Nota de los obispos para la Jornada de la
Sagrada Familia
Con el lema “Educar la fe en familia” los obispos para
la Familia y Defensa de la Vida, movidos por nuestro deber de pastores,
invitamos a todos los fieles a reflexionar sobre la vital importancia de la
familia en la “educación de la fe”. Asimismo, recordamos la exigencia de
conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre1, de un modo especial en
este Año de la fe.
Desde la primera evangelización la transmisión de
la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en
la familia. Hoy asistimos a una desvalorización del papel de la familia en este
campo, debido a múltiples factores. No podemos dar por supuesto la vivencia de
la fe cristiana en muchos hogares cristianos con las consecuencias que ello
conlleva en la asimilación de la fe por parte de los hijos. Por esto queremos
animar a las familias a ocupar su puesto en la transmisión de la fe, a pesar de
las dificultades y crisis por las que atraviesan.
La nueva evangelización debe ir dirigida de manera
primera y prioritaria a la familia, como la realidad a la que más han afectado
los cambios sociales y la poca valoración de la fe.
La fe, don de Dios, se nos infunde en el Bautismo,
en cuya celebración los padres piden para sus hijos «la fe de la Iglesia». Este
es el signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la
salvación.
La iniciación cristiana, que comprende el Bautismo,
la Confirmación, la Penitencia y la Eucaristía, toma una especial relevancia en
la familia, «iglesia doméstica», comunidad de vida y amor, por ser donde surge
la vida de la persona y esta es amada por sí misma. La familia vive dicha fe y
participa también en la fe de sus hijos en las diversas etapas de formación y
desarrollo de la vida cristiana. Así, el primer fundamento de una pastoral
familiar renovada es la vivencia intensa de la iniciación cristiana.
Los padres apoyan a los hijos y caminan con ellos
mientras realizan el aprendizaje de la vida cristiana y entran gozosamente en
la comunión de la Iglesia para ser en ella adoradores del Padre y testigos del
Dios vivo. La familia, de este modo, se convierte en el primer transmisor de la
fe, y esta crece cuando se vive como consecuencia de un amor que se recibe y se
comunica como experiencia de gracia y de gozo.
La familia es el ámbito natural donde es acogida la
fe y la que va a contribuir de una manera muy especial a su crecimiento y
desarrollo. En ella se dan los primeros pasos de la educación temprana de la fe
y los hijos aprenden las primeras oraciones. También experimentan el amor a la
Virgen, a Jesucristo, y es donde por primera vez oyen hablar de Dios y aprenden
a quererlo viviendo el testimonio de sus padres.
Este testimonio de los padres, en la continua y
progresiva educación familiar, marca un tenor de vida en todos los ámbitos de
la existencia humana. Se desarrolla en la catequesis familiar, la introducción
a la oración -«la oración es el alimento de la fe» dice Juan Pablo II-, la lectura meditada de la
Palabra de Dios y en la práctica sacramental de la familia, en sintonía y
colaboración con la comunidad parroquial.
Así, la familia es el “lugar” privilegiado donde se
realiza la unión de «la fe que se piensa» con «la vida que se vive» a partir
del despertar religioso.
La fe, al igual que la familia, es compañera de
vida que nos permite distinguir las maravillas de Dios a lo largo de nuestro
caminar. Como la familia, la fe está presente en las diversas etapas de nuestra
existencia (niñez, adolescencia, juventud…), así como en los momentos difíciles
y en los alegres. De esta forma la fe va acompañándonos siempre en todas las
circunstancias de la vida familiar. La familia camina con sus hijos en esos
importantes momentos en los que se
va fraguando su madurez y porvenir.
Cuando la vivencia y experiencia cristiana se ha
tenido en la familia puede que se atraviese por momentos de crisis, pero lo que
se ha vivido de niño vuelve a renacer y a tener un peso específico en la fe
adulta.
No se puede pensar en una nueva evangelización sin
sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles
en la tarea educativa6. La familia está inmersa en un proceso gradual de educación humana y
cristiana que permite tener como centro la vocación al amor. A la familia le
corresponde el deber grave y el derecho insustituible de educar y cuidar este
momento inicial de la vocación al amor de los hijos. Esto se realiza en un
ambiente sencillo y normal, el hogar, donde, de una manera connatural se va
formando la personalidad humana y cristiana de los hijos. A esta educación
contribuyen también las entidades educativas, el testimonio de los padres y
hermanos, el contacto con otras familias, la pertenencia a la comunidad cristiana
parroquial, y a grupos o movimientos cristianos7.
La familia, en su afán educador, ayuda a todos sus
miembros a que vivan como verdaderos cristianos, capaces de configurar
cristianamente la sociedad. De igual modo la familia, con total respeto a cada
de sus hijos, debe ayudarles a que, en su momento, puedan descubrir sus
respectivas vocaciones. En este sentido la familia protege y anima la vocación
a la vida sacerdotal y consagrada.
En todo caso, los obispos reiteramos una vez más
que el mundo necesita hoy de manera urgente el testimonio creíble de familias
que, iluminadas por la fe, sean capaces de «abrir el corazón y la mente de
muchos al deseo de Dios»8 y ser fermento de nuestra sociedad.
Implorando la protección de María, Madre de la
Sagrada Familia, os animamos en este Año de la fe a profundizar en un mayor
conocimiento de nuestra fe y que esta transforme la vida de nuestras familias,
les abra el camino hacia una plenitud de significado, las renueve, llene de alegría
y de esperanza fiable9.
30 de diciembre de 2012,
festividad de la Sagrada Familia