesia en esa época había sido impedido por los prejuicios que hoy en día también se nos ofrecen sin vergüenza, y que vosotros mismos conocéis: las cruzadas, la inquisición, el celibato, el sacerdocio de las mujeres,… por más de veinte años busqué respuestas en el campo del esoterismo y la psicología, pero en esos caminos no se puede encontrar a Dios. Nadie hasta ese momento me había dicho: ven, te haré conocer a Jesús, ven ante el Santísimo.  
A la puerta de la Iglesia    
El año 1977 conocí a mi futuro marido. Nos enamoramos, empezamos a vivir juntos, tuvimos un hijo, nos casamos por lo civil, tuvimos dos hijos más… y nos divorciamos 18 años más tarde. Eso, hoy, es el orden habitual. ¡Pero es un orden equivocado! Disminuyen las posibilidades de una vida familiar feliz. Hoy sé cual es el orden correcto: enamorarse, conocerse, discernir, comprometerse, discernir más profundamente, casarse, empezar la vida en común, tener hijos. De esa manera crecen las posibilidades de cumplir con el anhelo del amor y de la familia.  Cuando se fue mi marido, en la Noche Vieja de 1996, me dejó sola y triste con tres niños, los tres menores de edad, pero una vecina joven llamó a la puerta de mi casa y me dijo: “¡Reza!” Me había traído una novena con grandes promesas de Jesús. Cada oración acababa con las palabras: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” Al final de esa novena sabía que iba a ser católica. Las puertas de la Iglesia finalmente empezaron a abrirse para mí… El libro “Mi camino hacia María” se ha convertido en la lectura diaria en mi camino de paso del espíritu de este mundo al espíritu de la fe. Ese libro ayudó a muchos a que pasen de tantos intentos de autoayuda a Jesucristo, el único Salvador. Hoy me pregunto cómo es posible vivir sin la fe en el Señor Resucitado. Seguramente hay gente que ahora está viviendo algo parecido. No dejéis de buscar, porque “el que busca, ése encuentra”. El Santo Padre dice: los caminos hacia Dios son tantos como las personas. Todos pueden apoyarse en la palabra de Jesús: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” (Ap 3,20) Nuestra manera de vivir no nos permite oír esa llamada a la puerta. Quien vive con los tapones en los oídos, quien llena su vida interior con imágenes de terror y sexo de las que ya no puede deshacerse, quien se narcotiza con alcohol y drogas o va a la cama con un chico o chica encontrados en alguna discoteca, no puede oír la llamada. Y los que no participan en eso, a día de hoy, se sienten como unos extraños. 
¿En qué mundo vivimos? 
La sociedad en la que habéis nacido, todas esas cosas las tiene por normales. Os dificulta decidiros por el bien, y facilita que os resbaléis hacia el mal. Para una sociedad así la responsabilidad la tiene mi generación, la así llamada “generación del 68”. Quiero contaros lo que ha sucedido en estos últimos 40 años para que comprendáis en qué tiempo vivís, y también para que abráis los ojos a los demás.  El año 1968, los estudiantes en los países de occidente salieron a las calles para destruir con el mazo de la ideología socialista e izquierdista el fundamento del sistema de valores cristianos. Sus eslóganes eran la lucha contra la familia primitiva, haz el amor y no la guerra, mi seno me pertenece a mí.  Ese era el tiempo en el que Simone de Beauvoir tocaba la trompeta del feminismo radical. Ella afirmaba: “Una persona no nace como mujer, se hace mujer.” Incitaba a las mujeres con eslóganes como: “¡Salgamos de la esclavitud de la maternidad!” Ese era el tiempo de la así llamada liberación sexual. Y ¿Cuáles son las consecuencias? No se ha llegado a ninguna liberación, sino a una sociedad obsesionada con el sexo, la sociedad en la que muchas personas se han hecho esclavos de su instinto sexual y eso lo tienen por libertad. Pero esa no es la libertad. Nos hacemos libres cuando somos lo suficientemente fuertes para hacer lo que hemos conocido como bueno y verdadero. Mientras tanto, todo ha ido más allá. El desarrollo de los acontecimientos se esconde detrás de la identidad del género. Esa ideología quiere abolir la identidad sexual del hombre y de la mujer. Afirma que el hombre es libre de escoger su sexo, es decir, por su propia voluntad decidir si quiere ser hombre o mujer. Todas las identidades sexuales deberían ser igual de validas: hetero, homo, bi o transexual, es decir, uno puede tener relaciones sexuales con el mismo u otro sexo, o un poco con uno y otro poco con el otro, o incluso cambiar el propio sexo.  
Revolución cultural y moral  
La así llamada  heterosexualidad forzada debe ser abolida, porque supuestamente lleva al patriarcado. Es decir, la atracción sexual hacia el otro sexo nos fue impuesta para que se pudiera mantener el poder del varón. Esa ideología se ha convertido en la praxis social gracias al poder y a importantes recursos de Naciones Unidas y de la Comunidad Europea, tanto como a los gobiernos nacionales, las universidades y todo tipo de instituciones, incluso escuelas y guarderías. ¿Sabéis lo que significa eso? Que el pecado se ha hecho ley y se enseña en las escuelas. Al que lo rechace le declaran criminal porque le colocan en el marco de  nuevos parágrafos legislativos llamados “homofobia” y “lenguaje del odio”. Si esto todavía no lo conocéis, buscad en internet la expresión “gender-mainstreaming” y os asombraréis. Sobre ese  tema he escrito dos panfletos, para que la gente despierte. 
¿Cuáles son las consecuencias de esta revolución cultural y moral?
Mencionaré tres:
1. La ruina de la familia causa un mar de miseria espiritual y enormes gastos para los sistemas sociales. Los jóvenes y los niños no lo están pasando bien. Las estadísticas claman al cielo: un 25 % de jóvenes y niños pequeños tienen trastornos psíquicos. Decaída del éxito en la escuela, crecimiento de la narcomanía, abuso de alcohol, adicción a la pornografía, criminalidad, abuso sexual, embarazos y abortos en una edad prematura.
2. Matanza masiva de niños no nacidos llamados aborto o interrupción de embarazo. Millones de madres y padres de familia deciden matar al niño que está en camino a la vida. Si hubiesen esperado unos meses, vendría al mundo un hombre, hombre como tú y yo, un pequeño bebé que les habría regalado su sonrisa y una confianza inconmensurable. 
3. Extinción de los pueblos europeos. Generaciones anteriores a vosotros han recibido la vida, pero muchos no quieren ser padres. Cada vez hay más gente que no puede serlo tampoco porque no son fértiles. Cada generación nueva es un tercio más reducida que la anterior. Todo esto tiene unas consecuencias que no se pueden abarcar con la vista. Juan Pablo II ha encontrado palabras adecuadas para ello: Vivimos en la cultura de la muerte.  
¿Las causas?   
Cualquiera puede ver a simple vista este tipo de desarrollo; lo ven los políticos también, pero no se permite decir cual es su causa. La causa es el abuso de la sexualidad y su menosprecio. Ella se reduce a la satisfacción de la concupiscencia. Por eso la sexualidad debe estar separada de la fertilidad y sacada del matrimonio que la protege. Ahí sufre la familia: padres, madres, y sobretodo niños. La sexualidad ha sido reducida a la mercancía de consumo y elevada al altar de la divinidad. Si el hombre ya no respeta a Dios que le ha creado, entonces adora a su propio yo: a su intelecto, a su voluntad y poder, a sus posesiones y el anhelo de poseer, y sobretodo a sus placeres de los cuales el sexo está en primer lugar. Esta lucha se lleva tejiendo a lo largo de toda la historia de la humanidad. Ya el profeta Elías, arriesgando su propia vida, se había enfrentado con los sacerdotes de Baal porque habían adorado a un dios falso, y habían elevado lo inmoral a nivel de rito religioso. Elías venció, hoy él nos ayudará a nosotros también en esa lucha. La pregunta sobre cómo hemos actuado conforme a la responsabilidad, nos la hará a mi generación no solamente Dios, sino también vuestra generación, que un día dirá:  ¿Por qué habéis permitido que a Dios se le quitara cada vez más del medio, que el mal cada vez fuese más fuerte y que nos sedujera desde la infancia? ¿Por qué tantas familias se han destruido? ¿Por qué habéis matado millones de nuestros hermanos y hermanas antes de que nacieran? ¿Por qué no habéis tenido tiempo para nosotros? ¿Por qué no preveisteis nuestra desgracia?  Me gustaría, al mismo tiempo, agradecer a todos los padres que han resistido a ese desarrollo de acontecimientos y que os han guiado en el camino de la fe con su ejemplo y su sacrificio.  En un mundo así habéis visto la luz del día.
Gabriele Kuby

-Testamento espiritual de un mártir de hoy


Ved el testamento espiritual" de Shahbaz Bhatti, ministro de las Minorías del gobierno de Pakistán, católico, asesinado el 2 de marzo 2011. 
"Yo quiero servir a Jesús" 
"Me han propuesto altos cargos de gobierno y se me me ha pedido que abandone mi batalla, pero yo siempre lo he rechazado, incluso poniendo en peligro mi vida. Mi respuesta siempre ha sido la misma: "No, yo quiero servir a Jesús como un hombre normal".
Este amor me hace feliz. No quiero popularidad, no quiero posiciones de poder. Sólo quiero un lugar a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter, mis acciones hablen por mí y digan que estoy siguiendo a Jesucristo. Este deseo es tan fuerte en mí que me consideraría un privilegio el que, en este esfuerzo y en esta batalla por ayudar a los necesitados, a los pobres, a los cristianos perseguidos de Pakistán, Jesús quisiera aceptar el sacrificio de mi vida. Quiero vivir por Cristo y quiero morir por él. No siento miedo alguno en este país.Muchas veces los extremistas han tratado de asesinarme o de encarcelarme; me han amenazado, perseguido y han aterrorizado a mi familia. Los extremistas, hace unos años, pidieron incluso a mis padres, a mi madre y a mi padre, que me convencieran para que no continúe con mi misión de ayuda a los cristianos y los necesitados, pues de lo contrario me perderían. Pero mi padre siempre me ha alentado. Yo digo que, mientras viva, hasta el último aliento, seguiré sirviendo a Jesús y a esta humanidad pobre, que sufre, a los cristianos, a los necesitados, a los pobres. 
Quiero deciros que me inspira mucho la Sagrada Biblia y la vida de Jesucristo. Cuanto más leo el Nuevo Testamento, los versículos de la Biblia y la palabra del Señor, más se reafirman mi fuerza y mi determinación. Cuando reflexiono en el hecho de que Jesucristo lo sacrificó todo, que Dios envió a su mismo Hijo para redimirnos y salvarnos, me pregunto cómo puedo seguir el camino del Calvario. Nuestro Señor dijo: "Ven conmigo, carga tu cruz, y sígueme". Los pasajes que más me gustan de la Biblia dicen: "Tuve hambre,  y me disteis de comer; tuve sed,  y me disteis de beber; era forastero,  y me acogisteis; estaba desnudo,  y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel,  y vinisteis a verme". De este modo, cuando veo a personas pobres y necesitadas, pienso que detrás de sus rasgos se encuentra Jesús, que me sale al paso.
Por este motivo, siempre trato de ayudar, junto con mis colegas, para llevar asistencia a los necesitados, a los que tienen hambre y sed".
Shahbaz Bhatti

-Qué pinta Dios en nuestra Universidad pública


Ante el descrédito académico, la indiferencia y el salvajismo, la cuestión de Dios cobra fuerza sorprendente, que está llamada a crecer. Porque dejar a Dios fuera sería el suicidio intelectual de la Universidad, aunque fuese un suicidio muy políticamente correcto...

En este contexto, hablar de Dios no es un absurdo, sino una necesidad para que la Universidad sea lo que está llamada a ser. Así lo explicó,el Secretario General de la Conferencia Episcopal y obispo auxiliar de Madrid, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, durante la ponencia La presencia de Dios en la Universidad, que pronunció en la Facultad de Derecho, de la Complutense. 
Por cierto que las puertas por las que Martínez Camino entró al edificio lucían pintadas como Aborto libre; La revolución será feminista o no será; Apartad vuestros rosarios de nuestros ovarios y otras más burdas. «Si la Universidad -dijo- se pregunta, con rigor, por la realidad, y quiere explicarla, se encuentra, sí o sí, con la pregunta sobre Dios». Y la formulación está llena de sentido.

Como tirar las piezas de un Boeing

Durante su ponencia el Obispo explicó que, además de la reflexión acerca de la encarnación histórica de Dios, y de la presencia física de Cristo por medio de la pastoral universitaria, «la presencia de Dios en la Universidad debe darse, primero, a través de la búsqueda de la Verdad, sin censuras previas, con honestidad intelectual y sin límites establecidos a priori. La Universidad es lugar de preguntas: ¿Por qué están ahí las cosas? ¿Por qué son como son? ¿Por azar? Eso sería como tirar desde la luna las piezas de un Boeing y que caigan montadas en el aeropuerto de Barajas, y además, que siempre caigan así. ¿Están ahí por necesidad? El ser es, y no puede no ser, y no pregunte usted tanto... ¿O el mundo es como es por libertad? ¿El amor y la inteligencia nacen del azar o de la libertad? Pues ya está aquí la cuestión de Dios...»
Lo cierto es que la presencia de Dios en la Universidad pública no suele dejar indiferente a nadie... ¿o tal vez sí? Don José Manuel Hernández Carracedo, capellán de la Universidad de Valladolid y Director del Aula de Teología del centro, explica que «Dios, para muchos, es el gran desconocido. Para la mayoría de estudiantes, profesores y trabajadores de las facultades, la presencia de Dios en el debate intelectual y en la atención pastoral ni les va, ni les viene. Suelen ser respetuosos, porque no se posicionan. Por eso, se sorprenden cuando se acercan a la pregunta sobre Dios y descubren que el diálogo entre fe y razón es interesante, razonable, razonado, que suscita preguntas que nunca se habían hecho y sirve para la vida».
La ponencia de monseñor Martínez Camino añade otros matices: «En la Universidad, Dios está negado y afirmado explícita e implícitamente. Hay un pensamiento combativo militante, que quiere imponer, en el espacio público occidental, una forma de vivir como si Dios no existiera, y dice que la idea de un ser absoluto impide al hombre ser autónomo, libre, ético y responsable de sus actos ante sí mismo. Esta negación es minoritaria, más que en otras épocas». Luego están «quienes creen que no procede hablar de Dios en la Universidad, y dan por hecho que es una hipótesis innecesaria, con consecuencias de división, así que Le niegan de forma implícita». Estos últimos conforman la mayoría, junto a quienes «lo afirman implícitamente, a través de la búsqueda de la verdad, y asumen esta cuestión desde un punto de vista intelectual». Sin embargo, también hay universitarios que viven de forma explícita la presencia de Dios.
 …. A las capillas de las Facultades vienen personas que no encuentran respuestas en la cultura actual. Vienen personas que ya tienen fe, cristianos que han perdido la práctica religiosa y encuentran un impulso para redescubrir su vocación cristiana, viva y eficaz, en medio del mundo; y personas que ni siquiera están bautizadas». Las cifras lo demuestran: sólo en Madrid, 30 capellanes atienden los distintos campus universitarios -muchos, a tiempo completo-, este año 80 estudiantes y profesores han pedido la confirmación, y varios se preparan para el bautismo.
 Con razones y sin complejos
Testigo de la fe en la Universidad es Eva, estudiante de Filología árabe y hebrea, de 21 años: «La gente aprovecha cualquier excusa para atacar a la Iglesia, pero cuanto vives tu fe sin complejos, y quieres ser testigo de Jesucristo y dar argumentos bien razonados, tus compañeros te respetan y acuden a ti en momentos difíciles». Y ella, que está en primera línea, da las claves: «Para eso, los cristianos tenemos que perder el miedo y que nuestra vida dé ganas de conocer a Cristo. Somos la sal, lo malo es que a veces nos quedaos en el salero»...