Romper con el individualismo
“Esto parece una Posada”, decían nuestras madres ante la frustración de ver a sus hijos entrar y salir de casa como si de un hotel se tratara. Los horarios de los colegios, universidades y trabajos, la incorporación de la mujer al mercado laboral o el estrés diario no hacen fácil el encuentro familiar, pero también es cierto que cada vez pasamos menos tiempo juntos, y cuando estamos bajo el mismo techo, cada uno se dedica a sus asuntos. Incluso en el entorno familiar entra con sigilo la amenaza del individualismo, pero ¿podemos frenarlo? Es el momento de reestructurar la convivencia familiar.
El hijo adolescente enganchado a la Playstation; la mayor desaparece de casa sin dar explicaciones porque ha quedado con su novio; el padre, encerrado en su despacho, ultima el informe para la reunión de mañana; la madre navega por Internet buscando una oferta de trabajo y, mientras tanto, el más pequeño recorre la casa buscando que alguien le haga un poco de caso y juegue con él a la pelota. Aunque la escena es inventada, bien podría tratarse de un retrato real de lo que hoy en día ocurre en muchos hogares en una tarde cualquiera de la semana. La familia está en crisis, y no nos referimos con ello al elevado número de divorcios y separaciones, al reducido índice de natalidad o al aumento de la lacra del aborto. Nos referimos a que, de puertas adentro, allí donde reina la intimidad del hogar, está entrando sigilosamente una amenaza que, si nos descuidamos, puede romper en pedazos nuestra unidad familiar: el individualismo.
“Prohibido el paso”
Basta con echar un vistazo a las encuestas para comprobar que nuestra forma de vida y, sobre todo nuestro ocio, se está haciendo cada día más individualista. En la mayoría de los hogares españoles cada hijo tiene una habitación propia que, a medida que se hace mayor, se convierte en su particular apartamento dentro de la casa, donde no se puede entrar bajo ningún pretexto (si no es para limpiársela, claro). Además, la mayoría de las familias tienen un televisor para los padres y al menos otro para los hijos, de modo que la caja tonta sigue siendo el ocio preferente por parte de los niños y adolescentes que, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2004, se pasan una media anual de dos horas diarias enganchados a su programación. Si bien la televisión tiene todavía un importante impacto en las familias, el uso del ordenador entre los menores (de diez a quince años) es prácticamente universal (94,5 por ciento, según el INE) y el 85,1 por ciento utiliza Internet.
Por otra parte, el ocio del fin de semana se va desfamiliarizando progresivamente, hasta el punto de que la tercera parte de los niños de diez años ya salen solos con sus amigos los fines de semana, y a los trece ya son la mayoría de los preadolescentes los que se divierten fuera de casa al margen de sus padres. Lejos de buscar alternativas de ocio familiar, los padres nos desentendemos de la tarea dándoles una paga sin enseñar unos criterios claros: el 42 por ciento de los hijos de entre doce y trece años ya recibe un dinero periódicamente para administrar su propio ocio.
Podríamos seguir la lista y probablemente la mayoría de nosotros nos sentiríamos reconocidos en éstos y otros datos estadísticos: nuestros hijos se refugian en Internet en su habitación, mientras nosotros nos dedicamos a resolver los problemas del trabajo en casa. Y, por si fuera poco, en los ratos libres ya casi no hacemos planes en familia porque nuestros hijos adolescentes se aburren con nosotros… y todo esto nos parece de lo más normal. De lo que no nos damos cuenta es que detrás de los fríos números porcentuales hay una realidad más profunda y es que vivimos en familias cuyos miembros actúan cada vez de forma más independiente e individualista. Pero ¿por qué nos está ocurriendo esto?”.
¿Independencia = libertad?
Lo cierto es que el individualismo en el seno de la familia es una consecuencia clara de un cambio social más amplio que se está dando en la era postmoderna. Vivimos un momento en el que, según el sociólogo Ulrich Beck, se pone mucho énfasis en la libertad y en el desarrollo individual de la persona, dando primacía a las opciones y decisiones individuales frente a las normas sociales, ya sea en el ámbito profesional, en la política o, en el caso que nos ocupa, en la vida familiar. Y es esa tendencia al individualismo en la sociedad la que está afectando también a las familias. “Se piensa que se es más libre cuanto más independiente se es” –“y en este sentido, las dependencias de otros se reducen al mínimo e incluso se intenta dar marcha atrás en los compromisos adquiridos, que restringen en parte la capacidad de acción individual”.
En opinión de Miguel Ortega de la Fuente, doctor en Filosofía, experto en matrimonio y familia y profesor de Antropología en la Universidad Francisco de Vitoria, las claves para entender por qué el individualismo se está colando poco a poco en la vida familiar están en torno a tres cuestiones: “La primera está en una sociedad cada vez más egoísta y descentrada de la realidad, donde cada uno está construyendo ‘su mundo’, ‘su verdad’, lo que a él le interesa, y esto nos aleja de los otros. Esto nos hace perder la dinámica del encuentro con el otro, y da la casualidad de que el encuentro es la base del amor de los esposos que, a su vez, es el fundamento de la unidad familiar. Por último, la propia sociedad se ha desvertebrado, nos hemos fabricado una sociedad de bienestar y de ‘bien-tener’, y hemos olvidado la sociedad del bien ser. Se ha dejado de hablar de gratuidad, de generosidad y de donación”. El resultado de todo este enjambre de intereses individuales es muy pernicioso, porque, en palabras de Ortega, “dañan la vida de las personas y las hacen ser infelices; es, en el fondo, una dinámica que va contra el amor al otro y desordena el amor a uno mismo”.
“Madre no hay más que una”…
Otro de los cambios sociales que está contribuyendo de alguna manera a un avance hacia el individualismo en la convivencia es la no adaptación familiar a la incorporación de la mujer al mundo laboral. Hasta hace unas décadas imperaba un modelo de familia nuclear o moderna en la que había una división muy precisa en los roles del hombre y de la mujer, correspondiéndole a él los papeles sociales y productivos fuera del hogar, y a ella, los afectivos y privados del interior. Juan Manuel Burgos explica en su libro Diagnóstico sobre la familia que con la familia nuclear el papel esencial de la mujer consistía en la atención de los hijos, la gestión de las relaciones humanas en la familia y la creación del hogar. Al incorporarse la mujer al trabajo, la construcción familiar se ha complicado notablemente. Sin embargo, aunque se han perdido en parte algunas de las funciones que aportaba la mujer en la familia nuclear, su profesionalización le enriquece ahora con una serie de cualidades personales que puede transmitir al resto de la familia. El reto es, eso sí, reestructurar la convivencia familiar, que antes estaba asegurada en la figura de la madre, y que ahora requiere mayor atención, tanto de la mujer como del varón. Por esta razón, la orientadora familiar Beatriz Londoño asegura que “las familias de los próximos años, quizá siglos, están llamadas a construir una nueva edición de la familia. No se trata de cambiar su esencia –esto viene inscrito en la naturaleza misma de los humanos–, se trata de ser creativos en la construcción de un nuevo orden familiar”. Y para construir una familia armónica, alegre y unida, “hay que tener muy claro qué es lo que se quiere y a qué se ha de renunciar. Los grandes bienes siempre tienen un coste”, añade.
Pero, aunque construir una familia integrada y unida siempre tenga un coste, son muchos los beneficios que reporta. “Hay una relación entre una atención familiar de calidad y los resultados de sus miembros: resiliencia ante dificultades, equilibrio emocional, integración y participación sociales, apoyo en las carreras y proyectos profesionales”, subraya Aurora Bernal. “Más que una necesidad, la dependencia es una realidad por nuestro modo de ser. Por una parte, sólo con los otros salvamos la vulnerabilidad: por ser pequeños, por ser ancianos, por estar enfermos, porque cada individuo no tiene una biología ni una inteligencia lo suficientemente capacitada para hacer frente a la vida solo, ni siquiera cuando es adulto. Y, por otro lado, sólo con los otros, con su relación, nos superamos más allá de la capacidad individual”, añade la profesora”.
Creatividad familiar
Para empezar a salir de este agujero negro de familias juntas pero desunidas no hay que perder de vista que el primer pilar en el que debe fundamentarse la familia “es el amor verdadero, lo que significa estar continuamente saliendo al encuentro del otro, sin contar si el otro lo hace o no”, recalca Miguel Ortega de la Fuente. Beatriz Londoño añade que “amar requiere valoración de la grandeza de mi dignidad y la del otro, aprecio real, querer lo mejor para quien amo…Vivirlo es todo un arte. Y este arte se aprende y hay que enseñarlo a cada persona desde la infancia. Enseñarles a dar y a recibir en todos los ámbitos de las necesidades humanas. Especialmente en las afectivas, mentales y espirituales”. Y en última instancia, fomentar la “creatividad familiar”, que, como señala Miguel Ortega, no es otra cosa que “descubrir la manera más adecuada de hacer cosas juntos, en virtud de las edades y de las posibilidades de la familia”.
La llegada del verano es un momento idóneo para replantearnos nuestro proyecto de vida en familia, tomarle el pulso a nuestro matrimonio y a nuestra convivencia con los hijos para hacer de nuestra vida en común un maravilloso camino de enriquecimiento mutuo.
Para vencer el individualismo
La orientadora familiar Beatriz Londoño recomienda:
• Tiempo: aprender a “perder” el tiempo con las personas que amamos (cónyuge, hijos…) y a pasarlo bien juntos haciendo algo que al otro le gusta o simplemente haciendo nada, ¡pero juntos!
• Comunicación: saber conversar con un bebé, con un niño de cuatro años o con uno de trece, con un adolescente, con un esposo cansado, irritado, tenso, o con una esposa cansada, hipersensible, necesitada de muestras de cariño. Y, sobre todo, saber escuchar para poder llegar a tener habitualmente diálogos de corazón a corazón.
• Formarse: querer saber cada día un poco más sobre qué es la familia, cuáles son sus principios y leyes de funcionamiento. Leer y estudiar como se hace para cualquier gran proyecto.
• Distinguir lo cambiable de lo no negociable: hay que discernir qué se puede cambiar de las costumbres familiares que vivían nuestros mayores y qué no es modificable. Aquello que toca los principios y esencia no es negociable.
• Nuevas costumbres: descubrir nuevas costumbres que respondan a esos principios y valores esenciales, y que quizá nuestros antepasados no vivieron y aún están por descubrir.
Familias negociadoras
El sociólogo Gerardo Meil Landwerlin sostiene en el informe “Padres e hijos en la España actual”, realizado en 2006 para la Fundación La Caixa, que se está produciendo un cambio en el modelo de convivencia hacia una “familia negociadora”. Los padres negociadores, afirma el estudio, “han sustituido la norma del ‘respeto’, que regulaba las respuestas de los hijos, entendida sobre todo como obediencia y ‘temor’ a la reacción de los padres, por la ‘amistad de los hijos’, en la que se busca, sobre todo, tener una buena comunicación, fomentar las potencialidades y capacidades de los hijos y comprender sus necesidades y sus puntos de vista”. Algunos autores consideran que este cambio trae aspectos positivos, pero otros afirman que la familia negociadora cría hijos consentidos, con normas de convivencia contradictorias y valores light. En este sentido, Miguel Ortega de la Fuente señala que “la jerarquía es necesaria para el bien, aunque se trata de ganarse la autoridad y no de imponerla”.
Oliveros F. Otero explica en su libro La creatividad en la orientación familiar (EUNSA) que para lograr la unidad familiar es clave una manifestación del amor de los padres que consiste en el buen ejercicio de la autoridad paterno-materna. Para ejercer bien esa autoridad, los padres han de convertirse en líderes de su familia. Los padres líderes han jerarquizado la familia como su primera preocupación y saben estar disponibles para ella, tienen convicciones profundas y las saben transmitir, saben también ser decididos pero sin arrogancia, confían en cada hijo, soportan el peso de los errores, reconocen el éxito de los demás, son coherentes y creíbles, mantienen sus promesas y trabajan sin descanso para alcanzar los objetivos que han trazado para su familia