lunes, 31 de diciembre de 2012

-Dios te ama... si estas perdido


Potente predicación en Madrid en el Día de la Familia
«Dios te ama aunque seas un canalla y un mentiroso», dice Kiko Argüello a todos los «hechos polvo»
"Si estás perdido, hecho polvo, si ahora aceptas a Cristo y su inmolación por ti puedes recibir ya, ahora mismo, el perdón de los pecados", dijo el iniciador del Camino Neocatecumenal.
Una de las novedades de esta edición del Día de la Familia en Madrid (la sexta ya) fue la predicación expresamente kerigmática de Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, ante la enorme multitud de muchos miles de personas reunidas en la Plaza de Colón de la capital española.
Kiko inició su intervención alabando a Dios, pidiendo la ayuda del Espíritu Santo y cantando su canción "Yo vengo a reunir", basada en las palabras del profeta Isaías. Señaló las banderas "de los hermanos que hay aquí de Polonia, de Croacia, de Bosnia y de Francia", cumpliendo así lo que el canto anuncia: "vendrán de las naciones y verán mi Gloria, dice el Señor". Kiko cantó entusiasmado por poder predicar el kerigma, el anuncio de la salvación de Dios. Se movía por el escenario "para entrar en calor", decía a la multitud que soportaba con humor y buen ánimo las gélidas temperaturas y el cielo gris.
Predicaba sin papeles a partir de una idea de Benedicto XVI: que la crisis de la familia es una consecuencia de la crisis de la fe. La conclusión es clara: para ayudar a las familias, hay que fortalecer la fe.
"Cristo murió por todos, para que ya no vivan más para sí. Pasó lo viejo, todo es nuevo, Cristo nos ha confiado el ministerio de la reconciliación, ¡reconciliaos con Dios!", dijo, siguiendo las cartas de San Pablo.

La gratuidad del amor de Cristo
"Cristo ha dado la vida para que todos recibamos la vida inmortal, la vida eterna. Cristo es Dios, y el amor de Cristo es lo que mantiene el universo. Dios quiere que vivamos en esa verdad, en Cristo Crucificado. Dios quiere darnos gratis ese amor", insistió.
"Para ayudar a las familias hemos de reforzar su fe, y la fe viene por el oído, ¡escuchad!", pedía con vehemencia.

El Kerigma
El kerigma es el anuncio de que Cristo nos salva del pecado y de la muerte, y Kiko quiso explicarlo desde el principio mismo: Eva, la Serpiente y el pecado original. Según explicó, Eva ya conocía el bien, y la Serpiente le tentó ofreciéndole conocer también el mal. "Serás como Dios, conocerás el bien y el mal, seréis sabios, es falso que vayáis a morir si coméis del Árbol del Bien y del Mal", decía la Serpiente, que como Kiko insistió, era un ángel caído.
"La serpiente mentía, porque después de comer del árbol el hombre empezó a morir, y hoy muere. Es el pecado original. Y a consecuencia de eso, hoy el hombre vive sólo para sí mismo. Kierkegaard habla de la muerte óntica, de la muerte de nuestro ser profundo", continuó Kiko.

La vida como obra de teatro
Aunque no mencionó a Calderón de la Barca, Kiko planteó una interesante analogía con "El Teatro del Mundo" del gran dramaturgo. Comparó la vida con una obra de teatro, donde Dios, el director, da a cada uno un rol, un papel, una identidad. "Pero, si Dios no existe, ¿yo qué soy? Si no hay director en la obra, ¡no tengo personaje, no tengo papel! Y así va el mundo: divorcios, adulterios, fornicaciones, en la TV, en las películas, con el divorcio exprés, las guerras, los abortos, drogas, asesinatos, las barbaridades de Auschwitz hace pocos años... porque el hombre ha rechazado a Dios".
Frente a eso planteó otra mujer y otro ángel: el arcángel San Gabriel y María. "Él le da la buena noticia, ella la acepta, y entonces el Espíritu Santo gesta a Cristo en ellla". De igual forma, dijo, quien escucha la buena noticia, el kerigma, y le dice sí, verá como el Espíritu Santo gestará a Cristo en su interior.
"Yo hablo, tú escuchas, y no me importa si me atacan. Yo anuncio que Cristo se ha entregado y ha muerto por ti y por mí para que recibamos el perdón de los pecados y la vida eterna", resumió, yendo por fin al meollo del asunto.

El anuncio de la Buena Nueva
"Dios te ama aunque seas un canalla y un mentiroso. Dios ha enviado a su hijo para salvarte por su Resurrección, porque Cristo ha resucitado. Así que si estás perdido, hecho polvo, si ahora aceptas a Cristo y su inmolación por ti puedes recibir ya, ahora mismo, el perdón de los pecados. Y esto es lo que anunciaremos en Misión Madrid, por ejemplo, porque Dios ha querido salvar al mundo a través de este anuncio".
Kiko admitió que la gente suele vivir distraída y "con los oídos tapados", y pidió actos de "un amor nuevo que les haga que abran los oídos".
"Con la Nueva Evangelización no estamos contra nadie, sino que el Señor nos llama para ayudar a todos los hombres. Y así la muerte ya no es triste, los funerales cristianos son una fiesta, es el Dies Natalis, el día del nacimiento a una nueva vida y el cementerio es donde se duerme esperando la Segunda Venida", concluyó.
Kiko también explicó que "todo esto del kerigma lo cuento en un librito que he publicado hace poco" (El kerigma en las barracas con los pobres, Ed. BuenasLetras).
A continuación, la orquesta del Camino Neocatecumenal interpretó dos piezas de su sinfonía sobre el sufrimiento de los inocentes: "La espada" (sobre el dolor que como una espada atraviesa a María al pie de la Cruz) y "Resurrexit", una celebración enérgica de la Resurrección.

viernes, 28 de diciembre de 2012

-Sin familias, la sociedad enferma


Kiko Argüello responde a las preguntas sobre la Fiesta de la Sagrada Familia:

-¿Por qué es importante este encuentro cada Navidad, en torno a la fiesta de la Sagrada Familia?

Todo lo que se haga a favor de la familia es poco. La gran batalla que tiene que librar, sobre todo Europa, en este momento de la Historia, es por la familia. Si no se hace algo por la familia, nuestra sociedad va, poco a poco, degradándose hasta llegar a lo que ha ocurrido en Escandinavia, donde la gran mayoría de la gente vive sola. Se destruye la familia y, por tanto, no hay hijos y el número de ancianos crece. Hay suicidios y alcoholismo en gran cantidad. Son enfermedades de una sociedad en la cual se ha destruido la familia cristiana.

-Este año va usted a anunciar el kerigma antes de la Eucaristía. ¿Cuál es la Buena Noticia que necesitan escuchar hoy las familias españolas?

Dice el Papa que «la crisis de la familia es, antes que nada, una crisis de fe». Es decir, que las familias se rompen, se divorcian porque no tienen fe. El cristiano tiene dentro vida eterna. Esto quiere decir que participamos de la victoria de Cristo sobre la muerte y podemos amar en una nueva dimensión, la dimensión de la cruz, más allá de la muerte. Por eso el matrimonio es indisoluble y muestra el amor de Dios a la Iglesia, a Cristo, a su esposa, que es la Iglesia y el hombre. La fe viene por el oído, por la escucha del anuncio de la Buena Noticia: que Dios quiere salvar a los hombres, quiere destruir el pecado y la muerte y la esclavitud del demonio. Quiere darles la Vida Eterna.

El kerigma es el anuncio de una noticia que actúa, es decir, cuando se anuncia esta noticia invitando a la gente a que la acoja, se realiza. Esta noticia dice que Jesucristo, muerto por nosotros para nuestra justificación, ha subido al cielo y está intercediendo para que podamos recibir un espíritu nuevo, un corazón nuevo y nuestra vida cambie. Dios está deseando darnos este Espíritu, pero sólo puede hacerlo si escuchamos y acogemos esta Buena Noticia. El problema es que mucha gente tiene el oído cerrado y no está dispuesta a escuchar lo que ellos creen que son sermones. No saben lo que es la Buena Noticia del Evangelio. Esperamos que, en este encuentro, esta Buena Noticia les pueda ayudar a aumentar la fe, porque siempre que se escucha el kerigma aumenta la fe.

-La secularización está haciendo mella en muchos matrimonios y familias: divorcios, abortos, violencia, suicidios..., además de un bajísimo índice de natalidad. ¿Qué motivos de esperanza ofrece la Iglesia católica?

Estamos convencidos de que la situación de Europa es catastrófica, en cuanto que el índice de natalidad es bajísimo y no hay posibilidad de perpetuar nuestras generaciones. Además, tenemos la gran amenaza del Islam, que está invadiendo muchas de nuestras ciudades y tienen muchos hijos. La verdadera solución a esta situación es la familia cristiana, porque la familia cristiana acepta los hijos que Dios le envía desde el cielo. Tener un hijo significa dar la vida a un ser humano eternamente, participar con Dios en la creación de un ser elegido por Él antes de la creación del mundo para vivir en el cielo con Él. La familia cristiana normalmente es numerosa, con muchos hijos. Ésta es la esperanza para Europa.
Kiko Argüello 
(en Alfa y Omega del 27/12/2012)

miércoles, 26 de diciembre de 2012

-Educar la fe en familia


Nota de los obispos para la Jornada de la Sagrada Familia
Con el lema “Educar la fe en familia” los obispos para la Familia y Defensa de la Vida, movidos por nuestro deber de pastores, invitamos a todos los fieles a reflexionar sobre la vital importancia de la familia en la “educación de la fe”. Asimismo, recordamos la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre1, de un modo especial en este Año de la fe.
Desde la primera evangelización la transmisión de la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en la familia. Hoy asistimos a una desvalorización del papel de la familia en este campo, debido a múltiples factores. No podemos dar por supuesto la vivencia de la fe cristiana en muchos hogares cristianos con las consecuencias que ello conlleva en la asimilación de la fe por parte de los hijos. Por esto queremos animar a las familias a ocupar su puesto en la transmisión de la fe, a pesar de las dificultades y crisis por las que atraviesan.
La nueva evangelización debe ir dirigida de manera primera y prioritaria a la familia, como la realidad a la que más han afectado los cambios sociales y la poca valoración de la fe.
La fe, don de Dios, se nos infunde en el Bautismo, en cuya celebración los padres piden para sus hijos «la fe de la Iglesia». Este es el signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación.
La iniciación cristiana, que comprende el Bautismo, la Confirmación, la Penitencia y la Eucaristía, toma una especial relevancia en la familia, «iglesia doméstica», comunidad de vida y amor, por ser donde surge la vida de la persona y esta es amada por sí misma. La familia vive dicha fe y participa también en la fe de sus hijos en las diversas etapas de formación y desarrollo de la vida cristiana. Así, el primer fundamento de una pastoral familiar renovada es la vivencia intensa de la iniciación cristiana.
Los padres apoyan a los hijos y caminan con ellos mientras realizan el aprendizaje de la vida cristiana y entran gozosamente en la comunión de la Iglesia para ser en ella adoradores del Padre y testigos del Dios vivo. La familia, de este modo, se convierte en el primer transmisor de la fe, y esta crece cuando se vive como consecuencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y de gozo.
La familia es el ámbito natural donde es acogida la fe y la que va a contribuir de una manera muy especial a su crecimiento y desarrollo. En ella se dan los primeros pasos de la educación temprana de la fe y los hijos aprenden las primeras oraciones. También experimentan el amor a la Virgen, a Jesucristo, y es donde por primera vez oyen hablar de Dios y aprenden a quererlo viviendo el testimonio de sus padres.
Este testimonio de los padres, en la continua y progresiva educación familiar, marca un tenor de vida en todos los ámbitos de la existencia humana. Se desarrolla en la catequesis familiar, la introducción a la oración -«la oración es el alimento de la fe» dice Juan Pablo II-, la lectura meditada de la Palabra de Dios y en la práctica sacramental de la familia, en sintonía y colaboración con la comunidad parroquial.
Así, la familia es el “lugar” privilegiado donde se realiza la unión de «la fe que se piensa» con «la vida que se vive» a partir del despertar religioso.
La fe, al igual que la familia, es compañera de vida que nos permite distinguir las maravillas de Dios a lo largo de nuestro caminar. Como la familia, la fe está presente en las diversas etapas de nuestra existencia (niñez, adolescencia, juventud…), así como en los momentos difíciles y en los alegres. De esta forma la fe va acompañándonos siempre en todas las circunstancias de la vida familiar. La familia camina con sus hijos en esos importantes momentos  en los que se va fraguando su madurez y porvenir.
Cuando la vivencia y experiencia cristiana se ha tenido en la familia puede que se atraviese por momentos de crisis, pero lo que se ha vivido de niño vuelve a renacer y a tener un peso específico en la fe adulta.
No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa6. La familia está inmersa en un proceso gradual de educación humana y cristiana que permite tener como centro la vocación al amor. A la familia le corresponde el deber grave y el derecho insustituible de educar y cuidar este momento inicial de la vocación al amor de los hijos. Esto se realiza en un ambiente sencillo y normal, el hogar, donde, de una manera connatural se va formando la personalidad humana y cristiana de los hijos. A esta educación contribuyen también las entidades educativas, el testimonio de los padres y hermanos, el contacto con otras familias, la pertenencia a la comunidad cristiana parroquial, y a grupos o movimientos cristianos7.
La familia, en su afán educador, ayuda a todos sus miembros a que vivan como verdaderos cristianos, capaces de configurar cristianamente la sociedad. De igual modo la familia, con total respeto a cada de sus hijos, debe ayudarles a que, en su momento, puedan descubrir sus respectivas vocaciones. En este sentido la familia protege y anima la vocación a la vida sacerdotal y consagrada.
En todo caso, los obispos reiteramos una vez más que el mundo necesita hoy de manera urgente el testimonio creíble de familias que, iluminadas por la fe, sean capaces de «abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios»8 y ser fermento de nuestra sociedad.
Implorando la protección de María, Madre de la Sagrada Familia, os animamos en este Año de la fe a profundizar en un mayor conocimiento de nuestra fe y que esta transforme la vida de nuestras familias, les abra el camino hacia una plenitud de significado, las renueve, llene de alegría y de esperanza fiable9.
30 de diciembre de 2012, festividad de la Sagrada Familia

miércoles, 19 de diciembre de 2012

-En el umbral de la Navidad



Pisamos ya los umbrales de la Navidad, en la que parece que todo se llena de una luz nueva, y se abre el nuevo día de una alegría también nueva, que tiene su razón de ser, su origen y su sentido, por el hecho del Dios –con–nosotros.
La alegría es nota característica de la fe cristiana. Los primeros cristianos eran conocidos por su caridad y por su alegría. Pero, hoy, los cristianos ¿somos capaces de hacer comprender a los demás hombres de nuestro tiempo este mensaje religioso: Dios, Dios cercano a los hombres, Dios-con-nosotros, es la alegría, nuestra alegría y nuestra dicha?¿Quién nos escucha?,¿Quién nos cree verdaderamente? Tal vez no tengamos éxito en este anuncio. Pero no por ello podemos dejar de proclamarlo, y menos aún en estos días. No nos creen frecuentemente los hombres del pensamiento, enfrascados en la duda y en los problemas; no nos creen los hombres de acción fascinados en el esfuerzo por conquistar la tierra, o envueltos en un relativismo que duda de todo y todo lo antepone a sus logros; no nos creen los jóvenes, arrastrados por la civilización del disfrute a toda costa... Es la suerte del Evangelio en la humanidad, el cual significa precisamente anuncio de una dicha que desborda todo cálculo, anuncio de una noticia capaz de llenar de felicidad que no es obra de nuestras manos ni de nuestros proyectos.
La fe cristiana, el acontecimiento cristiano, ha ofrecido y sigue ofreciendo como don decisivo esta verdad: la felicidad es posible, es real, está muy cerca, al alcance de todos, en Dios, sólo en Dios, por Jesucristo; es gracia, es don. Permanece esta certeza impávida: Dios, revelado y entregado por completo en Jesucristo, y sólo Él, es la plena, la verdadera, la suprema felicidad del hombre. Permanece esta pedagogía para enseñar deber, pero, sobre todo, Dios es la alegría, la felicidad y la dicha. La misma Cruz del Calvario es gozosa, porque ella lleva a su colmo y a su cima, a su plenitud, el amor Dios y Dios-con-nosotros, el despojamiento, el rebajamiento y el anonadamiento del Hijo de Dios al hacerse hombre por nosotros ahí hemos conocido el amor.
Es necesario que en la conciencia del hombre contemporáneo resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa. Y este Alguien es Amor. Amor hecho hombre, humanado. Amor anonadado en la encamación y nacimiento, crucificado y resucitado. Amor continuamente presente entre los hombres. Esta es la misión de la Iglesia: anunciar la alegría para todo el mundo, el Evangelio que es Jesucristo. Para eso, Dios recuerda a la Iglesia y a los que la formamos, que nos ha llamado a ser como Juan Bautista, esto es: pura y total referencia a Cristo, testigos de la Luz que es Él e ilumina todo hombre, testigos de la Luz para llevar a los hombres a la fe.
La Iglesia no puede ni debe hacer otra cosa entre los hombres, y a su servicio, que anunciar a Jesucristo, dárselo a conocer, invitar a que lo sigan y le amen. Es verdad que no somos dignos ni siquiera de desatarle las correas de su sandalia. Pero como, en su benevolencia y gracia, nos ha llamado, no podemos responder mejor a lo que necesitan —y en el fondo, piden– los hombres que entregarles a Jesucristo, señalarlo próximo en medio de ellos, mostrar que pasa junto a ellos el «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». En el fondo del hombre contemporáneo, sobre todo de los jóvenes, hay una gran aspiración, una búsqueda principal por encima de cualquier otra: Tienen sed, necesidad de Cristo, de ver a Cristo: «Maestro, ¿dónde vives?».
A la Iglesia le piden a Cristo, y esperan de ella que se lo muestre y les lleve a Él. El resto lo pueden pedir a muchos otros. De ella, pues, tienen derecho a esperar que les entregue a Cristo, ante todo mediante el anuncio de la Palabra y los sacramentos, pero también e inseparablemente, con el testimonio de su amor, de su caridad, de su cercanía, y de su solidaridad, de modo que vean el rostro de Dios humanado, que compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado, y trajo la Buena Noticia a los pobres y a los que sufren, y la libertad a los cautivos. Éste es el mensaje de la Navidad, del nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, en Belén.
+Cardenal Antonio Cañizares

domingo, 9 de diciembre de 2012

- Adviento: tiempo de Dios


Debe llegar la hora de Dios
«La época de las luces ha conducido a la hora de las tinieblas, y la lucha de los titanes contra Dios sólo ha tenido por efecto final el crepúsculo de los dioses», escribe el P. Anselmo Álvarez, OSB. «En nosotros llevamos la expectativa, a veces inconsciente, de una nueva venida, de un mundo nuevo», añade. «Dios volverá para revelar su Rostro a todos los hombres. El tiempo de Adviento nos invita a volver la mirada hacia el que viene»

…..Uno de los rasgos de esa Historia que venimos construyendo es el vértigo, tanto por su aceleración desmedida, como por el trastorno profundo al que la estamos sometiendo. El mundo gira como una peonza loca, bajo los efectos de un vino de vértigo (Sal 59, 5), que produce una velocidad y un descontrol desenfrenados. Y es, a la vez, el tiempo del absurdo, que sitúa la acción del hombre fuera de la armonía de su naturaleza, y que ha roto todos los equilibrios morales y sofocado casi todos los gérmenes espirituales. El resultado se traduce en esas obras muertas de que habla la Escritura; por tanto, en una vida que no corresponde a la ley y al sentido de la vida, y que ha olvidado la advertencia de que el día que comáis de ese árbol, moriréis (Gn 2, 17).
…. pero el hombre quiere darse un nuevo estatuto, a sí mismo y al mundo. Es la nueva utopía; si el hombre es obra de Dios, este empeño es estéril. Por eso, preferimos pensarnos como obra del azar, a fin de concluir nosotros mismos lo que habría quedado inconcluso en él: la formación del hombre superior. Llegamos a creer que nuestra palabra vale más que la de Dios y que, finalmente, hemos terminado sabiendo más que Él. De ahí que hayamos vaciado el mundo de la presencia de Dios y lo hayamos llenado de toda clase de fetiches. Hemos construido ensueños y esperanzas siempre frustradas. La época de las luces ha conducido a la hora de las tinieblas, y la lucha de los titanes contra Dios sólo ha tenido por efecto final el crepúsculo de los dioses, del hombre pseudodivinizado.

No podemos llegar muy lejos en esta temeraria huida de Dios. Tanto el estado espiritual y moral de la sociedad como la situación global del hombre exigen su transformación integral. El orden de realidades debe ser restablecido, el señorío de la verdad restaurado, el mundo renovado y el hombre devuelto a sí mismo. Ahora bien, esto no está ni en su intención ni, muy probablemente, tampoco a su alcance en las circunstancias presentes. Por consiguiente, debe llegar la hora de Dios, no necesariamente la final, pero sí la que restablezca el imperio de su voluntad en un tiempo en que hemos conocido la reiteración del pecado del paraíso: la decisión de sustituir los designios de Dios por los del hombre.
Al final de esta larga travesía en la noche, también nosotros, como los apóstoles después de aquel intento infructuoso de pesca, nos encontramos exhaustos y vacíos. Todas las iniciativas humanas han tenido siempre un resultado de fracaso, hasta que hemos divisado a Dios en la orilla. Cada día, Dios se pone en camino hacia el hombre para responder a esa esperanza, pero podría hacerlo también para recorrer con él, de nuevo, el camino del desierto, a fin de llevar a su pueblo a la libertad y a la heredad preparada por Él.
Dios volverá para hacer pedazos la falsa imagen que estamos trazando de Él mismo y de nosotros. Vendrá para dar cumplimiento de nuevo a lo anunciado por Isaías: Yo guiaré a los ciegos por un camino que no conocen; convertiré ante ellos la tiniebla en luz, y lo escabroso en llano. Porque ahora, y de nuevo, es la hora de Dios, hora que tiene su ritmo y sus leyes: llamadas a la conversión, ofrecimiento de la misericordia, advertencias y severidad adecuada a la realidad, oferta de nueva alianza.
Este lenguaje, que nos habla en términos tan categóricos de la novedad que está en el horizonte, así como la propia magnitud de la crisis, permite conjeturar que algo nuevo puede acontecer más allá de la intervención de los hombres, a los que parece haberse escapado el control de los acontecimientos: Hacedme caso, pueblos; dadme oído, naciones: de Mí sale la ley; mis mandatos son luz de los pueblos. En un momento haré llegar mi victoria..., mi brazo gobernará los pueblos; me están esperando las naciones, ponen en Mí su esperanza (Is 51, 4-5).
El silencio de Dios
Cierto que, al menos en apariencia, el acontecimiento más significativo de este tiempo es el silencio de Dios, quien está dejando al hombre decir su palabra, expresar sin cortapisas sus poderes y saberes, su libertad. Pero el Jinete de las Nubes se está preparando una calzada; ya se oyen sus pisadas y se perciben sus huellas, aunque es necesario tener oídos para oír y ojos para ver.
En nosotros llevamos la expectativa, a veces inconsciente, de una nueva venida, de un mundo nuevo, de una nueva creación. El que viene nos dice: Todo lo hago nuevo (Ap. 21, 5), aunque antes de edificar y plantar sea necesario devastar, destruir y asolar (Eclo 49, 7) muchas de las obras erigidas por nosotros.
Dios volverá para revelar su Rostro a todos los hombres. El tiempo de Adviento nos invita a volver la mirada hacia el que viene: Mirando a lo lejos veo venir el poder de Dios; salid a su encuentro. Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación. Porque Él está a la puerta y llama (Ap 3, 20). A ese Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.