…Francisco, hijo de un
rico comerciante de Asís. El encuentro con Jesús lo llevó a despojarse de una
vida cómoda y superficial, para abrazar «la señora pobreza» y vivir como
verdadero hijo del Padre que está en los cielos; esta elección de san Francisco
representaba un modo radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que
siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). El
amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de
modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de una misma moneda.
¿Cuál es el testimonio
que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con las palabras –esto es fácil–
sino con la vida?
1. La primera cosa que
nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua es ésta: ser cristianos es
una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es asimilarse a
él.
¿Dónde inicia el camino
de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse
mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí.
Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San Damián,
rezando delante del crucifijo, que hoy también yo veneraré. En aquel crucifijo
Jesús no aparece muerto, sino vivo. La sangre desciende de las heridas de las
manos, los pies y el costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los
ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. Y
el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente nos habla de
una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es
el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la
muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser
una «nueva criatura». De aquí comienza todo: es la experiencia de la Gracia que
transforma, el ser amados sin méritos, aun siendo pecadores…
*Nos
dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el
Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.
2-…. la segunda cosa que
Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, aquella
que sólo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a san Francisco con
la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y
nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del amor más grande, el de la
Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en
medio de ellos.
Como los
discípulos de Emaús, tenemos que saber reconocer a Jesús. La carne de Jesús está,
aunque no la veamos, en la Eucaristía. Sus llagas están en estos muchachos, en
estos niños, en estos ancianos.
En tono muy entrañable, el Papa les dijo que «un cristiano
sabe reconocer las llagas de Jesús» y no se queda indiferente ante ellas.
Francisco les comentó que «Jesús resucitado era bellísimo. No conservaba las señales
de los golpes. Pero quiso conservar sus llagas y las ha llevado al cielo. Esas
llagas están en el cielo, delante del Padre, y también aquí, delante de
nosotros».