El Purgatorio es una gran
misericordia de Dios
El
individuo que muere como amigo de Dios, pero insuficientemente maduro en el
Amor, ha de pasar por una purificación. Tal individuo, seguro ya de su eterna
salvación, sufre de todos modos un proceso que perfecciona sus disposiciones.
“Los que mueren en la gracia y la
amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su
salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte, a fin de
obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios". .
¿Qué nos dice la revelación
acerca de este misterio? Hallamos indicios preciosos en la Escritura, que
sirven de base para la doctrina de purificación post-mortal. Por una parte,
está la insistencia bíblica en la santidad de Dios, que reclama del hombre una
cierta preparación para acceder a la presencia divina. La ley vetero-testamentaria
sobre la pureza legal estaba encaminada a inculcar esta idea en el pueblo
elegido, al estipular a quienes debían participar en el culto, ritos previos de
purificación.
En la predicación de Jesús
también encontramos la misma invitación fundamental: “Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto”. Dios santo pide -y facilita- una santidad
correspondiente en el hombre. Es razonable pensar que, si una persona muere
libre de pecado mortal pero sin haber coronado su camino de santidad -“la
santificación, sin la cual la cual nadie puede ver a Dios- su historia de
perfeccionamiento prosiga tras la muerte.
Además, la Sagrada Escritura
refrenda la práctica de oración de impetración que hacen los vivos por los
muertos: ‘santo y saludable es el
pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados’.
Los cristianos, ya desde los primeros siglos, vivieron esta práctica, expresión
de su fe en la comunión de los santos. La Iglesia de los peregrinos desde los
primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión
de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el
recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos.
Los creyentes se sentían movidos
a ofrecer esas oraciones, además, al comprobar que en la vida real diferentes
personas alcanzan grados diversos de santidad: algunas, un grado tan alto que,
nada más morir, son tratadas espontáneamente por los fieles como intercesores
ante Dios; y otras que, aun habiendo vivido cristianamente, son encomendadas a
la misericordia divina, para que sean admitidas al descanso eterno.
La lógica del Amor
La doctrina del purgatorio nos
recuerda que, para un sujeto con uso de libertad, una cierta preparación
–acompasada por la gracia- es necesaria para ser admitido al consorcio
trinitario. Hay un camino que recorrer que, si no llega a consumarse en esta
vida, debe terminarse luego. El misterio de maduración post-mortal es sumamente
congruente con la santidad, justicia y amor de Dios. "El purgatorio es una
misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que desean identificarse
con Él".
Así, el individuo que muere en
gracia pero con imperfecta santidad ya está salvado, pero su plena comunión con
la Trinidad queda retrasada mientras no posea la suficiente madurez en el amor
y la santidad (aunque la dilación no se puede medir con categorías terrenas: (minutos,
meses o años.). El retraso implica, para el difunto, una experiencia dolorosa y
gozosa a la vez. Se ve a sí mismo unido a Cristo, pero no cabalmente
cristificado todavía.
La plena comunión con el Señor,
con el Padre y con el Espíritu Santo, está ya casi al alcance, al no
interponerse ningún obstáculo permanente; sin embargo, el sujeto se percibe a
sí mismo inmaduro para tal consorcio. Su amor se traduce entonces en dolor, por
la tardanza del encuentro con el Amado.
Sta. Catalina de Génova (s. XV)
afirma que el fuego que experimentan el alma en el purgatorio no es otro que la
pena que brota al comprobar, por una parte, que ningún pecado serio obstaculiza
la unión con Dios, y al descubrir, por otra, que el estado de santidad
imperfecta impide acercarse plenamente . Se trata, pues, de una pena de retraso;
del amor nace el dolor, y el mismo dolor perfecciona finalmente el amor.
La Iglesia, en sus ritos
funerales y sus oraciones por los muertos, así como en la celebración del Día
de Todos los difuntos, recuerda a los fieles el valor de los sufragios por los
muertos. Realmente es posible esta sobrenatural comunicación de bienes, gracias
a la comunión de los santos. El hecho nos recuerda nuestra realidad como
seres-en-relación: “Ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma...
Nadie se salva solo... Mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el
otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del
ser... mi oración por él... puede significar una pequeña etapa de su
purificación”. .
La eficacia de las oraciones de
los vivos por los difuntos se comprende mejor a la luz de la pertenencia de los
cristianos a Cristo. El Señor, desde su sede a la derecha del Padre, ora
incesantemente por los vivos y muertos; y los que están incorporados a Él
pueden pedir juntamente con Él: Vox una, quia caro una, dice S. Agustín. Como
parte del “Cristo Total” –según la terminología agustiniana -, los cristianos
podemos rezar por los difuntos con la seguridad de que el Padre nos escucha.
*Fr. J. José Alviar, Universidad de Navarra